lunes, 9 de junio de 2025

Bedroom safari

 



(El otro día, Alejandro Pérez-Paredes me invitó a presentar su libro Bedroom Safari. Solo os puedo decir que me ha encantado y que os lo recomiendo. Ahí va el texto que he escrito a pie de libro:)


Bedroom safari


Como dice Pasolini: «la poesía no se consume… uno puede leer miles de veces un libro de poemas y no consumirlo». Esto pasa con el libro que me llegó hace unos días que se llama Bedroom safari

 


La Oikoteoria

 

Porque nada piensa el alma sin la imaginación, del mismo modo que nada perciben los sentidos sin lo sensible. 

 Averroes 

 

El humano está perdido entre su imaginación y la información que le traen los sentidos. El río ascendente de los sentidos choca con el río que baja desde su memoria y su imaginación y en ese choque se fragua su ser, su yo, su vida. Para que tenga alguna estabilidad necesita un lugar protegido dentro del mundo inhóspito de lo real, necesita una casa y para tener una casa, tiene que hacerse su propia casa. 

Alejandro Pérez-Paredes elabora en las primeras páginas del libro una teoría sobre la casa, sobre el «hacer casa» u oikeiosis en la que uno siente que escucha también al Georges Perec de Las cosas y de Un hombre que duerme. Por ciento que les recomiendo releer estos libros o ver la película Un homme qui dort que pueden encontrar en Youtube.

Todo empieza con los humanos viendo qué hacer con su pulsión de vida. En el libro se insinúa que la vida es una defensa maníaca con lo que Ferenczi seguramente estaría de acuerdo. A él se le atribuye aquella preciosa frase: solo una pulsión, de vida. Pero no vamos a meternos ahora en discusiones bizantinas sobre teorías pulsionales o sobre si existe o no la pulsión de muerte.

Ya que estamos aquí, vamos a construirnos una casa, nuestra casa. Vamos a hacer un yo en el confluir de nuestra conciencia, nuestros sentidos, nuestra memoria. Vamos a construir un yo dejando de lado El error de Descartes

Como diría Suely Rolnik, cuidado con que el inconsciente indoeuropeo transmutado en inconsciente neoliberal nos envuelva y nos haga llevar una vida de presidiarios fanáticos de su prisión. Tenemos que existir creando una ficción propia, nuestra casa. No tenemos nada mejor que hacer que inventarnos un yo en continuidad con el mundo y con el resto de los humanos en el entramado, en el rizoma. 

Alejandro es un antropólogo inocente de la vida cotidiana que nos lleva de la mano por nuestra propia casa enseñándonos los rincones en los que no habíamos reparado. Mira en este montón de zapatos, mira esta monstera que tiene todo el mundo. Se pasea como un Alberto Caeiro del siglo XXI comentando que bastante metafísica hay en no pensar en nada. Alguna vez le sale otro heterónimo de Pessoa y nos quiere hacer conscientes de la «matriz antropológica occidental» de la que también habla Bruno Latour porque quizá es la única manera de poder escapar de ella.

Con el libro como guía, recorremos nuestro pequeño reino, invistiendo el mundo que nos inviste. A veces caminamos en nuestra utopía racionalista de la que tenemos que prescindir para volver al contacto con las cosas. No hay otra salida del mundo de las cosas que volver a encantar el mundo. No podemos evitar pensar en Lacan y en nuestro contacto con el mundo, evitando lo rudo que es lo real y apoyándonos en lo imaginario y lo simbólico, nuestra ficción personal y nuestra ficción colectiva. Toda la vida peleando contra el mito y contra el rito sin poder escapar de ellos, pero al menos podemos contar nuestra versión.

 


Intimidad piel palabra

 

Las palabras no hacen el amor, hacen la ausencia 

 

Alejandra Pizarnik 

 

¿Quién necesita a Lacan si tenemos a Alejandra Pizarnik? La lengua materna es un buen sucedáneo de la madre. Alejandro, hermano de Alejandra, empieza a insinuarnos que ha estado bastante tiempo alejado de la lengua materna. Más adelante dirá que estuvo a ratos oculto de ella en la calle Sardenya de Barcelona. En esa calle vivieron muchos años mis amigos. Allí nacieron sus hijos y allí les conté yo el cuento del Peral de la Tía Miseria. Con la lengua materna podemos engañar a la muerte un tiempo y subirla a lo alto del peral y mediante un encantamiento no permitir que baje hasta que ya todo el planeta nos lo pida.

Alejandro nos recuerda que la lengua es sobre todo una cosa. Así puede ser un objeto transicional winnicottiano o un pequeño dictador que imparte doctrina como dirían Deleuze y Guattari.

La lengua nos protege del vacío de la soledad, pero también nos recuerda que somos contingentes, porque su sabor nunca llega al sabor de lo que perdimos. De esto no podemos escapar vestidos a la moda ni cantando desde el panteísmo.

Hay una opción que puede tener éxito temporalmente. Como titula Carmen Martín Gaite su libro: La búsqueda de interlocutor. Si en esta búsqueda encontramos la parole pleine, la palabra plena, la conexión real, la empatía y no la especularidad, la escucha para crear/pensar y no la repetición, el arte y no el entertainment, la casa y no el hotel, el cantar juntos en vez de escuchar música solamente, en suma, si encontramos a alguien que nos acompañe, merecerá la pena caminar hasta aquí.

 


Aroma banquete alimento 

 

Y agarraos si el antropólogo viene a comer a casa. Ni los olores ni los sabores serán como antes. El olor a malestar de la cultura desde Homero hasta las mitologías de Barthes llega hasta su nariz y no se calla. Aunque solo pueda disfrutarlo una vez en la vida prefiero asistir a un festín de Babette que a diez mil comidas calvinistas.

Alejando nos cuenta también que en todas las lenguas del mundo la palabra «mamá» la inventan los niños. Es el ruido de beber mamando. Mamá significa beber. La forma del pecho y su función hacen un ruido y ese ruido se convierte en símbolo, en signo, en palabra, en significante. Se crea así un mundo paralelo que distancia a los humanos del resto de los animales. Así aparece en ellos la Inteligencia artificial general (AIG) y ya pueden superar el test de Turing.

En una época anterior, el autor ha intentado ser estructuralista, encontrar una teoría unificada, pero se tropezó con el rizoma. Después se obsesionó con Ser y tiempo. Pero un día tocó algo blando y caliente y le llegó el olor de casa. Ya no había categorías ni teorías. El contacto con la piel de otro humano le hizo caer en que el ideal es una estatua. Como decía el sabio, si encuentras tu estatua, destrúyela a martillazos. Alejandro ya se puede comer tranquilo una tarta con la cara de Martin Heidegger.

¿Cómo puede un humano alimentarse tanto con tan poco?

 


Sonido música silencio

 

Alejandro es también Orfeo con su lira. Nos lleva a conocer la música como quien lleva a Aureliano Buendía a conocer el hielo. Por el camino enamora a la ninfa Eurídice que por un accidente mitológico se muere y Orfeo, con su música, es capaz de engatusar al mismísimo Hades y hasta rescatarla del inframundo. Desgraciadamente, la impaciencia del músico frustra la huida. La música nos saca del inframundo, pero solo por momentos. 

La separación naturaleza/cultura, música/ruido a veces es clara, o nos lo parece, pero en realidad no. La música es inseparable de las esferas, por eso la entendemos todos los humanos como una lengua madre universal. Pero es que a la vez la magia de la música es que cada casa que hacemos los humanos tiene una música particular, aunque todo esté en silencio. Lo mismo ocurre en la casa de el hombre que duerme y que no abre la puerta aunque golpeen repetidamente los amigos. 

Nuestro yo es una caricatura superpuesta a nuestro cuerpo físico es el yo-piel de Didier Anzieu. Nuestro yo tiembla con la música que lo alcanza como con el canturreo de una madre. La palabra es primero música, pero su vida es efímera y viene luego el silencio. El silencio del inicio o del fin.



Casa mobiliario jardín

 

Dentro de nuestro hogar existe la tentación de adaptarse, de aceptar la cadena del trauma como algo natural, de pisar a los que están debajo. Tragar es una tentación a veces inevitable. Traga, ajo y agua. Muchas veces todo esto tiene que ver con nuestra oralidad. Pero es que si tragamos no podemos cantar, no podemos hablar.

La casa es un exoesqueleto del sapiens que a su vez tiene dos capas: la casa externa y la casa interna. Los humanos somos cíborgs con lenguaje y con casa. Necesitamos todo este aparataje porque somos frágiles y si se nos da la oportunidad, intentamos hacernos una casa más grande y más aislada para evitar la fricción con el mundo. Afán inútil. La fricción duele, pero la no fricción es vacío, inexistencia.

Los más listos de la clase nos dicen que el yo es una alucinación. Eso es cierto y no, porque toda la realidad es una alucinación que se produce dentro de la caja de nuestro cráneo, en un cerebro que está a oscuras protegido por las meninges. Dentro de esa caja de hueso vivimos nosotros, unos seres técnicos que se comunican con el exterior mediante unas poleas musculares y una piel llena de detectores. En un espacio tan cerrado somos capaces de crear una vida ampliada con yo, con lengua, con historia, con patria. Con cosas así hacemos casa y nos inventamos los binomios que explican la realidad e incluso en algún momento podemos escapar de la dictadura del 2 y caer en la euforia del tres. Así empezaron los cojines sobre el diván de Donald Winnicott: uno, dos, tres, muchos. 

Alejandro nos regala un libro de instrucciones para nuestro mundo. Es un libro que a veces nos deslumbra. A veces no queremos luz.

Me pregunto qué escribirá este hombre después de haber superado el estructuralismo y a Martin Heidegger, después de haber plantado un hueso de aguacate, después de haber querido abarcarlo todo aunque sea en el pequeño espacio de la casa.

Me pregunto también qué hubiera escrito si tuviera un conejo en su alfombra.



Mudanzas

 

Qué no, qué no

Que el pensamiento no puede tomar asiento

Que el pensamiento es estar

Siempre de paso

De paso, de paso

De paso

 

Luis Eduardo Aute



Si no sabéis por dónde empezar este libro empezad por el último capítulo: «mudanzas». 

Este capítulo arranca resumiéndonos todo: «Como en la metafísica de Aristóteles, los nativos europeos creemos tener una esencia en razón de la cual todos somos siempre nosotros mismos, a la vez que los ecosistemas tímicos que nos instituyen y constituyen —sus rizomas, enredos, acoplamientos— se entienden como accidentes ajenos e impropios. Pero lo cierto es que la esencia es un enredo y, a escala humana, la mudanza representa la esencia íntima del mundo.»

O sea, que los racionalistas se alejen de mí por favor, aunque todos hayamos sido arrojados al mundo. Y claro, todos estamos perdidos buscando de vuelta una madre que ya no existe. Corremos para escapar de la sombra del objeto que cae continuamente sobre nosotros. El duelo es nuestra resistencia a la realidad, pero la realidad nos induce una metamorfosis necesaria, constante, imparable. 

El final del duelo es aceptar la mudanza. 

 


Figura 1. «Mudarse», poema de Georges Perec incluido en el libro.

 

Por último, Alejandro dice que ordenar la casa es cantar una cosmogonía. Aprender a hacer una casa dentro de una casa es aprender a controlar un pequeño universo, ya que todos los demás son muy grandes para poderlos manejar.

 


Finale

 

Alejandro nos cuenta que el núcleo metafísico que sostiene todo el andamiaje teórico de Occidente es Kant. De Kant dijo Stefan Zweig en La lucha contra el demonio, obra en la que habla sobre las tristes vidas de Nietzsche, Höldelin y von Kleist:

«Soy de la firme opinión de que la influencia de Kant limitó en extremo la producción poética de la época clásica (…) Kant perjudicó en extremo la expresión sensual, la euforia de la poesía, el libre curso de la imaginación, al quererlas llevar hacia su criticismo estético. Esterilizó las facultades puramente poéticas de todo aquel que abrazó sus teorías. ¿Y cómo podría ser de otro modo? Un ser todo cerebro, todo fría razón, ¿cómo podría ese hombre, que no conoció mujer ni salió de su provincia, ese hombre que era como un delicado mecanismo de relojería (…) desprovisto de espontaneidad (…) cómo podría ese hombre, repito, ser jamás útil a un poeta, a un poeta que vive solo por sus sentidos, que se eleva por su imaginación y a quien la pasión arrastra siempre a la inconsciencia?»

Como en su libro Bedroom Safari. Una antropología de la vida cotidiana Alejandro Pérez-Paredes defiende una tesis más o menos contraria a la de Kant, una teoría rizomática opuesta a toda división arbitraria. Toda la metafísica occidental es prefabricada y lista para vendernos una narrativa que no nos permite pensar. Por eso voy a terminar con otra cosa estupenda que tiene este libro: hay unos bars magníficos por toda la obra y con ellos voy a hacer un poema dadaísta que recoge algunos de ellos, todo muy rizoma y un poco homenaje a Camila Cañeque, como pueden ver: 


Este poema se titula «Bedroom Safari. Otra antropología de la vida cotidiana»:

 

No existen las interacciones.

La fantasía capitalista de un crecimiento económico infinito hace proliferar una serie de chismes de Shein, Temu, Aliexpress o Amazon. 

Secuelas desencadenadas.

La economía de mercado encerró la imaginación en la mercancía, en la publicidad y los supermercados.

 

Pensar implica dejarse llevar por la imaginación.

La vida murmura al oído: la profundidad del cosmos en su afuera es la que llamamos inscrita en nuestros corazones. 

Dios no existe, pero aún así juega a los dados con nosotros.

 

El niño llama “mamá” a la profesora.

Un lapsus es en todo caso como un glitch en la gramática social.

 

El significado es, en realidad, un sentimiento compartido.

La desaparición de alguien supone perder algo del sí mismo y a veces casi todo.

Se aprende con humildad y se agacha la cabeza ante la existencia: todos somos contingentes. 

Callarse es contener un incendio.

Dios no come.

Un humano es un ser-hambriento por definición.

Compañeros significa “aquella persona con quien se comparte el pan”

Lo humano más propio es la técnica de cuidado.

¿No es como si la persona que hemos perdido se llevase consigo el hambre?

 

La fantasía de omnipotencia actúa como mecanismo de defensa en un sistema incomprensible.

La nariz roza lo irrepresentable.

Cantar en el baño es cantarse a uno mismo.

Llenos de significantes que nos sacamos de encima como si fueran legañas, conciliar el sueño es un arte complicado para los seres humanos.

Las personas que no son transparentes ante sí mismas tienen bad trips al ingerir drogas alucinógenas.

El silencio es peligroso porque permite al pensamiento fluir.

 

Nuestra casa es nuestro rincón del mundo. 

En nuestra cultura, quien llena de basura su casa es considerado un enfermo mental, no así quien ensucia el resto del planeta.

Sin objetos no existirían las prácticas que conducen a la inteligencia homínida.

Sin magia no hay casa, hay oficina.

Al desembalar nuestras cosas en la casa nueva sólo una etiqueta no resulta realmente imprescindible: «frágil».