miércoles, 24 de abril de 2019

Taller de escritura en Acippia (actualizado)


Tras los garabatos vienen otros juegos, traducciones y transformaciones en un nuevo formato de día único. Invitados estáis.

lunes, 22 de abril de 2019

Tal día como hoy, hace 403 años, murió Cervantes


Tal día como hoy, hace 403 años falleció Miguel de Cervantes. Cuando se cumplían 400 ya parecían muchos, pero esto sigue avanzando. Quijote es nuestro patrón y Sancho es el coprotagonista perfecto. De hecho, esta conjunción ha producido la entrada más visitada de este blog, seguramente porque sus conversaciones son una clara evolución de los diálogos clásicos.

Hoy me apetece recordar el diálogo que tienen Quijote y Sancho en relación con Dulcinea:


—Y en lo que toca a la carta de amores, pondrás por firma: «Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura». Y hará poco al caso que vaya de mano ajena, porque, a lo que yo me sé acordar, Dulcinea no sabe escribir ni leer y en toda su vida ha visto letra mía ni carta mía, porque mis amores y los suyos han sido siempre platónicos, sin estenderse a más que a un honesto mirar. Y aun esto tan de cuando en cuando, que osaré jurar con verdad que en doce años que ha que la quiero más que a la lumbre destos ojos que han de comer la tierra, no la he visto cuatro veces, y aun podrá ser que destas cuatro veces no hubiese ella echado de ver la una que la miraba: tal es el recato y encerramiento con que sus padres, Lorenzo Corchuelo y su madre Aldonza Nogales, la han criado.

—¡Ta, ta! —dijo Sancho—. ¿Que la hija de Lorenzo Corchuelo es la señora Dulcinea del Toboso, llamada por otro nombre Aldonza Lorenzo?

—Esa es —dijo don Quijote—, y es la que merece ser señora de todo el universo.

—Bien la conozco —dijo Sancho—, y sé decir que tira tan bien una barra como el más forzudo zagal de todo el pueblo. ¡Vive el Dador, que es moza de chapa, hecha y derecha y de pelo en pecho, y que puede sacar la barba del lodo a cualquier caballero andante o por andar que la tuviere por señora! ¡Oh hideputa, qué rejo que tiene, y qué voz! Sé decir que se puso un día encima del campanario del aldea a llamar unos zagales suyos que andaban en un barbecho de su padre, y, aunque estaban de allí más de media legua, así la oyeron como si estuvieran al pie de la torre. Y lo mejor que tiene es que no es nada melindrosa, porque tiene mucho de cortesana: con todos se burla y de todo hace mueca y donaire.


El amor de Don Quijote es el amor más grande, más grande incluso que la realidad. Es el ejemplo perfecto de "amor platónico", aunque en el diálogo El banquete de Platón no se hablara de este tipo de amor o al menos no sólo. De hecho, el último en hablar en el famoso diálogo es Sócrates, que llega al amor más virtuoso, el amor a las Ideas, pero pasando antes por todos los estados del amor terrenal, con todas sus decepciones. Pero otro día hablamos más de esto.

El ejercicio de hoy es el mismo de siempre. Escribid para los comentarios lo que os dé la gana de El Quijote. Y esta semana podéis seguir leyendo frases de El Quijote, o ir al Círculo de Bellas Artes a la lectura del libro. También os podéis acercar a la estación de Metro de Plaza de España que está empapelada no con carteles electorales, sino con El Quijote o si no, podéis contemplar los grabados de Doréir al final del libro y volver a empezar.

Vale.

lunes, 8 de abril de 2019

Ha muerto Ferlosio, ¿Qué haremos ahora?




Ha muerto Ferlosio, ¿Qué haremos ahora?

Os dejo con dos textos suyos que aparecen en el libro de la imagen, bendito libro.


Vendrán más años malos
y nos harán más ciegos;
vendrán más años ciegos
y nos harán más malos.
Vendrán más años tristes
y nos harán más fríos
y nos harán más secos
y nos harán más torvos.


Ortodoxia

(Usos.) A ninguna palabra se le pide ya ningún otro orden de verdad que el que pueda pedírsele a la hora. La verdad que se pide a los relojes consiste en que cada uno de ellos diga la hora que están diciendo los demás. Cuál tiene que ser ésta, es algo arbitrariamente convenido. Pero en la misma medida en que la exigencia de verdad se ha reducido a esto, tanto más poderosa y prepotentemente se afana en exigirlo. Por eso a lo que se atiende es a la fisonomía y el aspecto externo de una frase, al aire de familia de un decir, a su valor de gesto en un determinado código de convenciones, como las caracterizaciones del vestido, por las que cada cual suele vestirse —o disfrazarse— de aquello por lo que quiere ser tomado, del tipo por el que quiere pasar, del personaje que desea representar. El que no quiere ser tomado por algo que desprecian o reprueban aquellos a quienes quiere agradar o por quienes desea ser aprobado y aceptado se guardará muy bien de decir una palabra que sea característica de aquellos por los que no desea ser tomado. Tener ideología no es tener ideas. Estas no son como las cerezas, sino que vienen sueltas, hasta el punto de que una misma persona puede juntar varias que se hallan en conflicto unas con otras. Las ideologías son, en cambio, como paquetes de ideas preestablecidos, conjuntos de tics fisionómicamente coherentes, como rasgos clasificatorios que se copertenecen en una taxonomía o tipología personal socialmente congelada. Sólo hay unos cuantos tipos de persona, y cada cual desea ser reconocido por aquellos a quienes pertenece. Esta es la única función de las ideologías; y las ideas, encerradas en paquetes tales, se ven supeditadas a ese único y tristísimo papel.