Lobos con piel de pastor
Juan Ignacio Cortés
(Esta es mi
colaboración a la presentación del libro en Guadalajara el
20/6/2018 a las 19h)
Asistir
al nacimiento de un proyecto es algo que te devuelve la fe, sobre
todo si también puedes ver cómo el proyecto llega a buen término a
pesar de las dificultades con las que sabes que se ha enfrentado.
Cuando tus amigos inventan y abren sus propios caminos tú también
creces y por eso es tan estimulante y emocionante estar aquí.
A
mí me ha invitado Juan Ignacio, no porque seamos amigos, porque él
tiene muchos más y muy buenos, sino porque me dedico a la
psicoterapia y de eso quiero hablar: de cómo afectan los abusos
sexuales que sufren los niños a su desarrollo y a su vida y de lo
que hay que hacer si alguien los ha sufrido.
Nosotros
nos hemos hecho adultos en un país en el que ante el testimonio de
un abuso sexual siempre surgía la cuestión de elegir entre
denunciar o callar. Si sólo se van a quedar con un mensaje de lo que
voy a decir, quédense con este: callar no es una alternativa válida.
No remover no sirve como principio porque sólo beneficia al agresor.
Voy
a comenzar citando a Carlos Rozanski, Juez argentino especializado en
este tema que dice a este respecto en relación con el abuso sexual
infantil: "El silencio de quien recibe el testimonio del menor
abusado daña a este, beneficia al agresor y envilece a quien calla".
No olvidemos que el abuso sexual infantil es el delito más impune de
la Tierra, como documenta el libro de Juan Ignacio de la A a la Z. La
impunidad se debe a que el abuso se realiza desde el poder, algo
evidente porque al tratarse de niños ellos nunca lo tienen, pero si
además los abusos se perpetran desde una institución a la que se le
encomienda la educación de los menores, todo cobra tintes de
tragedia, como ocurre con el caso que nos ocupa.
En
el abuso sexual de menores se produce lo que Ferenczi denominó
"confusion de lenguas". El adulto que se supone que debería
hablar el idioma de cuidar y educar al menor, abusa de él y ejerce
un engaño que daña todas las raíces sobre las que se apoya la
personalidad del niño. Si el abuso es repetido la violencia es
terrible, porque va más allá de la comprensión del menor. ¿Cómo
un padre va a abandonar y maltratar a un hijo? ¿Cómo lo va a hacer
la Iglesia que va de que es nuestra madre y nuestro padre a la vez?
Pues sí. Ojo, la responsabilidad es 100% del abusador. Todavía hay
gente que habla de la capacidad de seducción de las nínfulas y
tengo que deciros que una mierda: Lolita es la historia de una menor
que es violada repetidamente por su padrastro. Esto es así porque lo dicen las feministas y los hechos y la escritora y psicoanalista Lola López Mondejar en su novela Cada noche, Cada noche, y el propio Nabokov.
Cuando
un menor es abusado aparecen síntomas típicos como la confusión y
el aislamiento y el mecanismo de defensa habitual es la disociación,
Por un lado está el niño que sufre los abusos y por otro lado el
que lleva una vida "normal". Dos realidades
irreconciliables encarnadas en la misma persona.
Hasta
hace dos días, ante las situaciones típicas de abuso de poder:
acoso escolar, violación de mujeres o abuso sexual de menores
imperaba la ley del silencio, pero ya no. Aunque queramos mirar para
otro lado, ya no vale decir que gran parte de las denuncias son
falsas. No es así. sirva como ejemplo la cifra de que sólo el 0,01%
de las denuncias por violencia machsta son falsas (Datos de la
Fiscalía del Estado). Esto es un hecho que es palpable en los
últimos años. Ahora, la mayoría sabe que en caso de bullying hay
que llevar al niño al psicólogo, denunciar el hecho ante los
profesores, ejercer acciones disciplinarias ante los acosadores,
montar un pollo, en suma, y no dejar pasar el hecho como “cosas de
chicos”. Lo mismo vemos en el caso de las violaciones y en los
abusos a menores.
Antes
mirábamos para otro lado en el mejor de los casos, porque si no, lo
típico era culpar a la víctima. Recordemos el caso de "la
manada". Afortunadamente todo está cambiando y no reina esa
impunidad sistémica acostumbrada. Ahora es más frecuente que las
víctimas no callen y eviten así peores consecuencias para ellos y
para otros. Por ejemplo, la muchacha que ha denunciado el caso de la
violación múltiple por la autodenominada "la manada" ha
atraído para sí el odio de una fracción de la sociedad, pero desde
luego, ha generado un movimiento social para el que no estábamos
preparados hasta hace poco. Y ella se ha metido de lleno en su
terapia, ha aumentado sus posibilidades de curación al no ocultar lo
ocurrido, al renunciar a sufrir en silencio y al evitar que sus
violadores siguieran haciendo lo mismo con otras mujeres.
Los
abusos sexuales en menores tienen consecuencias terribles y el que
quiera leerlo en detalle tiene el testimonio de James Rhodes en
Instrumental. Siempre hay un intenso sufrimiento y terribles
trastornos psicológicos y conductuales. En la presentación del
libro de Juan Ignacio en Madrid vino uno de los entrevistados dentro
del libro y nos emocionó a todos contando que los abusos lo
destrozaron por dentro y que en el mismo centro de Madrid donde se
presentaba el libro él había sido un delincuente lleno de odio que
acabó en la cárcel con delitos de sangre. Ahora, curado y con
secuelas físicas, se lamentaba de que sus padres hubieran entregado
a los curas un niño y estos les hubieran devuelto tras tres años de
abusos, una bestia.
Las
víctimas de abusos sexuales en la infancia sufren un daño tan en su
línea de flotación que de mayores presentan depresiones, abuso de
sustancias, trastornos de conducta, trastornos de personalidad,
intentos de suicidio. Con suerte, necesitarán años de terapia para
recuperarse y algunos no se recuperarán nunca. Permítanme que
insista en que la destrucción que llegan a sufrir estos niños es
tan grande, que en los países anglosajones hablan de
“supervivientes”.
¿Qué
debe hacer una víctima? Imaginemos que entre el público hubiera
alguna personas que haya sufrido abusos sexuales en la infancia por
parte de algún miembro de la Iglesia. ¿Qué debe hacer? Por
desgracia, el daño ya está hecho, pero hay una oportunidad. Mi
recomendación es que lo último es acudir a la Iglesia a denunciar o
en busca de consuelo. Las posibilidades de una retraumatización son
enormes ante las escasas medidas que ha tomado en otros casos la
Iglesia española. En países como
Estados Unidos, Irlanda o Australia, como cuenta de maravilla
el libro de Juan Ignacio, la Iglesia ha pedido disculpas
públicamente, ha expulsado a todos los que hay abusado de niños,
los ha denunciado ante las autoridades civiles, ha organizado
programas de tratamiento de verdad y ha pagado indemnizaciones que,
aunque no compensan, sí permiten que las víctimas se paguen
tratamientos de verdad.
Así
que, volviendo al principio, lo que debe hacer la víctima es no
callar. Mi recomendación es que busque un terapeuta con el que se
sienta a gusto y que inicie una psicoterapia para intentar reparar el
daño en la medida de lo posible y que no la abandone ante las
primeras dificultadas. Es muy probable que en el curso de la terapia
quiera denunciar los hechos. En ese caso recomiendo no acudir a la
Iglesia hasta que no cambie de actitud porque lo más probable es que
un tribunal eclesiástico gaste la mayor parte de su energía y su
poder en proteger a la institución como documenta el libro que
presentamos. Confiar en la justicia eclesiática es temerario. La
justicia eclesiástica en España hasta la fecha es poco más que
obstrucción a la justicia. La justicia del reino de los hombres no
es de ellos, me temo. Hay un argumento de la iglesia que se repite:
no denuncies porque vas a sufrir las consecuencias, mejor todo tapado
mientras hablan de “sacerdotes con problemas sexuales”. No señor,
son sacerdotes criminales cuyo crimen consiste en que son violadores
en serie de menores.
Lo
que yo sí recomendaría, si la víctima decide denunciar, es acudir
a un abogado que la asesore sobre qué acciones puede emprender y a
las asociaciones de víctimas que en España sólo están empezando
pero que existen en otros países. Ahí también se puede acudir para
organizarse y pedir, para empezar, que este tipo de delitos no
prescriban. Un ejemplo a seguir o al que unirse es el de SNAP
(Survivors Network of those Abused by Priests -Red de supervivientes
que han sufrido abusos por parte de religiosos).
Para
concluir me gustaría recordar que todos enfermamos en grupo y por lo
tanto nos podemos curar en grupo. Una sociedad en la que no se
toleran los abusos de cualquier tipo es una sociedad más sana y en
los últimos años, la nuestra ha avanzado mucho en este campo. Aún
así, cuando se hace un búsqueda en Internet sobre los abusos
sexuales a menores dentro de la Iglesia en España, queda claro que
este tema está muy poco tratado y de forma muy superficial, algo que
viene a remediar el libro de Juan Ignacio, que es, aparte de bueno,
necesario.
1 comentario:
Por desgracia la pornografía infantil con el uso del Internet,se ha globalizado y diversificado.El único condenado que conozco personalmente, no formaba parte de la iglesia, pero si se aprovechaba de su cobijo, en los campamentos de verano de la parroquia abusaba de menores.Y ahora esta pudriéndose en la cárcel. Pero el hecho singular de este caso, es que le tuvo que denunciar su mujer, con la que tenía 2 hijos. Y que consiguió con eso ?, perder la mayor fuente de ingresos, que la embargaran el piso y un sin-fin de penalidades económicas. Nosotros desde nuestra perspectiva de tranquilidad de clase media,nos sorprendemos, porque hay víctimas que no denuncian. Pues no denuncian básicamente, porque por desgracia, el dinero es necesario y para conseguirlo,necesitas un trabajo.Entonces empieza la pescadilla que se muerde la cola , que termina en: a perro flaco, todo son pulgas.
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