jueves, 21 de junio de 2018

Lobos con piel de pastor


Lobos con piel de pastor


Juan Ignacio Cortés


(Esta es mi colaboración a la presentación del libro en Guadalajara el 20/6/2018 a las 19h)


Asistir al nacimiento de un proyecto es algo que te devuelve la fe, sobre todo si también puedes ver cómo el proyecto llega a buen término a pesar de las dificultades con las que sabes que se ha enfrentado. Cuando tus amigos inventan y abren sus propios caminos tú también creces y por eso es tan estimulante y emocionante estar aquí.

A mí me ha invitado Juan Ignacio, no porque seamos amigos, porque él tiene muchos más y muy buenos, sino porque me dedico a la psicoterapia y de eso quiero hablar: de cómo afectan los abusos sexuales que sufren los niños a su desarrollo y a su vida y de lo que hay que hacer si alguien los ha sufrido.

Nosotros nos hemos hecho adultos en un país en el que ante el testimonio de un abuso sexual siempre surgía la cuestión de elegir entre denunciar o callar. Si sólo se van a quedar con un mensaje de lo que voy a decir, quédense con este: callar no es una alternativa válida. No remover no sirve como principio porque sólo beneficia al agresor.

Voy a comenzar citando a Carlos Rozanski, Juez argentino especializado en este tema que dice a este respecto en relación con el abuso sexual infantil: "El silencio de quien recibe el testimonio del menor abusado daña a este, beneficia al agresor y envilece a quien calla". No olvidemos que el abuso sexual infantil es el delito más impune de la Tierra, como documenta el libro de Juan Ignacio de la A a la Z. La impunidad se debe a que el abuso se realiza desde el poder, algo evidente porque al tratarse de niños ellos nunca lo tienen, pero si además los abusos se perpetran desde una institución a la que se le encomienda la educación de los menores, todo cobra tintes de tragedia, como ocurre con el caso que nos ocupa.

En el abuso sexual de menores se produce lo que Ferenczi denominó "confusion de lenguas". El adulto que se supone que debería hablar el idioma de cuidar y educar al menor, abusa de él y ejerce un engaño que daña todas las raíces sobre las que se apoya la personalidad del niño. Si el abuso es repetido la violencia es terrible, porque va más allá de la comprensión del menor. ¿Cómo un padre va a abandonar y maltratar a un hijo? ¿Cómo lo va a hacer la Iglesia que va de que es nuestra madre y nuestro padre a la vez? Pues sí. Ojo, la responsabilidad es 100% del abusador. Todavía hay gente que habla de la capacidad de seducción de las nínfulas y tengo que deciros que una mierda: Lolita es la historia de una menor que es violada repetidamente por su padrastro. Esto es así porque lo dicen las feministas y los hechos y la escritora y psicoanalista Lola López Mondejar en su novela Cada noche, Cada noche, y el propio Nabokov.

Cuando un menor es abusado aparecen síntomas típicos como la confusión y el aislamiento y el mecanismo de defensa habitual es la disociación, Por un lado está el niño que sufre los abusos y por otro lado el que lleva una vida "normal". Dos realidades irreconciliables encarnadas en la misma persona.

Hasta hace dos días, ante las situaciones típicas de abuso de poder: acoso escolar, violación de mujeres o abuso sexual de menores imperaba la ley del silencio, pero ya no. Aunque queramos mirar para otro lado, ya no vale decir que gran parte de las denuncias son falsas. No es así. sirva como ejemplo la cifra de que sólo el 0,01% de las denuncias por violencia machsta son falsas (Datos de la Fiscalía del Estado). Esto es un hecho que es palpable en los últimos años. Ahora, la mayoría sabe que en caso de bullying hay que llevar al niño al psicólogo, denunciar el hecho ante los profesores, ejercer acciones disciplinarias ante los acosadores, montar un pollo, en suma, y no dejar pasar el hecho como “cosas de chicos”. Lo mismo vemos en el caso de las violaciones y en los abusos a menores.

Antes mirábamos para otro lado en el mejor de los casos, porque si no, lo típico era culpar a la víctima. Recordemos el caso de "la manada". Afortunadamente todo está cambiando y no reina esa impunidad sistémica acostumbrada. Ahora es más frecuente que las víctimas no callen y eviten así peores consecuencias para ellos y para otros. Por ejemplo, la muchacha que ha denunciado el caso de la violación múltiple por la autodenominada "la manada" ha atraído para sí el odio de una fracción de la sociedad, pero desde luego, ha generado un movimiento social para el que no estábamos preparados hasta hace poco. Y ella se ha metido de lleno en su terapia, ha aumentado sus posibilidades de curación al no ocultar lo ocurrido, al renunciar a sufrir en silencio y al evitar que sus violadores siguieran haciendo lo mismo con otras mujeres.

Los abusos sexuales en menores tienen consecuencias terribles y el que quiera leerlo en detalle tiene el testimonio de James Rhodes en Instrumental. Siempre hay un intenso sufrimiento y terribles trastornos psicológicos y conductuales. En la presentación del libro de Juan Ignacio en Madrid vino uno de los entrevistados dentro del libro y nos emocionó a todos contando que los abusos lo destrozaron por dentro y que en el mismo centro de Madrid donde se presentaba el libro él había sido un delincuente lleno de odio que acabó en la cárcel con delitos de sangre. Ahora, curado y con secuelas físicas, se lamentaba de que sus padres hubieran entregado a los curas un niño y estos les hubieran devuelto tras tres años de abusos, una bestia.

Las víctimas de abusos sexuales en la infancia sufren un daño tan en su línea de flotación que de mayores presentan depresiones, abuso de sustancias, trastornos de conducta, trastornos de personalidad, intentos de suicidio. Con suerte, necesitarán años de terapia para recuperarse y algunos no se recuperarán nunca. Permítanme que insista en que la destrucción que llegan a sufrir estos niños es tan grande, que en los países anglosajones hablan de “supervivientes”.

¿Qué debe hacer una víctima? Imaginemos que entre el público hubiera alguna personas que haya sufrido abusos sexuales en la infancia por parte de algún miembro de la Iglesia. ¿Qué debe hacer? Por desgracia, el daño ya está hecho, pero hay una oportunidad. Mi recomendación es que lo último es acudir a la Iglesia a denunciar o en busca de consuelo. Las posibilidades de una retraumatización son enormes ante las escasas medidas que ha tomado en otros casos la Iglesia española. En países como Estados Unidos, Irlanda o Australia, como cuenta de maravilla el libro de Juan Ignacio, la Iglesia ha pedido disculpas públicamente, ha expulsado a todos los que hay abusado de niños, los ha denunciado ante las autoridades civiles, ha organizado programas de tratamiento de verdad y ha pagado indemnizaciones que, aunque no compensan, sí permiten que las víctimas se paguen tratamientos de verdad.

Así que, volviendo al principio, lo que debe hacer la víctima es no callar. Mi recomendación es que busque un terapeuta con el que se sienta a gusto y que inicie una psicoterapia para intentar reparar el daño en la medida de lo posible y que no la abandone ante las primeras dificultadas. Es muy probable que en el curso de la terapia quiera denunciar los hechos. En ese caso recomiendo no acudir a la Iglesia hasta que no cambie de actitud porque lo más probable es que un tribunal eclesiástico gaste la mayor parte de su energía y su poder en proteger a la institución como documenta el libro que presentamos. Confiar en la justicia eclesiática es temerario. La justicia eclesiástica en España hasta la fecha es poco más que obstrucción a la justicia. La justicia del reino de los hombres no es de ellos, me temo. Hay un argumento de la iglesia que se repite: no denuncies porque vas a sufrir las consecuencias, mejor todo tapado mientras hablan de “sacerdotes con problemas sexuales”. No señor, son sacerdotes criminales cuyo crimen consiste en que son violadores en serie de menores.

Lo que yo sí recomendaría, si la víctima decide denunciar, es acudir a un abogado que la asesore sobre qué acciones puede emprender y a las asociaciones de víctimas que en España sólo están empezando pero que existen en otros países. Ahí también se puede acudir para organizarse y pedir, para empezar, que este tipo de delitos no prescriban. Un ejemplo a seguir o al que unirse es el de SNAP (Survivors Network of those Abused by Priests -Red de supervivientes que han sufrido abusos por parte de religiosos).

Para concluir me gustaría recordar que todos enfermamos en grupo y por lo tanto nos podemos curar en grupo. Una sociedad en la que no se toleran los abusos de cualquier tipo es una sociedad más sana y en los últimos años, la nuestra ha avanzado mucho en este campo. Aún así, cuando se hace un búsqueda en Internet sobre los abusos sexuales a menores dentro de la Iglesia en España, queda claro que este tema está muy poco tratado y de forma muy superficial, algo que viene a remediar el libro de Juan Ignacio, que es, aparte de bueno, necesario.