sábado, 13 de marzo de 2010
Momentos
En un bar en el que por suerte se podía hablar, Antonio se ha puesto a darle vueltas a los momentos que archivamos en el recuerdo; todo por el relato de su amigo Juan que se titula Mi colección de momentos. Los momentos que es lo único que realmente guardamos y que vamos reconvirtiendo cada vez que recordamos en trocitos cada vez menos reales y cada vez más nuestros. Raquel, entre creativa y provocadora (qué creación no lo es), nos ha pedido que relatásemos un momento, el primero que se nos pasara por la cabeza. Y éste es el juego de esta noche a las 3 de la mañana desde el monasterio de la calle San Leopoldo: escribe tu momento en los comentarios, ése que tienes guardado, como el que te acabamos de contar. También valen imágenes como ésta de fin de fiesta que nos acaba de disparar Jaime (enviadlas a joseanperez84@hotmail.com).
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13 comentarios:
Mi momento de esta noche es de hace 8 años pero lo cuento en presente: estoy en los Campos de Marte al pie de la Torre Eiffel, son las 3:30 de la noche y no hay nadie más que yo y Javier, tumbados mirando al cielo. Nos levantamos y montamos en su furgoneta, bastante borrachos, y empezamos a conducir siguiendo el Sena, callados, con los Beattles sonando. Un escalorío me recorre de arriba a abajo. Es Julio, pero hace frío.
En primer lugar, mi colega el que ha escrito el primer comentario se ha olvidado de firmar, pero que conste que es Hombro 1.
Yo también tengo un momento Torre Eiffel. La cola para subir en ascensor era larguísima y una de las de seguridad nos dijo que en uno de los pilares (¿el sur?) se podía subir andando sin hacer cola y luego coger el ascensor en el segundo piso hasta arriba. Los niños eran bastante pequeños y dijeron que vale. Empezamos a subir y los padres nos quedamos atrás mientras ellos subían y subían sin parar de hablar por la emoción a no sé cuántos metros del suelo. Nosotros los veíamos delante y no podíamos decir nada por la falta de aire.
Hombro al aire
No recordamos nuestra primera infancia, es decir, esos dos o tres primeros años de vida. Como mucho, haciendo un gran esfuerzo, aparecen imágenes como "flashes" sin mucho sentido, sólo caras, o lugares, o frases. No recordamos nuestra propia lactancia ni nuestros primeros pasos. Es imposible recordar (sin ayuda externa) nuestros tres primeros Reyes Magos. Qué lástima.
Por eso atesoro el momento, ya algo mayorcita pero aún niña, en que mi hermana Pili, creyéndome dormida me cojió en brazos como pudo y me llevó a la cama. No abrí los ojos. Fingí el sueño. Disfruté enormemente esa sensación de protección y cariño que sabía no podría repetirse. Así fue, pero el momento sigue intacto en mi memoria, y puedo recurrir a él cuando lo necesito.
Para eso se inventaron los recuerdos.
MªJose.
Momentos para recordar hay muchos, variados; la felicidad está siempre trabajando en ello. A mi memoria me vienen muchas veces las noches claras de luna llena, cuando se ven los árboles envueltos en luz plateada, y en especial, los cipreses queriendo alcanzar al cielo.
Estábamos en Picos de Europa, en la majada de José, a unos cinco kilómetros de los lagos. Habíamos cenado un arroz con carne que había sobrado de una boda en la que habían estado por la mañana. Como llevaba ya un par de días sin comer en condiciones aquel arroz tan simple y tibio me supo a gloria, o tal vez me supo a gloria que aquel pastor de cabras y vacas lo compartiera con unos desconocidos después de darnos además cobijo. Junto al fuego de la chimenea otro de los pastores de una majada cercana relató con acento asturiano como había tenido que subir a rescatar a una de sus vacas “a veces las vacas son como algunas personas de bobas, se meten en lugares tan enrevesados que luego no son capaces de encontrar el camino de vuelta”. Yo pensaba continuamente “reunión de pastores” mientras ellos se contaban historias para ponerse al día.
Nosotros dormíamos en la parte de arriba del establo, donde no podían acceder los animales – en teoría – porque en la práctica, dos días después las vacas se mearon en nuestros sacos de dormir. Seguramente gracias al culín de whisky que nos bebimos tras la cena, mientras mis compañeros se encaminaban bostezando hacia el establo, a mí me dio por subir a un risco cercano. Siempre he tenido muy mal beber. Así que con mi pequeña linterna de petaca y haciendo eses trepé entre las rocas, no sabía muy bien a dónde iba y menos aún para qué. Cuando llegué a lo más alto apagué la linterna y me recosté sobre la hierba ya fría.
Entonces miré al cielo. Creo que en la vida he vuelto a ver tantas estrellas como en la oscuridad de aquella noche de verano. Sobre aquel monte se paró el tiempo durante unos segundos. De repente una de aquellas pequeñas estrellas perdida entre constelaciones comenzó a crecer y a brillar cada vez con más y más intensidad. No llegó a iluminar el cielo pero si que se hizo notar en el firmamento más que el resto de sus compañeras. Luego empezó a adquirir un color azul intenso hasta que de pronto desapareció. Estaba seguro que acababa de presenciar una supernova, la muerte de una estrella. En lo infinito del Universo éste me hacía un guiño, a mí y tal vez a unas pocas personas más en todo el planeta Tierra. Sonreí en señal de agradecimiento y me quedé un rato más acostado sobre la hierba intentando calcular en vano cuánto tiempo hacía realmente que aquella estrella había desaparecido en el espacio. Más tarde, mientras bajaba el risco pensaba “la fortuna es estar en el lugar y momento adecuado, con la cantidad justa de alcohol en sangre para poder disfrutarlo” Si fue algo casual o por el contrario dios o el destino quisieron que gracias a un vaso de whisky yo pudiera presenciar aquello no me importa, eso se lo dejo a los filósofos. De todas formas – a quien corresponda – gracias por el trago.
Tus recuerdos son más que palabras, más que miradas.
Son gritos del alma, con sombras de mis soledades.
Momento de alegria, dentro de un sueño: Trataba de obtener autorización para instalar un banco de madera, del Ayuntamiento. Tratàbamos + bien. Colas, esperas, incomodidades, cuando se enciende la luz, y digo a mi acompañante: no es necesario pedir autorización, si se trata de instalarlo en lugar público no nos la concederán, y si es en lugar de nuestra propiedad, no necesitamos autorización.
Momentos...8 de septiembre 1990,contracciones,sudor, miedo...Una niña hermosa en mis brazos..Luz, vida..
Musica de fondo yo girando al ritmo. tus ojos querian alcanzarme en el paso volante de aquel momento,tu brazo rodeandome, agosto encendido,Marchamalo el entorno...
A mis pies el pueblo y el oceáno Atlántico,verde por doquier,aire danzante que movia mi pelo,a mi lado mi padre...Belleza infinita ,un regalo ,un momento.
No recuerdo la fecha, pero si el lugar.Alicante. Esperando en el semáforo para cruzar hacia la estación. Era por la tarde, anocheciendo ya. Si darte cuenta, notas unas formas raras en el cielo. No las está mirando, pero las ves. Van cambiando de forma y de textura. El semáforo se pone verde, pero sigues mirando. El tiempo se ha parado, pero las formas siguen moviendose con orden pero sín concierto. Por un momento parece que escuchas música que va al ritmo de las formas. Son los coche, pero tu hace rato que te has ido. No estás allí. Cuando vuelves, el semáforo ya está rojo otra vez. te alegras, puedes volver a mirar hacia el cielo. Te gusta ver esas formas que hacen los estorninos antes del crepusculo.
Para ilustrar mi momento, os dejo este video, que no es mio ( http://vimeo.com/9606636 )
Hombro al aire
Digamos 5:30 de la mañana. Está amaneciendo. Me he despertado repentínamente y me he incorporado. Mis retinas están más dormidas que yo, pero aún así logran mostrarme un paisaje. Cielo despejado con nubes dispersas, y mar enfrente. ¿Mar?. Si, un mar brillante, sosegado e inmenso se extiende hasta el horizonte delante de mis narices frias por el rocío. Me restriego la cara. A cada lado yacen cuatro personas embutidas en sacos. Creo que no estoy soñando. La brisa me alborota más el pelo, no se oye nada. Si, un ligero ronroneo a lo lejos. Me rasco el cogote, y definitívamente no estoy soñando. Estoy sentado dentro del saco sobre la hierba húmeda, justo al borde de un acantilado que desciende verticálmente 80 metros hasta el mar en algún lugar de la costa norte de Normandía. Respiro hondo.
Hombro 2
Un domingo cualquiera
Sin despertador, sin obligaciones y con todo el día por delante abres un ojo para comprobar que aun son las 7.30, aunque ya no tienes sueño te das la vuelta y lo cierras otra vez (el otro ojo lo mantienes cerrado para despertarte solo a medias). Es un gran momento. Sonríes mientras dejas tu mente libre, enredándote en cualquier pensamiento y visualizando lo que harás cuando te levantes (sí, eso es lo que hacemos las personas como yo, racionales y organizadas). Hoy decides que irás a pasear al monte, hace mucho que no vas y ya es primavera, o eso dicen los grandes almacenes. Mira, me está entrando sueñecito. Te duermes y vuelves a despertar con el olor a pan tostado y el sonido del exprimidor, tu chico te prepara el desayuno…ummm…te recreas en ese momento para concluir que adoras a tu chico. Por fin decides que toca levantarse. Se ha hecho un poco más tarde de lo que tu pensabas, pero te imaginas con el sol en la cara y rodeada de naturaleza y vuelves a sonreír. Mientras das los buenos días te acercas al suculento desayuno, por el rabillo del ojo puedes ver por un instante que donde anoche había una cocina hoy hay mondaduras de naranja, migas de pan, cazos, platos, todos los aparatos que tienes en los armarios e incluso algunos que no sabias ni que tenias. Mientras te preguntas si lo que ha preparado es un desayuno o un banquete nupcial lo ves ahí, tan mono, con su delantalito y todo que decides no preguntarte nada y sonreír. Te das cuenta que hasta que consigas convertir la estancia anterior en tu cocina de nuevo te va a llevar un buen rato y que tu visita al monte empieza a peligrar, pero de momento disfrutas del desayuno. Mientras saboreas tu tostada empiezan a sonar las campanadas anunciándote que son las 10. Este es un curioso don que adquirimos todas las personas que vivimos cerca de un campanario: por muy concentrada que estés en una tarea, conversación, lectura, etc. cada vez que suenan las campanas tienes la capacidad de continuar con lo que estás haciendo mientras por dentro, irremediablemente, vas contando campanadas, y al terminar, cada vez, sin excepción, te dices a ti misma: “mira, son las 10”. Empiezas a hojear la prensa consciente de que el tiempo corre, pero apetece tanto repantigarse en la butaca y enterarse de la actualidad…Se nos ocurre mirar que tiempo hará en el monte, cuestión absurda pues está a media hora de la ciudad y con asomarnos al balcón tendríamos una idea muy aproximada, pero oye, no vaya a ser que allí este nevando, que el tiempo está muy loco. Ala, pues a encender el ordenador. De paso mira que hay que ver por allí. Cuando te das cuenta, estás documentada como para hacer una tesis sobre la flora y la fauna de la zona pero ha pasado una hora y no ves claro que te de tiempo. ¡Madre mía! es tardísimo, a la ducha. Coges el champú y empiezas a oír una mascletá. Sí, así es, en Valencia nos sobran los motivos (y la pólvora) para celebrarlo todo con petardos, así que casi todos los domingos tenemos ruido a mediodía. Esto confirma que tu plan se ha ido al garete y que no eres ni racional ni organizada, pero oye, ¡menuda mañana de domingo! No la cambias por nada.
hombro masvaletardequenunca
Dar un paseo en bici por los campos de arroz de la Albufera. Llegar de la playa con la piel tirante y darte una ducha antes de ir a tomarte unas cañas. Ver amanecer en un pueblo de playa tras una noche de fiesta y risas con tus primos (la vuelta a la infancia de repente). Que llueva y no tener que coger un metro ni tener que ver la cara de tu jefe. Empezar una noche como otra cualquiera y acabar muriéndote de risa a costa de las patas de gallo de tu hermana. Iniciar un viaje (por tierra mar o aire) es un gran momento, a veces más intenso que el viaje mismo. Cruzar una mirada con un desconocido/a y que salten chispas. Volver del gimnasio con las endorfinas despegando. Una reunión de mujeres bebiendo y fumando a escondidas (jugando a lo prohibido). Y mi último gran momento: calzarme las primeras sandalias del verano.
Hombro súper tardón.
Es curioso esto de escribir sin ser conocido, pero es necesario esconderse en la oscuridad para decir...Que sí, es verdad que denuncié a un amigo. Busqué en la guía de la ciudad, la dirección postal de la policía, compré un sobre y un folio, que no toqué con los dedos, y en una biblioteca pública escribí la denuncia. Sospechaba de este amigo -solo era eso un amigo-, como posible informante de una organización terrorista. Saqué por la impresora lo escrito, lo fotocopié, introduciendo la hoja comprada en la fotocopiadora del trabajo -siempre podrían averiguar que papel utilizaba la fotocopiadora de mi empresa-, la metí en el sobre y lo envié via buzón.
Nunca supe si tuvo algún efecto la denuncia. No se lo pregunté a este hombre, que por cierto me había prestado dinero y sacado de un apuro en cierta ocasión. Espero que me pongais de vuelta y media, firmando o no el comentario.
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