lunes, 26 de febrero de 2018

Ángel González



     Conocí a Ángel González cuando ya era fan suyo. No recuerdo exactamente cuándo supe de sus poemas, pero tenía veinte años como mucho. A veces pienso que fue en un curso de El Escorial que trataba de Blas de Otero y en el que yo estaba estrictamente de polizón. A mi novia le habían dado beca y alojamiento en un curso sobre las "autopistas de la información" que venían y yo pasé unos días entrando en las conferencias que me iba apeteciendo. Recuerdo una de Savater sobre "el doble", otra de un profesor de sociología que tenía los mismos apellidos que acabarían teniendo mis hijos, y un encuentro sobre la gastronomía española en el que estaban Arzak y Adriá. Pero lo que más me interesó fue todo lo de Blas de Otero y el homenaje final en el teatro de El Escorial. En uno de los talleres previos llegué pronto y por colaborar, para compensar el morro que le eché por no estar inscrito, ayudé al señor que iba a ser el ponente a repartir fotocopias. Recuerdo aquella frase mítica: "tú reparte, reparte, que más vale que sobre pan que no que falte vino". Ese señor era Emilio Alarcos y me cayó muy simpático. Me encantó Blas de Otero, pero yo creo que relaciono a Ángel González con aquello porque tiempo después, un compañero de la biblioteca, de la época en que me tocó hacer allí la Prestación Social Sustitutoria, me regaló un libro que había llegado de muestra y que se titulaba "La poesía de Ángel González", firmado por Emilio Alarcos. Ahí está el nexo, pero eso fue un tiempo después, cuando Ángel González ya me había firmado mi ejemplar de Palabra sobre palabra tal como se ve en la imagen.
     La primera vez que vi en persona a Ángel González fue en una velada poética del colegio mayor Nuestra Señora de África en Madrid. Yo pensaba que había sido algún año antes, pero la hemeroteca dice que fue en 1998. Aquellas noches de poesía de principios de los noventa marcaron nuestra percepción de la vida y del mundo y el ciclo lo cerró Benedetti aquel mismo año. En ese caso la entrada libre llenó el salón de actos y casi nos quedamos fuera. No sé si hubo más veladas poéticas allí, pero ya no volvimos.
     Mirando los poetas y las poetas que participaron en la actividad el curso 1994-1995 me doy cuenta de que fui a todas las veladas y claramente lo mejor fue José Hierro. Al principio todo se hacía en un aula, pero después acabamos en el salón de actos. Crecer es lo normal antes de desaparecer. Los poetas, qué especie, gente extraña. Entre los declarados "poetas" había unos cuantos bastante engreídos, aunque la mayoría no lo era y desde luego los mejores no lo eran en absoluto. Los mejores que yo vi pasar por allí fueron Mario Benedetti, José Hierro, Gloria Fuertes y Ángel González.
    Antes de ir a ver a Ángel González me compré su antología, lo cual era un buen desembolso, pero yo ya trabajaba. El recital fue magnífico. Lo que mejor recuerdo fueron las explicaciones que dio de cómo coló a la censura un poema salvajemente antifranquista titulado "Discurso a los jóvenes". Pero coló. Y al final me puse a la fila con mi libro para que me lo firmara. Como era un joven osado, me atreví a llevar un cuadernillo de poemas de los que yo autoeditaba entonces. Lo de "autoeditar" es muy generoso tratándose de fotocopias dobladas, pero le dí a Ángel González uno de mis cuadernillos y el hombre, generoso, lo miró un poco por encima, se paró en una zona que jugaba a diseñar poéticas y escribió su cariñosa dedicatoria.
    Unos años después lo volví a ver en el festival de poesía de Guadalajara, pero nunca dejó de acompañarme. Está en muchos rincones de este blog, y también en la estantería de casa mirando sonriente desde su infancia:



     El otro día fue el homenaje que le hicieron a Ángel González sus colegas por el décimo aniversario de su muerte. Allí quedé con unos amigos y casi entramos, pero había que llegar antes. Entrada libre hasta completar aforo. El taxista que me llevó era más de Machado y hablamos de él. Yo le conté el episodio de Collioure y él me recitó un fragmento de Las encinas. Le dije que le iba a encantar Ángel González.
    Mientras tomábamos conciencia de que no iba a salir nadie de la sala en un tiempo razonable y que por lo tanto no íbamos a poder entrar, me entrevistó la televisión asturiana y les dije cuatro tonterías sobre la poesía y sobre Ángel Gonzalez. Por suerte para vosotros no he localizado el vídeo. Pero la realidad es la realidad y el homenaje empezó con nosotros fuera y con un frío considerable que empezaba a entrarnos por los zapatos.
     Al poco decidimos irnos y celebrar que estábamos juntos. Elegimos un asturiano y pedimos sidra y cachopo que tampoco está mal como sustituto a lo que estaba ocurriendo en la Sala Galileo. Y nada, palabra sobre palabra nos dimos un homenaje e hicimos nuestro propio homenaje.
     Permitidme que insista en que la cena estuvo muy bien. Tan bien que inventamos una palabra: Cachopoesía. Ahí va una definición y dos posibilidades para jugar: o ponéis vuestra propia definición o habláis de Ángel González.


#cachopoesía: dícese de la poesía alimenticia y rellena que viene en pedazos tan grandes que desbordan el plato y lo mejor es compartirla.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Con semejante biografía y después de haber conocido a tanto insigne poeta, escribir algo aquí, sería una simple osadía.
Pero soy de los que piensa, que mejor que hablen mal de uno a que lo ignoren.
Ni recuerdo ahora ningún poema de Ángel González, pero creo recordar en mi turbulenta memoria, que era un hombre, al que le gustaba compartir sus experiencias en compañía y cerca de una copa.