lunes, 13 de junio de 2016
Creo que en este bar no hay ningún traductor de Bukowski
Ésta es una buena historia, y como muchas buenas historias necesita que pasen muchos años para que lo sea.
La cosa empezó y aparentemente terminó hace veinte años, cuando yo leía a Bukowski fascinado. De hecho, si os dais una vuelta por el blog, veréis que no he dejado de estarlo y que os he hablado por ejemplo de la carta de amor que Bukowski escribió a una biblioteca, o de su poética en Un apunte sobre poesía moderna. Pero hace veinte años era peor. Quería escribir como él y por descontado, quería ser como él. Después me enteraría de que en realidad yo quería follar tanto como Henry Chinaski, que no era exactamente lo mismo. Me encantaban sus novelas y sobre todo Mujeres, obra legendaria, que mis amigos de París y los amigos de mis amigos leyeron por riguroso turno cuando la dejé allí a cargo de Jaime y de David. Pero me enteré de que también escribía poesía y que apenas estaba traducida. Bukowski acababa de morir y supe que había publicado en 1992 un libro de poemas de cuatrocientas páginas que se titulaba The last night of the Earth poems. Así que, con la inocencia de un chico de veinte años que escribía poemas, sabía inglés, y había traducido documentación industrial, pedí el libro a Estados Unidos y me compré el diccionario de Inglés-Español más gordo que encontré. El libro llegó y yo me puse a la tarea. Los poemas eran todos fascinantes, imprescindibles, como éste: Aire y luz y tiempo y espacio. A ratos avanzaba y todos los días me tropezaba veinte veces, pero era una tarea de ésas que uno haría aunque no le pagaran. Recuerdo que en un poema me dio por traducir la palabra "blinds" como "ciegos" y aquellos versos resultaban extraños, pero muy sugerentes. Unos días después me di cuenta de que había metido la pata hasta el fondo, cuando una amiga que había vivido en Estados Unidos me dijo que la traducción correcta en aquel caso era "persianas". El libro tiene cuatro partes y cuando tiempo después lo tuve casi terminado, me centré en la primera parte, la corregí a conciencia y la llevé en mano a una editorial de poesía cuyo nombre no recuerdo y que estaba detrás del Palacio de Linares. Al poco yo iba a casa en el tren después de una guardia y me despertó una llamada a mi primer teléfono móvil, que me había comprado porque había nacido mi hijo. Me dijeron que les gustaba mucho la traducción y que lo querían publicar, pero que no sabían cuándo podría ser porque claro, un libro de poesía de cuatrocientas páginas era arriesgado y luego estaba el problema de los derechos... Por desgracia no me volvieron a llamar, pero yo seguí traduciendo y le conté lo del libro a mi amiga Xohana, también traductora, por cierto, mucho mejor traductora que yo. Qué casualidad, dijo ella, mi amigo Juan está preparando una obra con su compañía sobre Bukowski y le vendría bien conocerte. Así que Xohana concertó una cita entre Juan y yo en un bar de barrio que estaba cerca de la estación de autobuses. Total, que quedamos en el Bar Flori, que todavía existe, inmutable desde hace veinte años; tal vez hayan cambiado sólo las tragaperras y la tele que ahora es plana. Ya he dicho que yo tenía móvil, o tal vez no me había comprado todavía, pero vamos, que aunque existieran los móviles, aquella cita se concertó a la antigua. Ni Juan, que parece que era Juanito de Lucas, aunque podía ser el otro Juan, tenía mi número de teléfono, ni yo el suyo. Aquello fue una cita como la de Antes del amanecer que por cierto se estrenó sólo un par de años antes. Juro que fui al Bar Flori a la hora convenida. Entré y pensé, éste no es el lugar donde yo me esperaría encontrar a alguien que estuviera preparando una obra acerca de Bukowski... o sí. Esperé un rato. Me pedí una caña y miré el reloj muchas veces. La hora llegó, pasó y no entró nadie al bar preguntando por un traductor de Bukowski. Creo que aguanté casi una hora y me fui. Después tardé en ver a Xohana bastante y ni los Ultramarinos de Lucas ni yo hicimos nada más por vernos, así que me medio olvidé, sobre todo porque cuando estrenaron la obra en el Pub Chinaski de Guadalajara, ahora en Lavapiés, no pude ir.
Ahí acababa la historia para mí hasta ayer.
Pero bueno. A veces la vida te da sorpresas.
El otro día me escribió Luis, otro de los Ultramarinos de Lucas, amigo mío y compañero del alma en un trabajo anterior, para invitarme a un fiesta porque a la compañía le habían dado nada menos que el premio nacional de artes escénicas. La hostia, con rey y reina incluidos, sobre todo si eres republicano.
Creo que si no hubieran representado anoche su obra de Bukowski no me habría acercado a Juanito de Lucas a decirle nada. De hecho, ya había coincidido con él otras veces y tampoco le había mencionado el asunto porque me parecía raro acercarme a un chico que sólo conocía de verlo por Guada y porque llevabamos a nuestros hijos al Conservatorio y decirle: "Por cierto, aquel día no apareciste en el Bar Flori". Pero claro, el sábado era especial, porque como fin de fiesta, Los Ultramarinos representaron su obra de Bukowski, la que estrenaron finalmente hace casi veinte años después de no encontrarnos en el Bar Flori. Antes de seguir contando esta historia, si os los encontráis por la calle, decidles que la vuelvan a representar, que giren con ella, que la queréis ver. Es maravillosa. Por eso al final casi me crucé con Juanito y le dije que enhorabuena por el premio y por la obra, y le pregunté si se acordaba de la escena del bar. Se sonrió y se fue a buscar al otro Juan y al otro actor de la obra. "Mira lo que dice este chico", les dijo, "que él es el traductor de Bukowski". Les entró la risa. "Tío, nos has jodido el chiste. Llevamos veinte años que entramos en bares como el Bar Flori y nos preguntamos ¿Quién será el traductor de Bukowski? y ahora que te hemos encontrado ¿qué hacemos?"
La historia se cerró el sábado y es que en el Bar Flori hace veinte años no pasó como en el Tratado de impaciencia de Sabina, ni aparecimos uno en el Mar del Norte y otro en Valparaíso, sino que los dos fuimos, pero a horas distintas o tal vez en días distintos, pero nunca a la vez. Supongo que si entráis en un bar y no veis a nadie que pueda ser Bukowski o al menos el traductor de Bukowski, tal vez no sea el bar adecuado.
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