viernes, 9 de diciembre de 2011
Insignificantes detalles
Por muy épicos que nos queramos poner en la vida o en los textos, lo importante viene definido por detalles pequeños que aparentemente carecen de importancia.
¿Os acordáis de la escena que vertebra toda la película "Match point"? ¿Ese anillo que cae de un lado o cae del otro, que lleva anudado el destino del protagonista y que permanece en el aire un segundo interminable? Ese detalle define toda la película, toda la historia, hasta el título.
Los detalles, si los invoco, me vienen a la cabeza en forma de imágenes, como la del inicio de Suicidios ejemplares, el libro de Vila-Matas:
"Hace unos años comenzaron a aparecer unos graffiti misteriosos en los muros de la ciudad nueva de Fez, en Marruecos. Se descubrió que los trazaba un vagabundo, un campesino emigrado que no se había integrado en la vida urbana y que para orientarse debía marcar itinerarios de su propio mapa secreto, superponiéndolos a la topografía de la ciudad moderna que le era extraña y hostil."
¿Qué detalle es el que se os viene a la cabeza?
Contadnos.
Hablando de detalles, nos vemos el día 13, martes, en la biblioteca a las 19 h.
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6 comentarios:
Seguro que un instante que a todos nos marca, es nuestra primera bocanada de aire; otro será el último respiro; y ente medias, hay hitos que recordamos: una cruce de miradas con la persona a la que queremos estar unidos el resto de nuestra vida, otra mirada a alguien o a algo, que dispara un odio profundo, y que puede llegar a obsesionarnos. Y el azar en medio, en todo: los sustos, las sorpresas, las alegrías, las tristezas…en fin, la vida.
Perdón:
Seguro que un instante que a todos nos marca, es nuestra primera bocanada de aire; otro será el último respiro; y entre medias, hay hitos que recordamos: un cruce de miradas con la persona a la que queremos estar unidos el resto de nuestra vida, otra mirada a alguien o a algo, que dispara un odio profundo, y que puede llegar a obsesionarnos. Y el azar en medio, en todo: los sustos, las sorpresas, las alegrías, las tristezas…en fin, la vida.
Me hago mayor y no recuerdo si ya he colgado este relato antes. Sí es así lo siento, pero hablando de detalles que pasan desapercibidos...
Está todo calculado. Para ti que eres un profano en física lo resumiré diciendo que esto es una máquina del tiempo. Pero esa es una definición científicamente muy pobre. Está todo calculado. Lo que realmente hace este rayo de condensación es acelerar todas las partículas del objeto suspendiéndolo en el espacio, es decir, es una especie de trampolín espacial. Está todo calculado. No tiene nada que ver con el tiempo, no se avanza hacia el futuro temporal, se salta hacia el espacio futuro. Para ti es lo mismo, pero para mi no. Y pensarás “si la Tierra rota sobre su eje...”. Está todo calculado. Según todas las variables apareceré en este mismo punto y esta misma hora pero del espacio de mañana. Así el cómputo de materia se mantiene. Está todo calculado.
Pulsó el botón de encendido y, tras una potente ráfaga de luz, desapareció ante la mirada de todos.
¡Cagüen la puta! – pensó mientras flotaba en el frío espacio – No he contado con el movimiento de traslación de la Tierra a través del espacio. Y mientras veía alejarse a aquella pequeña canica azul sobre un fondo negro como su futuro intentaba llorar pero solo podía escuchar sus músculos rompiéndose por la congelación.
A ver lo que sale...
El olor del silencio.
Nada más entrar en casa noté un cierto olor fuera de lo habitual. Cambié mis embarradas botas por las cómodas zapatillas; mi mojada chaqueta por el batín de seda. Mientras me ceñía a la cintura el kimono, avancé por el largo pasillo de parquet, observando cada trocito de madera, su color, su espectacular brillo que siempre Sara había sabido sacar, su leve crepitar al pasar por algunos tramos... Entré en el salón y otra vez percibí ese extraño olor. Todo estaba en silencio; un incomodo silencio que sólo rompió la bocina de un barco al zarpar. Miré mi reloj de bolsillo: las 17 horas y 11 minutos. El navío con destino a las Américas salía con varios minutos de retraso. Me senté en el sofá frente al ventanal. Agarré la pipa situada sobre la tabaquera de marfil; metí la mano en su interior, rozando mi abultado anillo de oro con la tapa, y saqué el saquito con el tabaco (mi mujer sólo permitía que fumase en pipa siempre y cuando la limpiara de cenizas en el balconcillo). Al encenderla, vino de nuevo ese olor, esta vez más intenso; eché de menos a Sara trayéndome una taza de café y una copa de coñac. Resultaba extraño no haberla escuchado desde que había llegado a casa. Di dos largas caladas para avivar el tabaco y miré hacia la alacena de roble macizo. Todas las copas, tazas y demás enseres colocados en un riguroso orden, con una enfermiza separación, todas a la misma distancia; todo sin una mota de polvo, sin ninguna mancha, sin ninguna huella. Cogí los guantes blancos situados junto a la tabaquera y me los puse para abrir el mini bar que tenía forma de bola del mundo. Saqué la botella de coñac y serví una generosa copa. Cerré el mini bar. Otra vez el silencio. Caminé hacia el ventanal; desplacé las ostentosas cortinas con dos dedos. Volvía a llover. Distinguí en el horizonte gris la estala dejada por el gran barco de vapor... y otra vez el pitido... el silencio... el olor... el olor... ese olor tan extraño que estaba empezando a descifrar. Era el olor del hogar sin Sara. No había olor, sino la ausencia de él. Entonces me vino a la mente una huella que había visto sobre el globo terráqueo. Me acerqué con el corazón en un puño. Era una huella de ella, sin duda, pequeñita y bien definida sobre La Patagonia. Recordé que ella siempre decía que algún día lo dejaría todo por ir a Santiago de Chile. Esa era la condición con la que tendría que vivir si quería estar con ella; ese era su sueño y nadie se lo iba a arrebatar. Volví al ventanal, alcé la copa, y brindé por ella: Allí donde quieras que vayas... siempre te querré.
El primer día dibujo una línea vertical arañando la pared con un rozo de ladrillo, en un extremo dibujó un círculo recordando el sol en el poniente, en el otro una herradura, era la forma que tenía la última plazuela por donde había pasado.
El segundo día trazó una línea corta perpendicular a la primera en uno de sus extremos. Era la forma de recordar que en la vuelta a casa debía atravesar la calle por la parte de arriba.
El tercer día volvió a dibujar un círculo pero no para recordar, sino para representar su vida que sentía como un continuo girar sin meta definida.
Después dibujó objetos distorsionados sin aparente sentido, uno por cada esquina en la que se había sentado cada tarde desde que había llegado a la ciudad.
Los días siguientes continuó trazando líneas y figuras y objetos y más líneas y más figuras y más objetos. Hasta el día en el que decidió que no necesitaba seguir dibujando porque el camino de regreso lo sabía de memoria y lo que le importaba estaba almacenado en su recuerdo.
No se trata de la tela, sino del hilo
pero no de cualquier hilo sino del
que pende la tarántula que acabó con
mi vida...
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