sábado, 7 de marzo de 2015

La primera vez que no te quiero


Ayer presenté a Lola López Mondéjar y a su novela en Azuqueca de Henares en la celebración adelantada del día de la mujer con este texto:


Me enteré de que Lola venía a presentar su novela La primera vez que no te quiero a “Abuqueque” o “Abuqueca”, que decía ella, y yo le corregí: Azuqueca. La primera vez cuesta comprender la extraña fonética de este nombre y su mágica correspondencia con la realidad, aunque luego uno la integra y ya es como si no pasara nada. Supongo que siempre fue así con todas las palabras, hasta con la palabra “agua”, aunque ya no lo recordemos.

Así que le dije a Eva que si quería yo la presentaba y me puse a releer la novela. La primera vez la había leído del tirón, absorbido por las peripecias de Julia y ahora la iba a leer de otro modo. Nunca nada es como la primera vez, nos decimos cuando nos hacemos los tontos y no queremos ver que todas las veces son la primera.

Lola es muchas cosas. Es psicoanalista. Es mi maestra. Y ya ven que escribe. Escribe y lo hace muy bien. Tiene montones de libros publicados y hace menos de un mes ha estrenado una obra de teatro con gran éxito, “Artes decorativas” se llama.

Creo que son afortunados por tener hoy aquí a Lola. Es la psicoanalista más interesante que conozco. Sabe hablar todos los idiomas del psicoanálisis, incluso lacanés, su dialecto más complejo, pero les garantizo que a ella se le entiende todo y lo explica todo muy bien. Sus textos sobre psicoterapia son tan claros y profundos como sus obras narrativas y si quieren empezar a pensar, pregúntenle por los temas que trata el libro: amor, género, libertad, creatividad, feminidad.

Pero hoy nos vamos a centrar en La primera vez que no te quiero. Es una novela hecha aparentemente de recortes porque es una novela que quiere contar mucho, muchísimo, lo quiere contar todo, como las buenas novelas, pero lo mejor es que es muy sugerente y muy sincera y está plagada de frases y de escenas para enmarcar.

Para que no se llamen a engaño, empezaré el libro por el final que dice: “Aunque pueda suponerse lo contrario, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. O casi” Y pueden ir después a la primera página y ya no les quedará duda: esta es la historia de una mujer por sobrevivir o por vivir, que es más corto. Sobrevivir tiene el matiz de lucha que no es tan claro en vivir, pero si naces mujer en España hace 50 años, el verbo adecuado es sobrevivir. Una mujer que no quiere parecerse a las mujeres que ve, que no quiere acabar vistiendo de negro llena de pelos en la barbilla, que sabe que el matrimonio es, en ese espacio-tiempo, algo mortalmente aburrido.

Julia es una persona que reúne muchos factores de riesgo para sufrir en la vida: es independiente, no acepta las convenciones sociales, declara solemnemente que quiere ser escritora y encima, es mujer. Claro que Julia diría que ella es así y que otra vida, no es vida.

El trauma de Julia es que no es amada por su madre que casi la ahoga nada más venir al mundo. Si aterrizas desnudo en este planeta y quien se supone que debe cuidarte no puede hacerlo, ¿entonces qué? La madre de Julia está muerta en un mundo de mujeres muertas. Es “un ser sin sexo, lleno de bondad, dedicada por entero al cuidado de su marido y su familia”. Su madre no vive, y esto determina quién es Julia y cómo se relaciona con las mujeres, con los hombres, con su destino. Siempre hay dos caras del trauma. Uno se puede quedar a vivir en él o puede elegir emigrar. Julia emigra, pero no basta con estudiar, con casarse e irse de casa, con vivir en Italia y acostarse con un hombre italiano o con más.

Julia quiso marcharse aunque eso era potestad de los hombres. Julia quiso dejar de ser sólo una tía follable y ser una mujer fuera de una pareja perfecta. Como no tenía madre, buscó a su verdadera madre en Marx, en Freud, en Doltó, en Klein, en Lacan, en Foucault, creando una genealogía propia. “Yo deseaba ardientemente ser revolucionaria”, decía para sí Julia, pero “mi cuerpo… era un hijo adiestrado en la cultura de la propiedad privada. Mi cuerpo sentía celos, quería exclusividad, pero mi deber revolucionario era no prestarle oídos”. Ser como Sartre y Simone de Beauvoir parecía muy atractivo, sobre todo con el enunciado de Sartre: «Trabajaremos mucho, pero llevaremos apasionadas vidas de libertad». Ser como ellos es el ideal de una generación, aunque luego está de Beauvoir, más pragmática, en su declaración de principios eterna: “La mujer no nace, se hace”. Julia deseaba ese amor “absoluto” pero no era tan fácil de alcanzar. Julia ama con todo su ser, tal vez como le han enseñado que se debe amar y sólo encuentra hombres que la aman un poco y de todos ellos el peor, el señor oscuro, que no la deja tranquila hasta que años después ella se atreve a resumir: “Tú no me quieres. No me has querido de verdad nunca. Déjame tranquila de una vez”. Y entonces, sólo entonces, pueden ser amigos.

Ser revolucionaria es algo muy atractivo y una identidad ética que da un suelo sobre el que poner los pies, ¿pero qué se hace con el miedo que te dan los “grises” de turno? ¿Qué se hace cuando una quiere ser independiente como Marie Curie y huyendo de su madre dependiente e ignorante se la sigue encontrando en todo los rincones de su vida?

Su tía le cuenta a Julia que su madre intentó matarla y ella piensa que así se va a librar de sus “asaltos de dolor oscuro”. Pero no, no siempre basta con hacer consciente lo inconsciente. Es imposible satisfacer a una madre culposa y deprimida hasta la eternidad. Es imposible redimir la culpa de haber nacido que es mucho peor que un inconveniente y sobrevivir en un hogar que es una “fría tumba”.  Pero, si la dejas, la realidad entra y te salva. Te salva siempre de morir ahogada, aunque te utilicen.

Al principio Julia sólo podía ser “una niña buena que seguía al pie de la letra los consejos de mamá, mientras esperaba que llegase la hora de hacerme misionera”, pero eso no bastaba. La palabra era “buscar” y no había otra alternativa para una niña que ya a los 14 años se da cuenta de que se puede explicar el Universo entero prescindiendo de la idea de Dios. Julia busca en un mundo que no admira a las mujeres y de “padres alcohólicos con secretas penas que olvidar”. En trabajos mal pagados, en reuniones, en grupos, en amores idealizados, en amores prácticos, en amores experimentales y hasta en orgías de las que enuncia sus leyes básicas: “Tercera: las mujeres, en las orgías, tenemos intereses eróticos completamente distintos de los que animan a los hombres”. Si sólo fuera en las orgías… Esto es algo que ella tarda en aprender. Es algo que no se puede aprender del todo. Pero la vida no es como la cuarta ley de las orgías: “son completamente inofensivas”. La vida está hecha para los hombres. “¿Por qué ningún hombre tolera la infidelidad que yo había estado soportando durante más de un año?”, se pregunta Julia. Sí, “somos lo que hacemos”, pero a algunos se les tolera que hagan más que a otros e, invariablemente, son hombres.

¿Cómo se hace para sobrevivir cuando se tiene una madre-nada, cuando una piensa realmente que no tiene nada que ver con su familia, que sólo sabe censurarla y fantasea con que la recogieron de una caravana de gitanos, cuando las palabras no sirven, cuando tu profesor de marxismo y psicoanálisis te chupa el cuello y tú no debes ofenderte?

El cambio, el crecimiento es dolor cuando cambia su preciosa casa de recién casada por el tren que la lleva a Port Bou. ¿Por qué? Es la eterna pregunta. Su lado oscuro, no tan oscuro como el Walter White le lleva a lo mismo. ¿Por qué lo hiciste? Porque me sentía viva. Dolor de sentirse abandonada por el hombre al que ama que se va con otras continuamente. Dolor de ser mujer en este planeta en el que la imagen de tu estirpe es la de una mujer que friega suelos sin fregona o que lleva agua interminablemente sobre su cabeza. Dolor de no poder disfrutar, desear, ser. El dolor de demasiadas elipsis, porque si están juntos un hombre y una mujer y la luz se apaga, ¿qué ocurre? No es lo mismo para ti que para mí. Y eso duele, como la queja de Julia: “¿Por qué nunca he tenido piel? ¿Por qué las cosas me llegaban directamente al alma sin poder defenderme de ellas con la razón?”. El dolor de que tu padrino corte el rabo a los galgos, el dolor de los abusos. El dolor de sentir que te desangras por desamor, que te falta el aire porque para tu madre eres nada. El dolor de darlo todo a quien no está dispuesto a dar apenas nada.  El dolor de redimirse por tener un hijo varón.

¿Cómo superar el duelo, los duelos? ¿Cómo soportar que la sombra del objeto caiga sobre el yo? ¿Cómo dar los pasos para que tu amor llegue a quedar libre y puedas volver a amar? Y no sirve tampoco la verdad, ya has escrito en una cartulina lo que dijo Cioran: “La verdad, no hay cosa que más se contradiga con el tiempo”.

Julia no deja un rito de paso vacante: se enamora de quien no debe una y otra vez, se desespera, se suicida, aborta, es madre soltera. No encaja ni en lo que es una psicoanalista ni le queda bien su uniforme. Pero sorprendentemente, ser madre redondea su identidad. No el hecho de serlo, sino el hecho de decidir serlo cuando ya no necesita un hombre. Ya vendrá un hombre con el que compartir la vida, no un hombre que dé sentido a la vida.

Y al lado del dolor está siempre la vida. Está la madre que resucita como madre, el grupo, las amigas, los amantes, los mejores amigos. Unos placeres vedados para quienes viven en el encierro. Los placeres que puede brindar el ídolo de los ojos vendados, Eros, el que no necesita ver para saber.

Rebelarse tiene un precio que incluye un destino como el de Sísifo, como nos recuerda el narrador de El gran Gatsby:  Somos “…botes que reman contra la corriente, incesantemente arrastrados hacia el pasado”. Este es el precio, una tarea interminable, pero eso sí, realizada de pie y con los ojos abiertos. Éste es el precio y éste es el premio.

Julia o Giulietta o Julieta o Lía, todas a la vez en dos líneas temporales abocadas a fundirse al final, que se entrecruzan sin parar. Porque Julia no vive en Bolonia, donde no te mojas si llueve, ella se moja, tiende el puente del amor aunque no la recojan al otro lado, y si hay un naufragio se puede tirar al mar para salvar a los demás, aunque la llamen cobarde. Julia recorre el camino de ser mujer, una vía redundante y doblemente fronteriza porque es mujer y es escritora para no vivir una vida ya escrita.

Julia termina de escribir su guía para las orgías con la séptima y última ley: “En una orgía lo mejor es no preocuparse más que del propio placer”. Y seguro que se pregunta ¿Esto vale para la vida?

Ser mujer es una creación en un mundo que te menosprecia y por eso es mejor la sensación cuando se llega al destino, después de recorrer todo ese camino lleno de fracturas, como una letanía, como un rap. Y Julia termina, en su propia narración, cuando dice: “La libertad es algo maravilloso e irresistible que convertía a las personas que sabían vivirla en auténticos personajes de novela”. Ella llega. Ha llegado, cuando se da la libertad para que sea la primera vez que no te quiero y es así cuando de verdad te puedo querer.

Les dije que yo me ofrecí a hacer esta introducción y no es por otra cosa que por escucharla, así que me callo y les dejo con ella.


El ejercicio de hoy es que presentéis un libro o a un autor, como también hace Asun todas las semanas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Vaya tarea nada simple que se le ha ocurrido a Toño: Presentar un libro o un autor. No sé si seré capaz, lo intentaré con una mirada externa, atrevida y poco rigurosa.
Siempre me ha perecido complicado separa al autor de su obra, sobre todo en novela. Cuando a un autor se preguntan si su libro tiene algo de él. Muchos se tornan mohínos, se salen por la tangente, o dicen que una parte no consciente puede estar reflejada en su obra. La vida es así, cuando nos exponemos al público, no queremos mostrar lo que somos, estamos acostumbrados a ir vestidos. El desnudo ruboriza y da miedo. Por eso es posible que la novela se creara como una forma de expresar lo sentido en muchos aspectos reales de la vida… pero disfrazándola, como si fuera la mirada de otro. También ocurre con la pintura, que no es realidad, sino una interpretación de la mirada del pintor. Pero la palabra es más dura, somos esclavos de lo que decimos.
Entrando en el tema, no sé si es el caso de muchos, o sólo de unos pocos fetichistas como yo que siguen a viejos conocidos: Encontré a Belén Gopegui, siendo ambos mucho más jóvenes, cuando yo andaba buscando cómo y para qué vivir, después de haber estudiado y trabajado bajo la óptica de los deseo que nos imponen los padres. Nos topamos en la Escuela Popular de Prosperidad, un lugar emblemático, donde nos planteábamos la autogestión educativa. Fueron años de despertar de nuestra conciencia social, de dar importancia que tiene a “lo común”, a la autocrítica y a la trasmisión de algo más que el simple conocimiento de las materias que encierran los libros reglados. Cuando hacíamos sentadas en la plaza de la Opera los sábados, con el Movimiento de Objetores de Conciencia contra la mili. Estábamos todos los raritos, muchos nos acercamos a la Escuela Popular, andábamos en lo mismo. Supongo que Belén, a su manera, también. Montamos un campo de trabajo en verano, para adecentar el viejo edificio de la vieja escuelita donde yo había estudiado, y pintamos la fachada con dibujos recurrentes de andamios con gente pintando. Con estas actividades frenéticas directas, en una etapa de acción y definición y búsqueda de lo que queríamos para nuestras vidas nos marcó para el resto de nuestras vidas. Después yo tiré para el monte, y Belén, que daba clases de literatura y escritura, siguió escribiendo, por derroteros más importantes como la prensa. Publicó un maravilloso libro que tuvo un inmediato éxito, por su estilo rompedor: “La escala de los mapas”, donde planteó el tema del amor y el miedo que infunde, junto al papel que juega el espacio y el tiempo. Sus novelas posteriores se volvieron más políticas, más denunciadoras de las injusticias sociales: Llegando a diferentes sensibilidades. Unas gustaron más que otras, alguna, para el común de los lectores, se tornaron más difíciles de digerir. Con el tiempo se afianzó su fuerza y su mensaje político en títulos como: “Tocarnos la cara”, “Lo real”, “El lado frío de la almohada”, como se nota en la presentación del libro “Deseo de ser punk”( http://www.elpais.com/edigitales/entrevista.html?encuentro=5668), profundizando en la cotidianidad, en temas políticos cuasi real como “Acceso no autorizado”.
Belén se ha transformado en una autora de denuncia del sistema, de enorme actualidad y vigencia, con frases llena de verdad como: “Este planeta sólo saldrá de la prehistoria, cuando el interés y el beneficio privados dejen de ser el motor de la economía”. Pero ahora, cuando ya las canas nos cubren a los dos, no dejo de pensar en su primera novela, donde pesaba en el azar, marcado por el tiempo y el espacio. Hoy, mirando atrás, intuyo que la manera en que vivimos, nos marca el camino que recorremos en nuestra vida. De una manera u otra, el amor y lo común, siguen impregnado todas las etapas de nuestras sendas, tan diferentes y parecidas. Esto es común para todos los seres humanos. Y pienso que, separar a los hombres de sus actos, es como separar al autor de su obra.
J.Rocha

Unknown dijo...

Cuando mi querido amigo Ralph Martin, aquí presente, me pidió que dijera unas palabras en la presentación de su nueva novela “La inaguantable obsolescencia de la Nada” yo me excusé diciendo que me encontraba en una expedición al Anapurna. Le mentí, sí, lo reconozco. Realmente estaba en un bar, a la vuelta de la esquina.
Cuando Martin me pidió seguidamente (con exquisita educación, eso sí) que le explicara cómo era posible que en las cumbres del Himalaya hubiera tanto ruido de vasos y risas, y que se oyeran nítidas frases grandilocuentes gritadas a voz en cuello del jaez de: ¡A ver esa de calamares, Manolooo! ó ¡Al fondo hay sitio señores! Yo le contesté que sí, que vale, que me había pillado.
No es que no quisiera hacer de cicerone en la puesta de largo de su reciente obra, es que no me sentía digno ni capaz de afrontar semejante reto. ¿Pues cómo es posible explicar un libro de 333 páginas, todas ellas en blanco, con una loncha de bacon retractilada en el interior? ¿Marcapáginas? ¿Metáfora grasienta? ¿sucinta provocación al pueblo berebere del Magreb? Nada de eso. Al final, meditaba la propuesta, accedí gustoso a acudir a esta presentación. Y que conste que el cheque bancario que tan amablemente deslizó mi querido Ralph en el bolsillo de mi americana nada tuvo que ver con mi decisión final.
¿Y por deberíamos convertir esta maravillosa obra en nuestra novela de cabecera? Por honestidad, por valentía y sobre todo, por afán de lucro. No solo el del autor, o el mío propio vendiéndome por cuatro duros, sino porque el poseedor de un ejemplar de este libro será el poseedor de un trozo de la Historia de la Literatura, un objeto de culto para coleccionistas.
¿Páginas en Blanco? Se preguntarán ustedes y seguramente se lo preguntarían las veinte personas que han abandonado la sala desde que he comenzado mi disertación. ¡Pues sí, en blanco!... Es el triunfo de la verdad, la composición más sincera.
La aceptación absoluta de la limitación de un lenguaje impuesto por el hombre no es sino la constatación evidente de la renuncia a una auténtica creatividad, esa que solo puede residir en nuestra imaginación. No se puede crear con herramientas prefijadas (el lenguaje) con las limitaciones de algo que ya está creado. Nos limitamos a hacer variaciones sobre el mismo tema una y otra vez. Esta novela es la exaltación suprema a la falta de creatividad. El triunfo del mínimo esfuerzo. Esta absoluta y genial rebeldía de Martin, su negativa radical al sometimiento de la disciplina del lenguaje, traslada al lector toda responsabilidad. Viene a decirnos… La mejor historia solo está en tu mente, aun no se ha escrito y tú tienes la llave. Toma una pluma y rellena todas esas hojas en blanco. Vive y haz vivir a tus personajes. Convierte ese desierto que tienes en tus manos en un vergel. Compra una baguette y hazte un montado con la loncha de bacon.
No les digo na, y con eso se lo digo tó: “La evanescente insoportabilidad de la obsoles…” Bueno, como se llame. Se lo recomiendo. Un gran libro de un gran tipo.
Gracias.