sábado, 13 de septiembre de 2014

¿Setas o Rolex?


Cuando sales a buscar setas, pues no te esperas encontrar otra cosa o viceversa. Por ejemplo, hace un par de semanas en Suiza nos cruzamos con unos níscalos. Eran níscalos, sin duda, y la comida es carísima en Suiza, pero no buscábamos setas, así que los dejamos tranquilos también por el miedo atávico que dan unas setas, aunque sean conocidas, en un lugar desconocido, y seguimos hasta llegar a tocar el hielo de un glaciar.
Pero ayer me pasó algo curioso mientras buscaba setas. Bueno, también me pasaron muchas cosas más, pero no viene al caso. Volvamos a las setas. Al salir de mi nuevo trabajo me acerqué a un sitio muy interesante en el que había estado hace un mes. Es el local de una ONG que tiene proyectos educativos y que para conseguir fondos recoge libros y DVDs y los vende por la voluntad. Tú entras, eliges, y te llevas sólo lo que puedas transportar con tus manos sin dificultad. No vale utilizar bolsa. Y por supuesto, das tu donativo. Así quizá no suene muy atractivo, porque uno se imagina esos locales lóbregos de Remar en los que los libros que hay son un montón de mierda húmeda en la que puede estar hasta el ébola. Pero no. Esto es el paraíso. Todos los libros están organizados, en buen estado y limpios y si te descuidas echas de manos las de la araña.
Pero es que ayer encontré lo que encontré. Mirad.
El manual de Ajuriaguerra es un clásico, Los hombres que no amaban a las mujeres es fenomenal, aunque ya lo hayas leído porque siempre habrá alguien que no que lo pueda disfrutar, Juan Salvador Gaviota, en una edición original de 1972, es algo muy importante para mí, ya os contaré, ¡¡¡pero es que estaban los Cien años de soledad en la edición de Editorial Sudamericana!!!



El libro es de junio del 73, cuando ya llevaba 34 ediciones, ¡¡¡pero es el original!!!
Llamadme mitómano.
Este libro es muy importante, no sólo para la literatura del siglo XX o para la literatura en general, para mí también.  Me acordé de él cuando llegamos al hielo este verano y hoy también me acuerdo y de ese azul que es la vida y todo lo bueno que queda cuando le quitamos al rojo su locura.
Y ahora querréis que os diga dónde.
Sí, pero... Es que ya sabéis lo que pasa con las setas. Nadie cuenta dónde nunca. Eso no quita para que, en un momento de exaltación de la amistad, alguna vez en la vida, os puedan llevar, aunque se empeñen tontamente en vendaros los ojos.


El ejercicio es que nos contéis la historia de aquel libro que encontrasteis.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Ayer, hubo una concentración en mi pueblo, quieren cerrar la Escuela de Adultos. Al finalizar, unos amigos nos fuimos al bar, a tomar algo. Al sentarme, encontré el periódico “L’Ossevatore Romano“, edición en castellano; que no sabía que existiese, y menos que llegara a mi pueblo, seguramente alguien lo había dejado olvidado… Me imagino que el cura del pueblo. ¿Quién sino? Por curiosidad acabó en mi casa. ¿Sería el azar o el inicio milagroso de mi conversión? Pero tras su lectura, veo que la Iglesia sigue en su línea, el periódico no tiene desperdicio. Y yo sigo en mis trece. El milagro de mi posible conversión no se ha producido... Todavía. O cambio yo, o cambia la Iglesia.
jemart

BRAGAOMEANO dijo...

Jamás me encontré un libro en ningún lado, aunque creo recordar, tal vez, no se si lo he soñado, que cuando tenía alrededor de 20 años, subiendo de la plaza de las Ventas, después de la tediosa corrida, en dirección al parking, donde tenía alojado mi coche, encontré en un banco un libro firmado por un hombre apellidado Hubbard o algo así, lo cogí, lo ojee y vi que en frente del banco, había un local donde se ofertaban mas libros, con un cartel encima que ponía :" Iglesia de la cienciologia ", devolví, el libro a su sitio y pense para mí, hasta que no seal alguien del mismo nivel que Jhon Travolta o Tom Cruise, jamás lo leeré.

lorenzo dijo...

Yo tampoco he encontrado ningún libro abandonado, pero sí he intentado que alguien los encuentre. En concreto en Madrid, envueltos en una discreta bolsa de plástico, los dejé en el asiento del andén de la estación del metro, por seguir esa costumbre que alguién me contó de dejar algún libro con el mensaje de que lo lea y haga circular quién lo encuentre. De verdad me da corte dejar un libro al aire -bueno se entiende en lugar resguadado de la lluvia o viento-. Ya creía haber dejado estos libros, cuando, estando dentro del vagón, un amable ciudadano me viene corriendo con la bolsa diciendo: "Se ha dejado usted esto en el asiento".
Tuve que buscar una cabina de fotomatón, correr la cortina, asegurarme de que no había nadie por los alrededores y....salir pitando.