jueves, 23 de junio de 2016

El genio de la multitud. Bukowski en la Haya


Como veis, el genio de la multitud es un cabrón.
Este vídeo me lo pasó mi hijo hace unas semanas y me encantó. Es bueno, ¿eh?

Quería hacer un ejercicio con este poema que fuera algo así: ¿Lo habéis escuchado? Pues ahora escribid una secuela o una precuela. Y ya tenéis el ejercicio, pero...

Pero han pasado los días y al volverlo a escuchar me he acordado de algo:
En el año 2000 fuimos a la Haya con nuestro hijo y María, la amiga que nos alojaba, nos llevó a la biblioteca municipal. Mirad qué pinta tenía el edificio que también albergaba oficinas del ayuntamiento:


Era una biblioteca enorme y preciosa y sacamos algún libro y ¿adivináis qué? ¡Un casette de Bukowski donde estaba este poema!
La memoria es extraña. Lo tuve que oir varias veces para recordarlo y de repente apareció todo lo que pasó aquella semana. Busqué las fotos y recordé aún más cosas.
Era aquella lejana época en la que lo analógico era muy importante. La cinta la copié y luego la perdí. Supongo que la presté. Las fotos eran de carrete y no había muchas, pero están impresas y en su album. Estuvimos también unos cuantos días en Nijmegen con Remco y cruzamos a Alemania en bicicleta, y regresamos. Pero de todo esto hace mucho tiempo y, por lo tanto, éramos muy jóvenes:

viernes, 17 de junio de 2016

25 años del Maratón de los cuentos de Guadalajara #25MaratónCuentos

La fiesta empezó hace 25 años y este año no parece que se vaya a detener con la marcha que tiene. No hace falta más que echar un ojo al programa.



Como todos los años, y ya van 19 ó 20 tendréis a Cyrano escribiendo poemas y cuentos por encargo en los jardines del palacio por la tarde-noche el viernes y el sábado. Nos vemos en los jardines del palacio.

lunes, 13 de junio de 2016

Creo que en este bar no hay ningún traductor de Bukowski


Ésta es una buena historia, y como muchas buenas historias necesita que pasen muchos años para que lo sea.
La cosa empezó y aparentemente terminó hace veinte años, cuando yo leía a Bukowski fascinado. De hecho, si os dais una vuelta por el blog, veréis que no he dejado de estarlo y que os he hablado por ejemplo de la carta de amor que Bukowski escribió a una biblioteca, o de su poética en Un apunte sobre poesía moderna. Pero hace veinte años era peor. Quería escribir como él y por descontado, quería ser como él. Después me enteraría de que en realidad yo quería follar tanto como Henry Chinaski, que no era exactamente lo mismo. Me encantaban sus novelas y sobre todo Mujeres, obra legendaria, que mis amigos de París y los amigos de mis amigos leyeron por riguroso turno cuando la dejé allí a cargo de Jaime y de David. Pero me enteré de que también escribía poesía y que apenas estaba traducida. Bukowski acababa de morir y supe que había publicado en 1992 un libro de poemas de cuatrocientas páginas que se titulaba The last night of the Earth poems. Así que, con la inocencia de un chico de veinte años que escribía poemas, sabía inglés, y había traducido documentación industrial, pedí el libro a Estados Unidos y me compré el diccionario de Inglés-Español más gordo que encontré. El libro llegó y yo me puse a la tarea. Los poemas eran todos fascinantes, imprescindibles, como éste: Aire y luz y tiempo y espacio. A ratos avanzaba y todos los días me tropezaba veinte veces, pero era una tarea de ésas que uno haría aunque no le pagaran. Recuerdo que en un poema me dio por traducir la palabra "blinds" como "ciegos" y aquellos versos resultaban extraños, pero muy sugerentes. Unos días después me di cuenta de que había metido la pata hasta el fondo, cuando una amiga que había vivido en Estados Unidos me dijo que la traducción correcta en aquel caso era "persianas". El libro tiene cuatro partes y cuando tiempo después lo tuve casi terminado, me centré en la primera parte, la corregí a conciencia y la llevé en mano a una editorial de poesía cuyo nombre no recuerdo y que estaba detrás del Palacio de Linares. Al poco yo iba a casa en el tren después de una guardia y me despertó una llamada a mi primer teléfono móvil, que me había comprado porque había nacido mi hijo. Me dijeron que les gustaba mucho la traducción y que lo querían publicar, pero que no sabían cuándo podría ser porque claro, un libro de poesía de cuatrocientas páginas era arriesgado y luego estaba el problema de los derechos... Por desgracia no me volvieron a llamar, pero yo seguí traduciendo y le conté lo del libro a mi amiga Xohana, también traductora, por cierto, mucho mejor traductora que yo. Qué casualidad, dijo ella, mi amigo Juan está preparando una obra con su compañía sobre Bukowski y le vendría bien conocerte. Así que Xohana concertó una cita entre Juan y yo en un bar de barrio que estaba cerca de la estación de autobuses. Total, que quedamos en el Bar Flori, que todavía existe, inmutable desde hace veinte años; tal vez hayan cambiado sólo las tragaperras y la tele que ahora es plana. Ya he dicho que yo tenía móvil, o tal vez no me había comprado todavía, pero vamos, que aunque existieran los móviles, aquella cita se concertó a la antigua. Ni Juan, que parece que era Juanito de Lucas, aunque podía ser el otro Juan, tenía mi número de teléfono, ni yo el suyo. Aquello fue una cita como la de Antes del amanecer que por cierto se estrenó sólo un par de años antes. Juro que fui al Bar Flori a la hora convenida. Entré y pensé, éste no es el lugar donde yo me esperaría encontrar a alguien que estuviera preparando una obra acerca de Bukowski... o sí. Esperé un rato. Me pedí una caña y miré el reloj muchas veces. La hora llegó, pasó y no entró nadie al bar preguntando por un traductor de Bukowski. Creo que aguanté casi una hora y me fui. Después tardé en ver a Xohana bastante y ni los Ultramarinos de Lucas ni yo hicimos nada más por vernos, así que me medio olvidé, sobre todo porque cuando estrenaron la obra en el Pub Chinaski de Guadalajara, ahora en Lavapiés, no pude ir.
Ahí acababa la historia para mí hasta ayer.
Pero bueno. A veces la vida te da sorpresas.
El otro día me escribió Luis, otro de los Ultramarinos de Lucas, amigo mío y compañero del alma en un trabajo anterior, para invitarme a un fiesta porque a la compañía le habían dado nada menos que el premio nacional de artes escénicas. La hostia, con rey y reina incluidos, sobre todo si eres republicano.
Creo que si no hubieran representado anoche su obra de Bukowski no me habría acercado a Juanito de Lucas a decirle nada. De hecho, ya había coincidido con él otras veces y tampoco le había mencionado el asunto porque me parecía raro acercarme a un chico que sólo conocía de verlo por Guada y porque llevabamos a nuestros hijos al Conservatorio y decirle: "Por cierto, aquel día no apareciste en el Bar Flori". Pero claro, el sábado era especial, porque como fin de fiesta, Los Ultramarinos representaron su obra de Bukowski, la que estrenaron finalmente hace casi veinte años después de no encontrarnos en el Bar Flori. Antes de seguir contando esta historia, si os los encontráis por la calle, decidles que la vuelvan a representar, que giren con ella, que la queréis ver. Es maravillosa. Por eso al final casi me crucé con Juanito y le dije que enhorabuena por el premio y por la obra, y le pregunté si se acordaba de la escena del bar. Se sonrió y se fue a buscar al otro Juan y al otro actor de la obra. "Mira lo que dice este chico", les dijo, "que él es el traductor de Bukowski". Les entró la risa. "Tío, nos has jodido el chiste. Llevamos veinte años que entramos en bares como el Bar Flori y nos preguntamos ¿Quién será el traductor de Bukowski? y ahora que te hemos encontrado ¿qué hacemos?"

La historia se cerró el sábado y es que en el Bar Flori hace veinte años no pasó como en el Tratado de impaciencia de Sabina, ni aparecimos uno en el Mar del Norte y otro en Valparaíso, sino que los dos fuimos, pero a horas distintas o tal vez en días distintos, pero nunca a la vez. Supongo que si entráis en un bar y no veis a nadie que pueda ser Bukowski o al menos el traductor de Bukowski, tal vez no sea el bar adecuado.

viernes, 10 de junio de 2016

Blackout poetry nº 2

Hoy os paso tres más. Es divertido y muy entretenido y estoy muy orgulloso de la tercera que debería titularse "El chef exquisito":




sábado, 4 de junio de 2016

Una espina en la carne de Lola López Mondéjar






Una espina en la carne

(Texto escrito sobre todo antes pero también después de la presentación del libro de Lola López Mondéjar en Acippia 3 de junio de 2016)



"Vivir no es necesario, lo que es necesario es crear"

Pessoa parafraseando al parecer a Pompeyo y su “Navegar es necesario, vivir no es necesario” erróneamente atribuido a los Argonautas.




No sé cuál fue la pregunta inicial que llevó a Lola a escribir este libro, pero lo más probable es que fuera una nube de preguntas, de dudas, de observaciones que durante años han pululado alrededor de su vida de psicoanalista y de escritora. Se me ocurren unas pocas que son las mías, claro: ¿En qué se parece escribir y ser analista? ¿La creatividad es buena o es mala? ¿La creatividad es una herramienta o una tabla de salvación? ¿Cómo de grande ha de ser un trauma para que deje marca, para que necesite tratamiento? ¿La creatividad es la solución o es parte del problema, protege o lleva más cerca del abismo? ¿Cuánto hay que mirar y cuánto hay que apartar? ¿La castración es trauma suficiente? ¿La creatividad es la solución para los que son distintos, para los que no aceptan el camino marcado, es su salvación o su condena? ¿La creatividad es la salida natural de los que no aceptan lo dado o es sólo una rebeldía contra la norma e incluso contra la ley y por ello sienten el oscuro atractivo de la psicosis? ¿Es peligroso escribir? ¿Merece la pena? ¿Qué es la creatividad? ¿Qué relación guarda con nuestra vida psíquica?

Hay muchas formas de vivir, pero la vida creativa es una vida en los márgenes, algo muy llamativo en esta cultura post-rural que es España llena de pequeñas plazas en las que no se pueden hacer u opinar muchas cosas por miedo a la censura del grupo.

Lola superó una infancia reglada y pasó de la obediencia, de ser una niña muy buena a la rebeldía de la creación, pero también le fue dada una espina en la carne, como a San Pablo, como a todos, para que nos recuerde nuestra pequeñez, para no engrandecernos y salirnos de la realidad.

El libro de Lola tiene muchos rincones tan interesantes que hacen que nos tengamos que detener. Lamento comunicarles que es casi imposible leerlo del tirón, porque en cada página te para y te pone a pensar. Por eso yo sólo voy a hablar del principio y del final del libro. De entrada, plantea la tesis central de la obra que es la definición y el desarrollo de una maravillosa prótesis llamada Función Autor y al final defiende una nueva forma de escribir, descarnada y sin censura, más clara, más honesta, más cercana cada vez a la esencia, la escritura calva.


La Función Autor:


Muchos son los autores que han intentado abordar el fenómeno artístico y casi todos están en el libro de Lola, desde Stefan Zweig y su “El misterio de la creación artística”, una conferencia que leyó en Buenos Aires en 1938 hasta Jean Rhys, Clarice Lispector o Chantal Maillard. En realidad, todos los artistas se preguntan a santo de qué empezaron a hacer del arte su vida hasta llenarla, como dice Clarice Lispector, con esa maldición que salva, pero que nos condena según Lola a llevar una vida disociada entre la realidad y las producciones propias. El artista lleva una doble vida y eso requiere fortaleza.

Como todos sabemos, el narcisismo es una función del yo que debe tener el tamaño justo. Los logros lo lanzan al cielo, pero la omnipotencia es peligrosa, uno debe tener raíces sólidas, si no, volar sería peligroso. Lola vincula los procesos creativos con la pérdida y los libros buenos con el abismo de Duras. Ese abismo al que bajan los creadores y cuando vuelven sí que pueden escribir “esos libros que se incrustan en el pensamiento y que hablan de duelo profundo de la vida”. Los otros libros, los que se olvidan sin más, son otra cosa.

En la hipótesis de Lola, el creador es un sujeto tempranamente herido, pero con energía suficiente para repararse mediante los mecanismos de disociación y sublimación. Funciones éstas que integran el Factor Munchausen, que a su vez da lugar a la Función Autor. Según Lola, en la infancia del futuro creador tuvo lugar un episodio traumático o la suma de muchos traumas menores que funcionarían como el complejo de la madre muerta de André Green. El niño recibe los estímulos adecuados hasta que de repente sufre la privación súbita y arbitraria, la muerte de la madre como estímulo, su muerte psíquica para la que no es necesaria una muerte real. Entonces, estos sujetos tienen dos salidas, los síntomas o la creatividad, porque la elaboración no está todavía a su alcance. Y entonces eligen la creatividad, ampliar el espacio transicional y llenar el vacío que los conecta con la realidad para poder contactar con ella y reparar la pérdida. Ése sería el nacimiento del artista que crea para poblar el vacío que le quedó. Por eso ella lo llama el factor Munchausen, porque el barón cae al mar y se va a ahogar, pero él mismo tira de su coleta y se saca solo a flote. El niño herido tiraría de su orfandad y crearía una vida nueva.

Como dice Green en el caso de la madre muerta, el niño pierde el afecto y peor aún, el sentido de su vida. Llegados aquí nos podemos preguntar: ¿No hay un momento en toda existencia que la vida no tiene sentido y hay que dárselo y a veces la única respuesta posible es la respuesta de la búsqueda, “la respuesta artística” podemos llamarla por resumir? Claro que también está la respuesta del sentido común, tan cacareado en los medios de la sensatez. A veces parece que no hay más que dos opciones, o te adhieres al sentido sancionado por el común o te quedas solo y tienes que buscar tú el sentido en este sinsentido. Así la salida creativa sería una de las salidas ante el hecho traumático y también ante la necesidad de la búsqueda de sentido. La utilización continuada de esta puerta llevaría a su usuario a zurcirse el traje que lo convierte en autor, protege sus heridas y le da un norte, la Función Autor, que a fuerza de usarla se vuelve identitaria. La alternativa es la normopatía y no es válida para todos y como Lola se pregunta y esto daría para otro libro: “¿Cómo hay gente que puede no crear?”

Lola insiste en que para su tesis la disociación es muy importante y no es de extrañar en esta realidad en la que vamos sólo hacia delante sin mirar apenas nada más. Lo no formulado queda atrás, queda disociado como dice Sullivan, y es aparentemente, inaccesible. Así hay partes del yo que quedan desconectadas entre sí y que la terapia tiene que reconectar hasta que “lo sabido no pensado” según Bollas se formule y se pueda aspirar a la salud. El terapeuta es un traductor de las emociones y carencias de otros, ayuda a crear también una especie de Función Autor en su paciente. Ayuda a despojarse de una identidad rígida y enfermante como “soy esquizofrénico”, “soy depresivo”, “soy normópata” (de los que al parecer Bernardo Arensburg decía: “son Juan Chumba, del coño de su madre a la tumba”) y le permite ser alguien que quiere ser, alguien que tiene voz en su propia vida. Qué cosas. ¿Y si les cuento que llevo 15 años trabajando de traductor y alguno más de psiquiatra y que escribo desde siempre y que finalmente no encontré otro camino que hacerme psicoterapeuta?

El autor del que habla Lola es una especie de superhéroe que no consigue sus poderes de repente porque le pique una araña, sino que los va adquiriendo poco a poco. Tan es así que como recoge ella, Seamus Heaney dice: “El poeta es una criatura inventada que firma con su nombre”. El autor debe inventarse a sí mismo porque no le gusta el destino que le ha sido asignado, el daño que ha recibido, la indefensión a la que ha sido abocado y entonces se convierte en otro, en el autor, que no es sólo uno, que no es sólo doble, que es múltiple, como el “yo soy muchos, contengo multitudes” de Whitman, o las decenas de heterónimos como Pessoa, el traductor que si traducía al francés su nombre también era “nadie”.

Y llegamos aquí al tema de la identidad. En general todo el mundo adopta una identidad que brinda seguridad aunque ya vimos que hasta una identidad dañina puede parecer mejor que nada. Soy profesor, soy marido, soy psicoanalista, soy novelista incluso, son identidades aparentemente apreciadas por la mayoría, pero el sujeto creador no está cómodo en ninguna de estas islas de la geografía de la identidad que nos cartografía Lola porque sabe que él tiene más que ver con el mar que las rodea. Si puedes definir a alguien fácilmente, eso no tiene por qué ser bueno. Todos tenemos que crear nuestra subjetividad y siempre somos mezcla de la vía normativa o de la vía creativa. El artista escapa de lo normativo, no lo tolera. El exceso de norma lleva a la normopatía, a la alienación, a la nada. Pero también la creatividad pura lleva al mismo sitio, por otro camino, a veces más rápido.

El autor se convierte en alguien nuevo, se salta la tradición, no encaja en el sentido común. Obtiene más porque descubre más, pero sufre más porque su piel roza con la realidad que no está para nada hecha a su medida, porque la identidad de autor está siempre en construcción trascendiendo el proceso primario y el proceso secundario y entrando y saliendo al proceso terciario. Así crea una “neo-identidad” apadrinada por los dioses de este nuevo Olimpo al que el autor se aferra pegado a su acompañante psíquico que es la creatividad. Todos estamos en este camino de creación de una nueva genealogía en la que el autor, según Blas Matamoro, tendría complejo de Adán, ya que tendría que ser padre de sí mismo. Todo suena muy narcisista en el mal sentido, pero Lola parte de que "los creadores fuimos niños mal recibidos, no reconocidos" y nos muestra de forma convincente que en la historia vital del artista hay un trauma, una falta profunda que el artista intenta superar con la creación artística y sobre todo con la creación de un mundo más habitable para él, en el que haya referencias que lo apoyen.

De todas formas, no todos somos artistas dramáticos como James Rhodes o como Alejandra Pizarnik, ésos que si no crean se derrumban, ésos que tienen un narcisismo tan frágil o un yo tan disociado que necesitan reparar urgentemente. Los escuchamos, los comprendemos, porque ya es trauma suficiente estar vivo, ya es la vida suficientemente abrasiva, que no en todos los casos el artista necesita una madre muerta, ya es bastante jodido todo. Y siempre están las dos salidas: la del monoteísmo identitario (soy médico, soy del Real Madrid) o la creatividad y la condena a errar constantemente por el mar que nunca lleva a una isla segura. El que elige creatividad, si es que uno puede elegirla, se debe enfrentar a una tropa de monoteístas enorme. Sólo como consuelo, no olvidéis que la gente que tiene un CI de más de 135 es mayoritariamente atea.

Otra cosa que pienso es que por eso estoy yo aquí. Escribí un libro intentando responder a la pregunta de por qué escribía yo y de si eso merecía la pena y por el camino me encontré el libro de lola y a ella y a mucha gente que se parecía más a mí que mis compañeros del colegio o de la universidad, gente por la que me siento apoyado, gente sabia que legitima quien quiero ser como terapeuta, como escritor y como persona, una persona distinta de lo que se esperaba. Si queréis explorar vuestra genealogía como creadores, reescribir vuestra vida, mirad el libro de Lola.

Lola en su libro se centra en contarnos cómo es el origen de estos artistas que para simplificar he llamado “dramáticos”, pero que podría llamar “muy heridos”, pero nos sirve para pensar en todos los artistas, en todos nosotros. A todos nos atiza duro la vida y en general se nos pide que seamos normales como hacía la madre inquisidora de Jeanette Winterson, “¿por qué quieres ser feliz cuando puedes ser normal?” Entonces tenemos que buscar una salida y pasada cierta línea el proceso es irreversible. La rebeldía en ese caso nos hará héroes involuntarios y tendremos que crear por el camino, no sólo un libro, un poema, sino que nuestra vida es pura creación porque debemos inventarnos, no nos sirve todo lo previo. Sería entonces el creador también como una mutación, algo necesario para la evolución de la especie, pero no precisamente algo bien recibido, ni algo bueno siempre. En este caso, el arte no sería la salida, sino que escapar sería lo que te llevaría al arte, a inventar tu mundo de nuevo. Sería como intentar escapar de la gravedad terrestre. Hay una velocidad de escape mínima y son nada menos que 11 km/s. Es mucha velocidad y para llegar ahí hay que transitar muchos caminos. Lola ha recorrido los caminos del analista principiante, del escritor aficionado que escribe y escribe y al final se hace escritor, que analiza, supervisa y al final se hace psicoanalista, pero el proceso nunca termina, nunca debe terminar.

Todos somos mitad víctimas, mitad cómplices, como todo el mundo, como dijo Sartre, pero las dos mitades no son iguales en todos. Sí que somos mitad víctimas, pero no hace falta ser mitad cómplices. Tenemos la salida de la creatividad, al Barón Munchausen que se salva a sí mismo “por los pelos”, y afinando más, el artista que se libra bautizándose de nuevo como autor, por su nueva posición ante el mundo, el paso adelante, la salida del armario: sí, soy distinto, hago cosas distintas y no me creo todas vuestras patrañas.

En el libro de Lola se habla de los que no pueden dejar de escribir, de los que escriben para salvarse, de los que no pueden dejar de hacerlo porque son niños heridos y sus defensas omnipotentes llevan al arte. Pero Lola, esa herida, ¿Por qué les lleva a rebelarse contra la realidad como única salida? ¿No será que también la propia realidad es la que ha contribuido a su herida y que ese roto no sólo significa daño, sino que también es el roto por el que se inicia la metamorfosis, por el que el niño herido puede fugarse por los aires hasta una nueva vida? Se mezclan muchas cosas aquí y tal vez esta línea argumental sea demasiado positiva y a los Autores nos falte castración, pero ¿cuánta es suficiente?, ¿cuánta es ya demasiada?

Ante el dolor, la solución del artista es describirla y ahogarse en ella, como Pizarnik, pero no se masca siempre la tragedia, también puede uno crear por las mañanas y por las tardes irse al mar a tomar cervezas con sus amigos, con sus hijos, con su pareja, ir a conferencias de Acippia. No se asusten, no hace falta adherirse a algo de forma imperturbable para tener una identidad, aunque uno no sea un artista. No hace falta ser forofo de nada, no es necesario ni conveniente quedarse inmóvil, aunque uno no tenga un nombre como escritor. Hay artistas que toleran no llevar etiqueta, hay artistas del vivir que no tienen que producir nada, más que la película de su vida y no tienen que volver no es necesario volver siempre a la herida.


La escritura calva:

Como dije primero iba a hablar del principio, del origen de la Función Autor y ahora veremos su maduración. El Autor, al final de libro, lleva años siéndolo. El trabajo artístico ya es identitario y su entorno lo reconoce como autor, pero ¿ya se ha quedado tranquilo? ¿Ya ha encontrado su lugar? Sí y no. La vida sigue, sus “golpes tan fuertes ¡yo no sé!”, siguen haciendo daño y daño y el autor sigue vivo y aunque le pidan firmar sus libros o hasta lo reconozcan por la calle, su identidad de autor no es estable ni suficiente, también depende del siguiente libro, de si querrá seguir escribiendo mañana, de si acaricia su suicidio literario, aunque sea de forma temporal. El autor no desea la estabilidad, al menos no durante demasiado tiempo y un buen día el autor se mira en el espejo y tras el último golpe que lo ha dejado tieso y sin pelo decide exportar su calvicie a su arte. De esto habla Lola en “La escritura calva”. El artista vuelve a sus orígenes y se despoja de las certezas que le proporcionó la reedición de una de sus novelas y se sienta con Kafka: “La literatura es siempre una expedición a la verdad”. La escritora vuelve a estar sola, como siempre, con la hermosura de la desnudez y por eso puede tomar impulso y terminar su novela.

Ésta es la definición de la escritura calva que da Lola: “escribir sin disfraz. Escribir sin nada encima, sin siguiera pelo, aunque sea invierno y haga frío afuera y la intemperie del mundo sea infinita, y los hombres y las mujeres se protejan de ella con relatos, con esferas, con ropa y con pelo… Ella no se cubrirá ¿Para qué?, ya lo han hecho otros. ¿Qué sentido tendría volver a lo andado?... Escribir calva. Escribir desnuda... Decir, el mundo está ahí afuera y me es ajeno. Aunque amo… Aunque me duele”.

Lola opta por escribir sin disfraz, aunque no sirva para nada. Independizarse de los mandatos externos, tantos, tan pesados, mucho más aún si eres mujer. Te lo ordenan todo: cómo debe ser tu falda, tu pelo, tus labios, tu deseo, tu vestidor, tu coche, tus tacones, el número de veces que debes hacer el amor. Se juntan la liberación de la mujer y del autor. Renegar de la vida enlatada en normativas materialistas y en centros comerciales. Refunfuñando con Schopenhauer: “dentro de ciertos límites somos libres para hacer o no lo que queremos, pero no lo somos para querer algo distinto de lo que queremos.” Y ella nos repite y nos traduce: “Podemos no hacer realidad nuestro deseo, pero no podemos dejar de desearlo”.

La escritura en general y la escritura calva en particular no es apta para los que temen los cambios. Sólo sirve para aquellos que tienen ansia de vivir y aunque también cargados de miedo, éste no los paraliza. La autora nos cuenta que ha llegado aquí porque cuando no era autora y el miedo podía con ella, escribía. A fuerza de escribir, el miedo puede cada vez menos.

La escritura calva, la cantante calva que por fin ha encontrado sentido a sus letras, a su mundo absurdo, se van con la música a otra parte. Marchan con lo puesto y ahora por fin se pueden ir, aunque siempre se quedaban y escribían. Siempre han escrito.

Por eso escribe, como Chantal Maillard, “para ahuyentar la angustia que describe / sus círculos de cóndor / sobre la presa”. Para sobrevivir, para no estar sola, para crear una obra que explique el mundo nuevamente, porque la anterior parecía servir, pero ya no sirve y lo más bonito no es firmar libros, sino hacerlos.


Epílogo

Los que buscamos el sentido, que somos todos, necesitamos este libro. La maldición así traducida no es tal maldición. Fueron muchos los que desbrozaron estos caminos y están todos aquí reunidos. No querríais perderos sus palabras, sus vidas.

La tesis principal de Lola nos muestra los engranajes de la creatividad y algunos todavía se preguntarán: ¿Pero merece la pena acceder a ese conocimiento? ¿Cómo nos afecta el proceso del análisis? ¿Y si nos curamos qué pasa, que perdemos el motor de la creatividad? ¿Será verdad que la felicidad nos apartaría del arte? Bendita catástrofe.

¿Escritura terminable o interminable?, como se preguntaría Freud. El escritor puede dejar de escribir si supera el trauma y puede desear hacer otra cosa. Eso sería la curación. Escribir o no ya desde otro lado. Escribir o dejar de escribir cuando ya no pasa nada, cuando ya no se tiene miedo, pero no olvidemos que la creatividad es una búsqueda, una forma de estar en el mundo, da igual a qué te dediques. y si encuentras algo, pues eso que tienes.

No teman esta historia de la herida. Como dice Chantal Maillard:

La herida nos precede
no inventamos la herida

venimos a ella y la reconocemos


La herida nos precede y no lo sabemos. El creador da con una verdad y está fascinado por lo que descubre que no es nuevo, el creador, aunque encuentre lo mismo lo halla en otro continente, en el continente de su piel, y lo tiene que contar con sus trazos.

El autor explora y se pincha como se pinchó Rilke con la rosa de 1926 que lo mato de una septicemia. Era para una amiga y acabó en su epitafio que le dio tiempo a escribir, porque los autores siempre están con sus armas cargadas:

Rosa, oh contradicción pura, placer,
ser el sueño de nadie bajo tantos
párpados.


Antes de terminar quiero recordar que el objeto de esta presentación, no nos engañemos, es que ustedes compren el libro y si ya lo tienen que compren otro para regalar. Si les interesa todo esto de lo que estamos hablando, leer a Lola les llevará a muchos sitios a los que habrían tardado mucho tiempo en ir solos. Ella nos regala su viaje, para que luego hagamos el nuestro con más fundamento.

Este viaje nos lleva cada vez al principio, al territorio del narcisismo primario, del paraíso perdido. La libido que aunque salga quiere volver. Si la ponemos demasiado en nosotros nos lleva a la psicosis, si la dejamos toda en el mundo desaparecemos. El artista viaja y su viaje es un viaje mítico de vuelta que como a Ulises le llevará toda la vida, pero nunca a la Ítaca que busca. También lo podría contar así:


Volver

todos queremos volver al principio
a esos brazos que nos recogieron
a ese amor animal de una madre
que recoge a su recién nacido
aún empapado
aún medio inerte
y lo tiene que traer a la vida
a base de abrazos
de piel
de leche
por eso el retorno es imposible
por eso ningún canon puede volver al principio
por eso ningún amor nos colma
aunque nos empeñemos
con todas nuestras fuerzas

volver es el camino
y es imposible



Ahora Lola preguntaría: “¿me seguís?”. La verdad es que lo intentamos, lo deseamos y nos preguntamos.