lunes, 19 de octubre de 2009

La solución del asunto Flitcraft II


El personaje de La noche del oráculo se inspira en Flitcraft para escribir una novela. No obstante, así es como concluye la historia de Flitcraft en el capítulo 7 de El halcón maltés:

Todo aquello le pareció estúpido. Puede que lo fuera. En cualquier caso, la cosa acabó bien. La mujer no quería escándalos; y después de la faena que él le había hecho -faena según ella-, no quería saber nada de Flitcraft. Así que se divorciaron discretamente y todo el mundo tan contento. Lo que le ocurrió a Flitcraft fue lo siguiente. Cuando salió a comer pasó por una casa aún en obras. Todavía estaban poniendo los andamios. Uno de los andamios cayó a la calle desde una altura de ocho o diez pisos y se estrelló en la acera. Le cayó bastante cerca; no llegó a tocarle, pero sí arrancó de la acera un pedazo de cemento que fue a darle en la mejilla. Aunque sólo le produjo una raspadura, todavía se le notaba la cicatriz cuando le vi. Al hablarme de ella se la acarició, se la acarició con cariño. Naturalmente, el susto que se llevó fue grande, me dijo; pero la verdad es que sintió más sorpresa que miedo. Me contó que fue como si alguien hubiera levantado la tapa de la vida para mostrarle su mecanismo.
»Flitcraft había sido un buen ciudadano, un buen marido y un buen padre, no porque estuviera animado por un concepto del deber, sino sencillamente porque era un hombre que se desenvolvía más a gusto estando de acuerdo con el ambiente. Le habían educado así. La vida que conocía era algo limpio, bien ordenado, sensato y de responsabilidad. Y ahora, una viga al caer le había demostrado que la vida no es nada de eso. Él, el buen ciudadano, esposo y padre, podía ser quitado de en medio entre su oficina y el restaurante por una viga caída de lo alto. Comprendió que los hombres mueren así, por azar, y que viven sólo mientras el ciego azar los respeta.
»Lo que le conturbó no fue, primordialmente, la injusticia del hecho, pues lo aceptó una vez que se repuso del susto. Lo que le conturbó fue descubrir que al ordenar sensatamente su xistencia se había apartado de la vida en lugar de ajustarse a ella. Me dijo que, tras caminar apenas veinte pasos desde el lugar en donde había caído la viga, comprendió que no disfrutaría nunca más de paz hasta que no se hubiese acostumbrado y ajustado a esa nueva visión de la vida. Para cuando acabó de comer ya había dado con el procedimiento de ajuste. Si una viga al caer accidentalmente podía acabar con su vida, entonces él cambiaría su vida, entregándola al azar, por el sencillo procedimiento de irse a otro lado. Me dijo que quería a su familia como los demás hombres quieren corrientemente a las suyas; pero le constaba que la dejaba en buena posición, y el amor que tenía por los suyos no era de la índole que hace dolorosa la ausencia.
—Se fue a Seattle —continuó Spade— aquella misma tarde, y desde allí a San Francisco. Anduvo vagando por aquella región durante un par de años, hasta que un día regresó al Noroeste, se estableció y se casó en Spokane. Su segunda mujer no se parecía a la primera físicamente, pero las diferencias entre ellas eran menores que sus semejanzas. Ya sabe usted, mujeres las dos, de esas que juegan decentemente al bridge y al golf y que son aficionadas a las nuevas recetas para preparar ensaladas. No lamentaba lo que había hecho. Le parecía razonable. No creo que nunca llegara a darse cuenta de que llevaba la misma clase de vida rutinaria de la que había huido al escapar de Tacoma. Y sin embargo, eso es lo que me gustó de la historia. Se acostumbró primero a la caída de vigas desde lo alto; y no cayeron más vigas; y entonces se acostumbró, se ajustó, a que no cayeran.

3 comentarios:

David Ruiz dijo...

En Spokane al señor Flitcraft todavía le dio tiempo a tener unos cuantos hijos más. Forrest que afirmaba que la vida era una caja de bombones, Marisol que sostenía que la vida era una tómbola y Julio, el más pasota, que pensaba que la vida sigue igual. Más tarde abandonó a ésta su segunda familia porque el señor Flitcraft creyó haber descubierto el sentido de la vida al ser cagado por un mirlo blanco en la manga izquierda de su chaqueta de los domingos. Se traslado a Tupelo [Missisipi] dónde se casó de nuevo con una mujer similar a las anteriores. De este matrimonio nacieron los siguientes hijos: Pedro [el navaja] que canturreaba día y noche “la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ay dios”, Jorge que creía que nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar y Camilo que pensaba que vivir así es morir de amor.

Tras otras siete revelaciones y más de veinte hijos el señor Flitcraft murió a los noventa y dos años en Springfield [Arizona]. Murió de vida natural mientras dormía.

Lástima que no te pillara esa viga a tiempo señor Flitcraft.

BRAGAOMEANO dijo...

Esa vida, es parecida a la del padre de Julio Iglesias.

Jesús Rocha dijo...

Aunque no venga a cuento, Flitcraft era cazador y era consciente de que todos los años ocurría lo mismo, llegados al otoño, se volvía a oír los tiros por el monte. Las tradicionales cacerías comienzaban. Como todo lo que se repite, todo estaba regulado bajo la costumbre: los permisos, las fechas, los cotos, las piezas, la forma de cazar, Se procuraba que todo siguiese siendo igual, la tradición manda. Ya viene de viejos hábitos, se educa para ello, se mantiene y potencia para que siga la historia.

Pero qué es lo que empujó a nuestro protagonista a conservar la caza como el único hábito antiguo en su nueva vida: ¿deporte o entretenimiento? Y que tanto juego de prestigio siempre le dio, siendo consciente de que movía tanto dinero. Creo que el sentir el poder, el poder en estado puro que aprecia todo cazador, con todas sus implicaciones: sojuzgar, hacer valer la fuerza personal, la maña. No se caza para comer, ni para ganar riquezas o prestigio; se caza para imponer por la fuerza, de la que el cazador es conciente que tiene de más. La caza es una práctica para ser utilizada sobre otro ser más débil. Me imagino que los violadores y los agresores de género deben sentir el mismo placer. Flitcraft lo sabía; para mucha gente y para él, las ansias de poder hay que ejercitarlas. Creía que era como un músculo que se podía perder por falta de ejercicio. No era bueno que en el clan salieran vástagos débiles, sin ansias de poder, serían seres escuálidos y escuchimizados; carentes de esta fuerza instintiva que te pone por encima de los demás. Para eso está la caza, para hacerte valer ante los seres inferiores. Por eso, Flitcraft, a pesar de haber cambiado de vida, conservaba la costumbre de cazar en otoño.