miércoles, 16 de mayo de 2012

El diletante apresurado

Mi amigo Félix, que no es el de la canción, ha tenido la feliz idea de empezar un blog.
En la primera entrada nos cuenta por qué se lleva a casa una Olivetti que alguien tenía abandonada. Yo creo que le debe dar las gracias a Mireia por el empujón.
En la segunda entrada nos cuenta cómo perdió el otro día el tren (ver imagen y tú Félix, escanea mejor el texto) y acabó con resaca y sus secuelas.
Éste sería el ejercicio, hablar de aquel tren que perdístéis.

3 comentarios:

BRAGAOMEANO dijo...

Nunca perdí el tren, porque nunca fui a cogerlo, siempre fui en mi coche,
ya fuera de día o de noche.
Pero el Sábado pasado llegué tarde al fútbol, porque en pleno Madrid, Paseo de Extremadura, me encontré una romería del Rocio, por medio la calle escoltada y todo. Eran unos 200 romeros detrás de una carreta. Que cabían perfectamente por la acera. En este país, con lo del respeto a las minorías, siempre estamos jodiendo a la mayoría, que se nos esta quedando el color de la fritura, tanto freirnos a impuestos. Y sin derecho siquiera al pataleo. Yo llenaría un tren, con destino a ninguna parte, que fuera lleno, de todos los que nos han hecho llegar a esta situación, sin ticket de retorno.

Jesús Rocha dijo...

Casi siempre pierdo el tren, y me quedo triste, por esa extraña manía mía, de querer atraparlo en el último instante. Siempre me entretengo cuando debería estar saliendo. Pero es igual, la vida tiene sus compensaciones. O dicho de otra manera: La vida sigue apurando el tiempo que nos ha tocado…como los trenes: con sus imperturbables horarios continuos. Igual para todos: Suena el pitido, se cierran las puertas, comienza a desplazarse lentamente, como la infancia; después va tomando un ritmo de traqueteo casi constante e imperturbable: la madurez. Y acaba para todos igual, cuando llegamos al final de la estación; así seamos viejos o jóvenes; avaros o espléndidos; con cuartos o pobres; tontos o astutos…da lo mismo: vivimos mecidos por el traqueteo de la vida, con diferentes fuerzas, salud y deseos. Tan solo debemos procurar que la última estación esté lo más alejada posible, y que en el instante final, antes de apearnos, todo quede en orden. Y sí no, da lo mismo: la vida es un camino inútil que vuelve al punto de partida, a pesar de tener la sensación de que los días se arrastran y los años vuelan. Otros subirán al tren con la mente ocupada en sus cosas, mientras muy pocos serán conscientes del perverso engranaje donde suben, comprenderán el diseño para que el tren se mueva. La maquinaria parece compleja, pero en realidad es una acumulación de pequeñas soluciones a intereses comunes. Un sistema, una disposición general, para que el tren se desplace sobre la vía.

David Ruiz dijo...

Hubo un tiempo que el que tomaba un tren para ver amanecer y otro para ver atardecer. Un tren de ida y un tren de vuelta. Por aquel entonces leía en los trenes, leía mucho porque los trayectos eran largos o eso me parecía a mí, pero durante el amanecer y el atardecer prefería quemarme las retinas mirando al sol. Luego volvía la mirada al interior del vagón y las personas aburridas que bostezaban en sus asientos parecían por unos segundos seres luminosos.

Hubo un tiempo en el que no había mejor manera de aprender la relatividad entre espacio y tiempo que llenar el estómago vacío de chupitos de tequila un viernes por la tarde. Entré en la estación de Suances a las 18:50 de la tarde y llegué a la estación de Canillejas (dos paradas más allá) a las 21:35 de la noche. Lo único que recuerdo es haber vomitado en las papeleras del andén. Como el Metro de Madrid “vuela” supongo que el malestar fue consecuencia de un mareo y no del alcohol ingerido.

Hubo un tiempo en el que era pobre y perdía trenes. Ahora que, además de estar en el taco soy un tipo duro y sentimental, puedo permitirme el lujo de perder aviones, como Humphrey Bogart en Casablanca.