jueves, 18 de junio de 2015

Apágame, según Rilke



Rilke tiene mucho que enseñar, muchísmo.
Hoy me he perdido un rato en la red de relaciones que une a Lou Andreas-Salomé con Nietzsche, Freud y Rilke. Muy interesante. Ya os contaré otro día.

Hoy el ejercicio que os propongo es muy simple. Empezar un texto con esta palabra: "Apágame"




2 comentarios:

Anónimo dijo...

Apágame cuando deje de ser niño. Generalmente, se pasa a persona mayor, catalogándose para todos, como “normal” cuando uno puede vivir sólo y tomar sus propias decisiones, aunque tengamos cada uno nuestras propias características y peculiaridades. Pero esta es una historia de los otros, de los que toman otros rumbos, los que se trasforman en un sujetos con alma “geek”, que no quieren o no pueden despegarse de sus ordenadores, el apéndice más importante de sus vidas. Si fuera japonés, sería un “otaku”, y si cayera en una soledad más profunda, se transforman en “nerd”.
Esto le pasó a Gustavo. A ciencia cierta, nadie supo la razón, ni el momento exacto de su trasformación. Su madre se encontró, de sopetón y desprevenida, con un hijo que ya no tenía tiempo para comer, ni para asearse. El jovencito Gustavo se pasaba las horas en su habitación, sin tomar consciencia de su maduración o trasformación en “friqui”, como le llamaban sus amigos. Poco a poco, su personalidad fue cambiando. Generalmente, él se sentía adulto, pero era incapaz de llevar las riendas de su vida, no sabía en qué trabajar, ni quería dejar de vivir con sus padres que cubrían todas sus necesidades. Tenía agazapada la dependencia de la niñez que utilizaba en su provecho, según el momento, y de cómo le iba en su avatar informático. Su edad emocional se manifestaba variable, con diferentes estados de ánimo: A ratos se comportaba como un niño consentido, en otros, se transformaba en un enano gruñón. Su identidad había perdido la inocencia y la frescura de la niñez natural.
Su aprendizaje y maduración sobre la vida habían sido convulso. Sentía que su personalidad se destapaba; como se rompe, a modo de capas de cebolla, las protecciones de la infancia. Al final, solo le quedaba su muy útil, prodigiosa e intuitiva inteligencia. La resilencia con su familia, especialmente con sus padres, era nula. Buscaba retos nuevos y afectivos en las pantallas. Ya no sentía la claustrofobia que de niño le angustiaba, ni la necesidad de calle o la luz como signos de libertad. La conexión con el ratón y el teclado, como un fuego abrasador, cubría todas sus expectativas de vida. Tenía la capacidad de programar avanzando por encima de sus propios conocimientos. Las complejidades de accesos a redes desconocidas no le producían temor. La información compleja no le amilanaba, no se perdía ni cegaba ante nuevos programas y objetos de programación. Se veía con un futuro brillante en el mundo de la informática; como Bill Gates, su ídolo. Su adaptación a nuevos interfaces no era ni lenta, ni pausada. Pero fuera de las pantallas, para él, el mundo era inseguro, desconocido, y sobre todo, hostil.
Gustavo no quiso ir a la universidad, le parecía una pérdida de tiempo para él, como para muchos de los casos de éxito que en el mundo informático conocía. También le angustiaba tener que relacionarse con otros compañeros de carne y hueso. No se veía en una oficina, obedeciendo órdenes y haciendo trabajos por encargo. A él le gustaba adentrarse, según su intuición, por tierras desconocidas del mundo de la información digitalizada.
Cuando murieron sus padres, siguió en la casa que había heredado, cuando le desahuciaron por impagos, solo se llevó su ordenador y pidió que le dejaran trabajar en un cibercafé del centro, donde se instaló temporalmente, donde también dormía. Cuando se quedó sin dinero ni para comer, iba a la beneficencia de Cáritas. Al final, no tenía papeles que lo identificaran, pero su alias cibernético como hacker “SagPiper” estaba entre los diez más conocidos del mundo. La policía fue incapaz de identificarlo. Se desvaneció como persona física, sólo perduraba en la red su alias, seguía existiendo y aportando conocimiento, ya no se sabía si era una persona o muchas. Las leyendas cibernéticas cuentan que fue tragado por su propio ordenador.

jemart

María José dijo...

La mañana empezaba sin razón aparente,
amanecía el mundo y todo giraba de nuevo.
El sol entraba tranquilo, o nervioso, o indiferente,
o solo con intención de enredarse en su pelo.
Los ojos que miraban sin ver, sin percibir,
fijos en el dibujo de la luz sobre los libros,
intentando descifrar desesperados mensajes
entre motas de polvo que flotaban irracionales:
"Arde la pared,
arde el aire,
arde el pasillo sin roces, sin pisadas,
arde el llanto que no sale
y arden los ríos de lágrimas.
La mañana se hizo tarde
y la noche madrugada.
Arde tu recuerdo en mí.
Arde tu adiós que se clava
una vez y otra vez más
como una ardiente espada.
Arde mi cuerpo sin ti
y no sé qué hacer con su llama.
Apágame".

Y se apaga.

Mª José Olivares