lunes, 17 de agosto de 2009

Trabajo de campo

Claude Lévi-Strauss comienza su obra Tristes trópicos con las siguientes palabras:

Odio los viajes y los exploradores. Y he aquí que me dispongo a relatar mis expediciones. Pero, ¡cuánto tiempo para decidirme!... Hace quince años que dejé el Brasil por última vez, y desde entonces muchas veces me propuse comenzar este libro; una especie de vergüenza y aversión siempre me lo impedía. Y bien, ¿hay que narrar minuciosamente tantos detalles insípidos, tantos acontecimientos insignificantes? La aventura no cabe en la profesión del etnógrafo; no es más que una carga; entorpece el trabajo eficaz con el peso de las semanas o de los meses perdidos en el camino; horas ociosas mientras el informante se escabulle; hambre, fatiga y hasta enfermedad; y siempre, esas mil tareas ingratas que van consumiendo los días inútilmente y reducen la peligrosa vida en el corazón de la selva virgen a una imitación del servicio militar...
No confiere ningún galardón el que se necesiten tantos esfuerzos y vanos dispendios para alcanzar el objeto de nuestros estudios, sino que ello constituye, más bien, el aspecto negativo de nuestro oficio. Las verdades que tan lejos vamos a buscar sólo tienen valor cuando se las despoja de esta ganga. Ciertamente, se pueden consagrar seis meses de viaje, de privaciones y de insoportable hastío para recoger un mito inédito, una nueva regla de matrimonio, una lista completa de nombres ciánicos, tarea que insumirá solamente algunos días, y, a veces, algunas horas. Pero este desecho de la memoria: «A las 5 y 30 entramos en la rada de Recife mientras gritaban las gaviotas y una flotilla de vendedores de frutas exóticas se apretujaba contra el casco». Un recuerdo tan insignificante, ¿merece ser fijado en el papel?

Pues no sé qué responder. A él desde luego no le fue tan mal fijándolo. De hecho ya tiene los 100 años cumplidos...
La propuesta de hoy es que nos contéis cuánto odiais los viajes y los exploradores haciendo de antropólogos en vuestros destinos veraniegos. Respuestas en los comentarios.

4 comentarios:

Jesús Rocha dijo...

Cuando viajo, especialmente de vacaciones, creo que nada nuevo hay bajo el sol. El mismo calor, el mismo aire, parecidos horizontes planos o montañosos. Y el incordio de los imprevistos: los perseguidores de viajeros tontos; sacándote dinero. Nada nuevo sobre el suelo; el mismo cielo. Y la trabajosa búsqueda: todo el día queriendo encontrar algo nuevo, emociones nuevas, lugares nuevos, costumbres nuevas, personas diferentes, nuevos bichos... ¿Para qué? Para tomar unas fotos y mostrarlas después a los compañeros del trabajo, para restregárselo al vecino. Vaya esfuerzo tonto, para nada, si todo está en la red.

Jesús Rocha dijo...

Una ducha fría:
Vivimos en tiempos de paro, de parados. ¿Qué hace que el sistema permita, o no, que los hombres se pongan a trabajar? ¿Es necesario trabajar para vivir? ¿Qué pasa hoy en día que todo el desarrollo está parado, y por ello, muchos viven bajo mínimos: ¿Es que no tenemos autonomía, y nos tienen que decir qué hacer los que controlan? ¿El sistema es tan controlador, que no dejar resquicio para poder vivir sin él?: Todo tiene que estar regulado, y el propio sistema es incapaz de salir de su recesión porque no sabe controlarse… Y lo que es peor, y lo tenemos asumido: nos condiciona; porque sólo hemos aprendido a vivir condicionados. Ya no sabemos cultivar un huerto, ni buscar agua, ni encender un fuego, ni movernos caminando. Somos muchos y en qué nos hemos convertido: En parias inútiles del sistema.

Zorba dijo...

Los griegos son como españoles que hablan al revés. De hecho muchos de los pueblos del Mediterráneo son en mayor o menor medida como los españoles, excepto los franceses que son franceses.

En todo bar, restaurante o cafetería de Grecia te sirven en verano un vaso de agua, da igual lo que hayas pedido o vayas a pedir, supongo que es para evitar que la gente se les evapore de las sillas. Se pasan el día bebiendo café frapé helado que por suerte para todos no tiene tanta pegada como el café normal porque si no Grecia sería un país de gente con el sistema nervioso destrozado.

Quien diga que Atenas está llena de piedras es un pobre hombre sin imaginación, Atenas está llena palacios, estatuas y templos que hay que reconstruir mentalmente. La mitología griega tiene alguna de las mejores historias jamás contadas pero sobre todo tiene una visión real de lo que es un dios, un ser todopoderoso que cuando se aburre putea a los pobres mortales. Los griegos aprecian su cultura y llenan sus museos.

Los griegos saben distinguir cuando un turista se encuentra perdido y siempre le ofrecen su ayuda para indicarle el camino a seguir aunque éste sea incorrecto. Todas las griegas usan sandalias en verano y se pintan las uñas de los dedos de los pies con colores chillones. En fin de semana el metro se llena de niños en bañador que van a la playa de la mano de sus madres.

Para conocer una sociedad uno debe relacionarse con la clase media ya que los ricos son iguales en cualquier cultura. Los cruceros griegos low-cost están llenos de jubilados aborígenes que por las noches se destrozan las rodillas en la pista de baile. La cadera no se la suelen romper porque la tienen de madera. Los griegos dicen ¡opa! en lugar de ¡ole! cuando se emocionan cantando sus canciones populares.

En los cruceros low-cost griegos también existe esa aberración del primer mundo que es el bufet libre. Sin embargo se ve atenuada ya que la fruta que no se come de postre en la mañana se transforma en una macedonia en la cena y lo mismo pasa con algunas carnes y pastas. Todos lo sabíamos, incluso los jubilados griegos, y no decíamos nada. Ejercer el derecho a despreciar comida por haberla pagado es un lujo propio de otros estratos.

Los griegos son como españoles que hablan al revés o tal vez los españoles somos como griegos hablando al revés, el caso es que voy a ver si mis viejos vinilos de Manolo Escobar suenan a música griega si los pongo en reverse.

...

Pues no, si se escucha “Mi carro” del revés lo que se oye es una oración satánica.

Maria Jose dijo...

Grecia en 1992

¡Cómo a cambiado mi Grecia, la que yo recuerdo!.
Recuerdo el café griego como el de puchero de mi abuela: fuerte, aromático... y lleno de posos si no se tenía cuidado.
El proceso de hacer café llevaba libro de instrucciones y no todo el mundo sabía hacerlo bien.
Quizá en todos estos años transcurridos han caido en la desgracia del café rápido, cómodo e insulso.

Debería volver a Grecia, mis recuerdos son tan lejanos que ya los adapté en beneficio propio.

Recuerdo sus ensaladas, tan sorprendentes para mí en aquel tiempo, ¡con queso,fíjese usted!.
Recuerdo su "paracaló" tan útil, que te valía igual para saludo, para un gracias o para un por favor.
Recuerdo sus barbudos sacerdotes ortodoxos, sus bailes (sólo de hombres) sobre un vaso, sus gritos, sus olivares, y con especial disfrute, sus hojas de parra rellenas y su pastel de macarrones.
Pero la gente esperaba otro tipo de recuerdos, así que tuve que meter tambien en la maleta a Rodas, sin el coloso; a Mykonos, tan gay; a Corinto, canal incluido; a Delos, lo que alcanzé a ver desde Mykonos; a Olimpia, que me permitió correr en su estadio a pesar de ser mujer y, además, extranjera; a Delfos, su eterno rival; Micenas, Argos, el puerto de El Pireo, ect... .
Generalmente con esto se quedaban conformes,creo,o aburridos.

En cualquier caso, si notaba un falso interés por mi viaje a Grecia, contaba siempre lo mismo:

"No subí a la Acrópolis por que estaba llena de andamios y se veía perfectamente desde la ventana de mi habitación".

Cosa que era, por otra parte, la más absoluta verdad.

Mariajosé.