Stephen Grosz, El don del dolor, El País semanal, 27/10/2013
El título en castellano es sugerente, porque si nos ponemos a hablar acerca del inconsciente podemos no parar, pero el título inglés lo es aún más:
The examined life: How we lose and find ourselves
(Que podría traducirse así aunque no me termina de convencer: "La vida a examen: cómo nos perdemos y cómo nos encontramos")
Escribid en los comentarios lo que queráis, como siempre, pero si no se os ocurre nada escribid sobre las veces que os hayáis perdido o sobre las que os hayáis encontrado.
Escribid en los comentarios lo que queráis, como siempre, pero si no se os ocurre nada escribid sobre las veces que os hayáis perdido o sobre las que os hayáis encontrado.
2 comentarios:
y cuando la mente no entiende y el cuerpo no responde todo pierde significado
estás solo, tanto, que ni tu propio envoltorio te acompaña, eso que siempre has considerado tuyo deja de serlo, no te pertenece porque no te identificas, se supone que bajo él está la persona que creías conocer, la persona que has creado en este tiempo o tal vez la persona que ellos han creado. No importa, no la reconoces.Ya no hay nada cierto ni incierto, no encuentro una sola verdad y ya casi no siento.
Cómo puede este cuerpo no sentir cuando hace tiempo murió de sentimiento
y puede que ahí encuentre la respuesta a la desesperación de no encontrar la revolución en mi, puede que haya muerto de sentimientos, que haya acabado con tanto dolor matándolo y ya nada quede de él. y ahora solo queda esperar que llegue, y todos aconsejan paciencia
y todos anuncian su llegada, yo no quiero esperar más, necesito que entre por la puerta grande y me desgarre el alma como en aquellos tiempos lo hizo, tal vez lo hizo tan fuerte que todavía se esté recuperando, o tal vez no termine nunca de cicatrizar porque no entiende por qué debe hacerlo. Ya no se lo explicaré más solo pedirle que me saque de esta línea vegetal y vibre por fin, solo así me daré cuenta que sigue conmigo.
Qué cansado es dar una ojeada a uno mismo, verse en el espejo, cuando somos eso: una máquina programada para sobrevivir, con ojos para ver los peligros, pies para salir corriendo, manos para apartar los riesgos y construir defensas, y cerebro para coordinar todo este afán fatuo de sobrevivir. O quizás, duele reconocer lo pequeño, inseguro y frágil que somos. “Mi mamá me mima” (La primera frase de lectura de las emes), o no me mimó lo suficiente, y tiendo a marchitarme por la fragilidad de mis ramas y raíces. Recuerdo la postura de espera con los brazos extendidos de los niños y los árboles; esperando ser cogidos o regados. O la añoranza de no tener a alguien a quien sostener; como la tristeza de una nube pasando rápidamente sobre un desierto. O la felicidad del repiqueteo del aguacero al golpear la tierra seca... Todos pasamos por los mismos caminos del deseo: abrazos dados, o recibidos, o ninguneados. Somos eso, parte y continuación de otros; como el fruto originado por la semilla, y el fruto madura que prende y vuelve a ser semilla. Si consigue, como dice la parábola del sembrador: ser buena simiente y crecer fuerte, al haber caído en suelo fértil. Por eso, ante el espejo y sin caretas, es bueno constatar que la vida nos hace ser lo que somos, con pausas entre abrazos, fuera: estamos perdidos.
j.rocha
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