jueves, 24 de enero de 2013

El hobbit


He empezado a leer otra vez este ejemplar de El hobbit que me regaló mi tía Victoria hace casi treinta años. Entonces me gustó y ahora que he ido con mi hijo y sus amigos a ver la peli al cine, ha surgido la oportunidad de releerlo. Leemos por turnos mi hijo y yo. Cuando leemos juntos, yo leo más, pero luego el libro se lo queda él y va avanzando solo. Cuando volvemos a leer juntos, me cuenta lo que ha leído y seguimos con la historia. Ya hemos pasado Rivendel.

Os copio el principio del libro para que os ambientéis. En dos páginas, el tranquilo y cálido agujero hobbit en el que apetece quedarse a vivir se empieza a convertir en otra cosa con la aparición de Gandalf...
El ejercicio que os propongo sería que escribáis algo relacionado con los hobbits o con los libros que se leen a medias.


El Hobbit
UNA TERTULIA INESPERADA
En un agujero en el suelo, vivía un hobbit. No un agujero húmedo, sucio, repugnante, con restos de gusanos y olor a fango, ni tampoco un agujero seco, desnudo y arenoso, sin nada en que sentarse o que comer: era un agujero-hobbit, y eso significa comodidad. 
Tenía una puerta redonda, perfecta como un ojo de buey, pintada de verde, con una manilla de bronce dorada y brillante, justo en el medio. La puerta se abría a un vestíbulo cilíndrico, como un túnel: un túnel muy cómodo, sin humos, con paredes revestidas de madera y suelos enlosados y alfombrados, provisto de sillas 
barnizadas, y montones y montones de perchas para sombreros y abrigos; el hobbit era aficionado a las visitas. El túnel se extendía serpeando, y penetraba bastante, pero no directamente, en la ladera de la colina —La Colina, como la llamaba toda la gente de muchas millas alrededor—, y muchas puertecitas redondas se abrían en él, primero a un lado y luego al otro. Nada de subir escaleras para el hobbit: dormitorios, cuartos de baño, bodegas, despensas (muchas), armarios (habitaciones enteras dedicadas a ropa), cocinas. Comedores, se encontraban en la misma planta, y en verdad en el mismo pasillo. Las mejores habitaciones estaban todas a la izquierda de la puerta principal, pues eran las únicas que tenían ventanas, ventanas redondas, profundamente excavadas, que miraban al jardín y los prados de más allá, camino del río. 
Este hobbit era un hobbit acomodado, y se apellidaba Bolsón. Los Bolsón habían vivido en las cercanías de La Colina desde hacía muchísimo tiempo, y la gente los consideraba muy respetables, no sólo porque casi todos eran ricos, sino también porque nunca tenían ninguna aventura ni hacían algo inesperado: uno podía saber lo que diría un Bolsón acerca de cualquier asunto sin necesidad de preguntárselo. Esta es la historia de cómo un Bolsón tuvo una aventura, y se encontró a sí mismo haciendo y diciendo cosas por completo inesperadas. Podría haber perdido el respeto de los vecinos, pero ganó... Bueno, ya veréis si al final ganó algo. 
La madre de nuestro hobbit particular... pero, ¿qué es un hobbit? Supongo que los hobbits necesitan hoy que se los describa de algún modo, ya que se volvieron bastante raros y tímidos con la Gente Grande, como nos llaman. Son (o fueron) gente menuda de la mitad de nuestra talla, y más pequeños que los enanos 
barbados. Los hobbits no tienen barba. Hay poca o ninguna magia en ellos, excepto esa común y cotidiana que los ayuda a desaparecer en silencio y rápidamente, cuando gente grande y estúpida como vosotros o yo se acerca sin mirar por dónde va, con un ruido de elefantes que puede oírse a una milla de distancia. Tienden a ser gruesos de vientre; visten de colores brillantes (sobre todo verde y amarillo); no usan zapatos, porque en los pies tienen suelas naturales de piel y un pelo espeso y tibio de color castaño, como el que les crece en las cabezas (que es rizado); los dedos son largos, mañosos y morenos, los rostros afables, y se ríen con profundas y jugosas risas (especialmente después de cenar, lo que hacen dos veces al día, cuando pueden). Ahora sabéis lo suficiente como para continuar el relato. Como iba diciendo, la madre de este hobbit —o sea, Bilbo Bolsón — era la famosa Belladonna Tuk, una de las tres extraordinarias hijas del Viejo Tuk, patriarca de los hobbits que vivían al otro lado de Delagua, el riachuelo que corría al pie de La Colina. Se decía a menudo (en otras familias) que tiempo atrás un antepasado de los Tuk se había casado sin duda con un hada. Eso era, desde luego, absurdo, pero por cierto había todavía algo no del todo hobbit en ellos, y de cuando en cuando miembros del clan Tuk salían a correr aventuras. 
Desaparecían con discreción, y la familia echaba tierra sobre el asunto; pero los Tuk no eran tan respetables como los Bolsón, aunque indudablemente más ricos. 
Al menos Belladonna Tuk no había tenido ninguna aventura después de convertirse en la señora de Bungo Bolsón. Bungo, el padre de Bilbo, le construyó el agujeró—hobbit más lujoso (en parte con el dinero de ella), que pudiera encontrarse bajo La Colina o sobre La Colina o al otro lado de Delagua, y allí se quedaron hasta el fin. No obstante, es probable que Bilbo, hijo único, aunque se parecía y se comportaba exactamente como una segunda edición de su padre, firme y comodón, tuviese alguna rareza de carácter del lado de los Tuk, algo que sólo esperaba una ocasión para salir a la luz. La ocasión no llegó a presentarse nunca, hasta que Bilbo Bolsón fue un adulto que rondaba los cincuenta años y vivía en el hermoso agujero-hobbit que acabo de describiros, y cuando en verdad ya parecía que se había asentado allí para siempre. 
Por alguna curiosa coincidencia, una mañana de hace tiempo en la quietud del mundo, cuando había menos ruido y más verdor, y los hobbits eran todavía numerosos y prósperos, y Bilbo Bolsón estaba de pie en la puerta del agujero, después del desayuno, fumando una enorme y larga pipa de madera que casi le llegaba a los dedos lanudos de los pies (bien cepillados), Gandalf apareció de pronto. ¡Gandalf!

3 comentarios:

BRAGAOMEANO dijo...

Yo lo ley en primero de BUP y me causo una grata impresión. Y sobre todo el respeto y el asombro por la persona que se invento un mundo que no existe, sin dejar ningún cabo suelto. También he pensado releerlo
con mi hijo, por si acaso coge con este libro el gusto por la lectura. Pero me parece que el bello ejemplar, igualito al que muestras en la foto, seguirá esperando en la estantería que tengo en la casa de mi madre.

Jesús Rocha dijo...

El Señor de los anillos y el hobbit, como historia fantástica de aventuras, suelen enganchar, sobre todo si te pilla a una edad temprana. Recuerdo su lectura ininterrumpida en el Pirineo, cerca de Els Encantats, junto a uno de los muchos lago de la zona, aislados por una tormenta de otoño, dentro de una tienda de campaña. La tormenta nos mantuvo incomunicados durante dos semanas, en un marco increíble. No podíamos ni teníamos otra cosa que hacer, salvo leer estos dos libros. Fueron dos semanas inolvidables. Pero fuera de lo personal, y hoy; la descripción del texto da que pensar: ¿Seríamos más felices si viviéramos como hobbits? Casi son un modelo ecologista de vida a seguir: pegados a la naturaleza y a sus huertas, aunque con una mentalidad bastante conservadora (como los irlandeses)… Y sus casas, ¿son habitables? Este modelo de casa, como sueño, pase, pero si lo lleváramos a la práctica real, serían viviendas oscuras. A lo mejor se conseguiría que fuesen cálidas, sin humedades. Se echaría de menos la claridad natural en su interior, por todos lados; la luz tendría que ser artificial, y durante todo el día. Son casas para topos. Lo que sí me agrada, es el gusto por las curvas. La mayoría de las casas de hoy, son diseñadas por arquitectos cuadriculados, que abusan de las rectas y los ángulos rectos. ¿Será por simplificar, o por vagancia, o por comodidad en la construcción para los que miden?
Lo que si es de admirar, es la integración de las casas con el paisaje, con esos tejados como parte de las colinas. Lo único que les faltan, son más cristales para dejar pasar la luz, y un aislamiento tipo Climalit.

Julieta dijo...

Lamento no poder seguiros con este libro, quizás mi edad contribuya. Sin embargo si quiero entrar en la experiencia tan gratificante y satisfactoria que es compartir un libro. Lo estoy haciendo de hecho ahora en los talleres de lectura, pero recuerdo con cariño el primer libro que compartí con mis hijos preadolescentes.
Era un libro tambien voluminoso, escrito por Stephen King y se titulaba "IT", publicada en 1986. El cómo llegó a manos de mis hijos lo ignoro o no lo recuerdo. Mi interés por la lectura y la transmisión de este a mis hijos ha sido primordial en su educación. Como sabeís no es fácil, por esto cuando descubrí un revuelo, regañinas e incluso peleas por la posesión de dicho libro me entró la curiosidad. Les preguntaba, insistía en que me contasen de que trataba y siempre su respuesta era -Mama no te va a gustar- Mi niña, de menor edad, una noche me confesó que daba mucho miedo. Esa noche, cuando estaban dormidos conseguí el libro y comencé a leerlo, primero llegue hasta donde la menor habia llegado, dos o tres horas más tarde donde lo había dejado el mayor, esa noche apenas dormí y un duro día de trabajo me esperaba al día siguiente. A los pocos días durante la comida les fui dando pistas para que viesen que yo también estaba leyendo el libro, sin desvelar ni a la una y ni al otro por donde iba del texto...la complicidad nos duró un mes. Fue tan divertido que llegamos a un pacto: esperar a la peque y que yo les leyera los tres últimos capítulos juntos...en la cama grande y llenos de susto.