sábado, 25 de octubre de 2008

Getafe negro

Estos días se está celebrando en Getafe su festival de novela policiaca llamado "Getafe negro".
La fotografía es de la presentación al principio del verano y en ella aparecen Lorenzo Silva y Juan Madrid (la noticia y la foto son del blog Papel en Blanco).

Dentro de las actividades propuestas hay un concurso de microrrelatos policiacos cuyas bases resumen así:

+ Relatos que tenga como máximo 2.000 caracteres (una página máximo, comprobad con la herramienta "contar palabras" de Word).
+ "Los microrrelatos tendrán que ser de género negro" (sea lo que sea eso).
+ Fecha límite para el envío de los microrrelatos: 24h del 27 de octubre, o sea, pasado mañana (tenéis una hora más por el cambio de hora).
+ Se enviarán en el formulario que encontraréis en la página de Getafe negro.
+ El premio son 300 € y alguien del club ha propuesto que si lo ganamos cualquiera de nosotros deberíamos invitar a cervezas.

Ejemplo de micro-microrrelato negro:

Lo último que vio fue las iniciales del barbero grabadas en la empuñadura de cuero y su propia cara llena de espuma frente al espejo.

Antonio Simón Echeberría (en el libro Quince líneas)

No olvidéis colgar vuestros microrrelatos en los comentarios, justo aquí debajo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gustaría que figurara en esta página el calendario de reuniones en la bibliteca de Guadalajara. Me lío. Gracias.

Anónimo dijo...

RELATO NEGRO
Lo sé
Lo sé. Hoy voy a morir. Aunque lo intente, aunque probara maneras inverosímiles de hacerlo, no podré escapar. Estoy acorralado. Sólo mantienen una norma moral: cumplir siempre su palabra.
Me dieron cuarenta y ocho horas para devolver la mercancía o el dinero.
¡Me la robaron! ¡Lo juro! Parecía tan improbable, pero por lo visto no es imposible. ..
No me creyeron. El plazo se cumplió. Por eso quiero dejar mi testamento arrepentido. Me equivoqué el día que por ganar un poco de pasta fácil traje el primer paquete, y después, bueno, ya sabes, cuando estás dentro ya no puedes estar fuera, por lo tanto, para quién pueda interesarle, denuncio que el capo del narcotráfico de la orilla sur es Gi…
La puerta se abrió con un estruendo de madera y metal. Y como una eyaculación, sesos y sangre mancharon el papel.
Andrea Pinçu

David Ruiz dijo...

SAM PICCIOTI

Se encontraba tirado en aquel callejón oscuro, entre cubos de basura, como una vulgar rata. La gabardina apenas tenía un par de semanas y ya la había adornado con siete balazos. La sangre salía lentamente por cada uno de aquellos siete agujeros de su cuerpo. Con un último esfuerzo sacó un cigarrillo y se lo encendió. Le reconfortaba el calor cerca de la boca en una noche tan fría. De repente recordó a todos esos estúpidos que siempre le decían cuando le veían fumar “el tabaco te acabará matando Samuel”.

El final de aquello era cuestión de minutos y se iba a morir con la sensación de ser el peor detective privado de la historia. Sam Piccioti, se decía resignado con la espalda apoyada en el muro, tu primer caso y mira como has acabado. Cuando aquel supuesto marido celoso entró en su oficina hace unos días y le contrató para que siguiera a su mujer nunca pensó que la cosa se complicaría tanto. Lo peor era que no sabía si aquellos siete balazos eran cortesía de la policía de Stone River, los sindicatos de trabajadores, la mafia italiana, el crimen organizado ruso, la yakuza japonesa, los clanes chinos o cualquier otra asociación de tipos sin escrúpulos. No había llegado a profundizar tanto en el caso, a penas había conseguido el nombre de la mujer a la que seguía. Los curritos que fueron a tomar las medidas de su despacho para colocar el letrero en su puerta le preguntaron ¿Samuel Piccioti? ¿qué clase de nombre es ese para un detective privado?

De repente sintió como alguien golpeaba su pie derecho ¿Aún sigues vivo? – le preguntó con sarcasmo un tipo flaco, vestido con un elegante traje negro y con el sombrero calado, desde la penumbra – supongo que todos esos agujeros aún resultan pocos para un tipo tan corpulento como tú. Sam reconocería la voz de aquel bastardo en medio de un concierto de trompetas y trombones, su primer y único cliente. ¿Por qué? – le preguntó respirando con dificultad. Los detectives tenéis una visión muy romántica de vuestro trabajo – le contestó mientras le hurgaba en los bolsillos – ¿qué quieres que te diga? ¿que ha sido un tema de corrupción policial? ¿tráfico de obras de arte de valor incalculable? ¿un caso que hará temblar los cimientos del sistema político? Simplemente busque al detective privado más novato que pude encontrar y lo utilicé como cabeza de turco. La chica a la que seguiste lleva unas horas muerta y debido a tus descuidos un par de personas podrán testificar que estuviste acosándola durante estos últimos días. Un encargo aséptico. Tu y ella habéis tenido mala suerte, yo solo estoy haciendo bien mi trabajo, limpiando las huellas. ¿A qué te dedicabas antes de hacerte detective Samuel? ¿eras contable? – sexador de pollos – contestó él con una mueca de dolor mientras se acomodaba el brazo izquierdo tras la espalda. El tipo flaco dejó escapar media sonrisa de cinismo – se que no te consuela y que tal vez no es necesario que te lo diga, pero no es nada personal Samuel, solo son negocios.

Un fogonazo de luz seguido de un estruendo iluminó el callejón. El olor a metal limpio y nuevo recién quemado lo inundó todo. ¿¡Nada personal inútil!? – le dijo Sam al tipo del traje negro que yacía en el suelo frente a él con un boquete entre los ojos – para matar al alguien solo es necesaria una bala. Todavía deberías darme las gracias por evitarte el sufrimiento que tú me estás haciendo pasar a mi – pero lógicamente aquel trozo de carne sobre la acera ya no volvería a dar las gracias a nadie. Si hay que dormir en el infierno siempre es mejor que haya alguien conocido que te arrope – pensó, y le pegó la penúltima calada a su cigarrillo. Samuel Piccioti, se decía a si mismo, el peor detective de la historia ¿Samuel Piccioti? ¿qué clase de nombre es ese para un detective privado?

El hortelano dijo...

Un bello lamento

Salí a la terraza para escuchar el bello lamento del vecino al que nunca había visto. Pero solo encontré silencio. Ni siquiera la luna. Defraudada volví a la cama. A un lado y a otro mi bebé y mi marido dormían plácidamente y supe que algo le había pasado a mi vecino nunca visto.
Hacía dos semanas había descubierto que un hombre en mitad de cada noche, desde su balcón, hablaba con una mujer muerta a la que había amado muchísimo. Nunca tuve la curiosidad de saber exactamente de qué piso provenía la voz, ni de a qué hora comenzaba la conversación. Yo solo sabía que tras despertarme a media noche, amamantar a mi hijo y dejarlo dormido en su cuna salía a la terraza y me metía por unos momentos en medio de un amor que yo nunca había conocido, en medio de algo profundo, injusto y triste. Escuchaba unos momentos y antes de sentirme una entrometida volvía a la cama.
Al día siguiente de añorar el lamento pregunté al casero si había algún apartamento libre. Me comentó que en pocos días, una pareja de estudiantes, dejaba el suyo. Precisamente de estas chicas recibí una nota extrañamente cortés dados los tiempos, anunciando que celebrarían una cena de despedida y que perdonáramos las posibles molestias.
El día del festejo un poco más de movimiento de lo habitual. Mientras anhelaba la voz de mi vecino nunca visto, desde el balcón vi como la pareja de estudiantes arrastraba el cuerpo de alguien pasado de copas. En ese momento yo supe que acababa de ver a mi vecino nunca visto y que no volvería a oír su bello lamento.