sábado, 15 de noviembre de 2014
Taller Cortázar III
Instrucciones para matar hormigas en Roma
Las hormigas se comerán a Roma, está dicho. Entre las lajas andan; loba, ¿qué carrera de piedras preciosas te secciona la garganta? Por algún lado salen las aguas de las fuentes, las pizarras vivas, los camafeos temblorosos que en plena noche mascullan la historia, las dinastías y las conmemoraciones. Habría que encontrar el corazón que hace latir las fuentes para precaverlo de las hormigas, y organizar en esta ciudad de sangre crecida, de cornucopias erizadas como manos de ciego, un rito de salvación para que el futuro se lime los dientes en los montes, se arrastre manso y sin fuerza, completamente sin hormigas.
Primero buscaremos la orientación de las fuentes, lo cual es fácil porque en los mapas de colores, en las plantas monumentales, las fuentes tienen también surtidores y cascadas color celeste, solamente hay que buscarlas bien y envolverlas en un recinto de lápiz azul, no de rojo, pues un buen mapa de Roma es rojo como Roma. Sobre el rojo de Roma el lápiz azul marcará un recinto violeta alrededor de cada fuente, y ahora estamos seguros de que las tenemos todas y que conocemos el follaje de las aguas.
Más difícil, más recogido y silencioso es el menester de horadar la piedra opaca bajo la cual serpentean las venas de mercurio, entender a fuerza de paciencia la cifra de cada fuente, guardar en noches de luna penetrante una vigilia enamorada junto a los vasos imperiales, hasta que de tanto susurro verde, de tanto gorgotear como de flores, vayan naciendo las direcciones, las confluencias, las otras calles, las vivas. Y sin dormir seguirlas, con varas de avellano en forma de horqueta, de triángulo, con dos varillas en cada mano, con una sola sostenida entre los dedos flojos, pero todo esto invisible a los carabineros y a la población amablemente recelosa, andar por el Quirinal, subir al Campodoglio, correr a gritos por el Pincio, aterrar con una aparición inmóvil como un globo de fuego el orden de la Piazza della Essedra, y así extraer de los sordos metales del suelo la nomenclatura de los ríos subterráneos. Y no pedir ayuda a nadie, nunca.
Después se irá viendo cómo en esta mano de mármol desollado las venas vagan armoniosas, por placer de aguas, por artificio de juego, hasta poco a poco acercarse, confluir, enlazarse, crecer a arterias, derramarse duras en la plaza central donde palpita el tambor de vidrio líquido, la raíz de copas pálidas, el caballo profundo. Y ya sabremos dónde está, en qué napa de bóvedas calcáreas, entre menudos esqueletos de lémur, bate su tiempo el corazón del agua.
Costará saberlo, pero se sabrá. Entonces mataremos las hormigas que codician las fuentes, calcinaremos las galerías que esos mineros horribles tejen para acercarse a la vida secreta de Roma. Mataremos las hormigas con sólo llegar antes a la fuente central. Y nos iremos en un tren nocturno huyendo de lamias vengadoras, oscuramente felices, confundidos con soldados y con monjas.
Después de esta historia casi apocalíptica en la que Cortázar busca exterminar a las hormigas en Roma os propongo que inventéis vuestras instrucciones para exterminar lo que os apetezca, incluidas las hormigas. Hoy toca Roma porque Juan está en Roma y me mandó esta foto.
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2 comentarios:
Contrariamente a Juan y a Cortazar: no conozco Roma. Querer transformar Roma en otra Venecia para acabar con las hormigas, es una ensoñación hermosa, pero la realidad, como las piedras, es dura: Donde hay ruinas y piedras fuertes, hay hormigas, proliferan por la seguridad que las piedras les dan para su supervivencia; como las cavernas que nos protegían de las glaciaciones y los enemigos a los primeros humanos. Quizás, como hoy conservamos, como oro en paño, a las pinturas rupestres; las hormigas romanas estarán dejando sus dibujos bajo las piedras de Roma. Y cuando las futuras culturas de hormigas cuenten, cómo consiguieron sobrevivir y desarrollar su arte, mencionen a sus valiosas grutas bajo las piedras de Roma, aunque Roma ya no se llame Roma. Y para las hormigas, los hombres, seremos lo más parecidos a nuestros dinosaurios.
jemart
Todo el mundo sabe, que para matar hormigas. En Roma o donde sea, no hay como una bota de militar, pisa firme y esta fabricada para que las calce alguien nacido para matar.
Como ademas tienen una suela bastante amplia, no hay más que buscar un hormiguero, dejar trigo o migas de pan en su puerta y esperar a que salgan. Cuando el número de hormigas sea suficiente, no hay más que empezar a zapatear, como si la fueras la reencarnación de Lola Flores, una vez terminado el encargo, no hay nada mejor, como echar un buen chorro de pis, apuntando al agujero, que se enteren bien los perros, quien tiene licencia para matar, en este caso en Roma. Ciudad, donde uno que calzaba estas botas y de cabeza afeitada, mando con mano de hierro, durante un breve periodo de tiempo.
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