Si Fernando Pessoa, encarnado en la piel de Bernardo Soares, hubiera tenido en sus manos un pizza congelada tal vez hubiera escrito una página más en su Libro del desasosiego a la manera de Álvaro de Campos en sus Callos a la manera de Oporto. Algo así:
La caja de una pizza congelada es como el amor. Contiene una promesa que nunca puede llegar a cumplir. El amor es el ideal del amor; algo tan bello y hondo que no cabe dentro de una caja de cartón. Dentro de la caja y debajo de la brillante imagen ideal hay algo que no se le parece ni de lejos. El trozo de pan congelado y recubierto de ingredientes matemáticamente distribuidos y pesados no se puede comparar con la fragante y crujiente imagen de una pizza hecha a mano como una obra de arte. La pizza con la que soñamos y que puede asemejarse a la de la imagen nunca se parecerá a la que saldrá de debajo. Si nos atrevemos a romper el embalaje, obtendremos algo parecido a una pizza, con un sabor similar al de la pizza, que poco a poco pero a gran velocidad irá perdiendo sus propiedades mientras la imagen de la caja y la de nuestro deseo siguen inperturbables. Mi consejo, si fuera capaz de seguirlo, sería: no os enamoréis de la pizza, pero amadla con toda vuestra alma.
¿Se os ocurre alguna página más que añadir?
2 comentarios:
No os enamoréis de la pizza... sino de la gastronomía en sí. Escucha tus entrañas y discierne si es hambre o gula. Elige bien el menú del día, la dieta o el ayuno...pero ante todo... escucha bien tus tripas.
El secreto está en la masa, ja,ja.
Aparte de llevar un exceso de sal y aceite de palma,lo que no mata engorda.
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