En medio del barullo del verano, Esther Peñas me hizo esta interesante entrevista. Está publicada completa aquí, en Diario Cermi. La foto la he tomado de la publicación de Instagram.
Os pego a continuación el inicio de la entrevista que arranca fuerte:
"Todos me preguntan por usted, señor Zweig" (Sílex Ediciones). A través de este ensayo, entusiasta, ramificado, frondoso, equilibrado, fascinante, el psicoanalista y escritor Pere Rojo (Guadalajara, 1971) se adentra en uno de los autores más populares y queridos por los lectores, Stefan Zweig (1881-1942), un austriaco que vivió (y retrató) el periodo de entreguerras, se relacionó con las personalidades más significativas del XX, sufrió el hostigamiento nazi, cierta condescendencia de sus pares y que finalmente se suicidó, junto a su esposa, en Petrópolis, Brasil, un 22 de febrero de 1942.
Sin ser un autor a la altura de Conrad o Faulkner, ¿qué tiene la escritura de Zweig que resulta incombustible?
Para empezar, y con mucho amor por Conrad y Faulkner, cuestionaría esta afirmación en nombre de muchos lectores de Stefan Zweig. El canon literario es una cosa y los gustos de los lectores otra, y es verdad que Faulkner y Conrad están en el Olimpo de los autores más importantes del siglo XX, pero Stefan también. Es curioso que durante toda su vida se le criticó mucho entre otras cosas porque lo leían mujeres. Y esta crítica se sigue manteniendo en la actualidad, mientras sesudos académicos siguen sacando del canon a mujeres tan valiosas como estos dos autores que decíamos. Si les preguntamos a los lectores de Zweig, habrá muchos que opinen que les emociona, les enseña, les muestra cosas que a lo mejor Faulkner o Conrad no les muestran. Faulkner es muy innovador y Conrad muestra un poquito mejor algunas oscuridades del alma humana, pero Stefan Zweig te acompaña, te cuenta, indaga, te mete en la acción y en la emoción de la mejor manera posible para que lo entiendas, para que lo veas, para que vivas cosas que, si no, no podrías vivir. Quizá por eso sigue teniendo fans y se está reeditando de una forma casi furiosa ahora que han expirado los derechos de autor.
¿Puede hablarse de una escritura femenina, en el caso de Zweig?
Hablar de femenino y masculino es algo que me desagrada. Será porque dentro del propio psicoanálisis es un hábito que aún no se ha perdido y que creo que genera más problemas que beneficios. Las etiquetas son útiles, incluso las etiquetas diagnósticas nos sirven para hablar de cosas inaccesibles de otro modo, pero etiquetar de masculino o femenino apuntala un dualismo que está ahora siendo cuestionado en nuestra cultura y que creo que, después de tantos siglos de ser el planteamiento hegemónico y único permitido por la ley, lo más sano que podemos hacer es cuestionarlo. Como comenté, a Stefan Zweig muchas veces se lo etiqueta como escritor de mujeres, como si los géneros literarios que él trata fueran de segunda línea. A la vista está en 2025 que sigue siendo uno de los autores más leídos y si vas a cualquier librería encuentras en el mostrador alguna de sus obras. En su época decían que escribía fácil, que escribía para chicas. ¿Es eso escritura femenina? Stefan Zweig en sus obras de ficción escribía sobre sentimientos y sobre la vida afectiva de sus protagonistas. Quizá así llegaba a las mujeres, más interesadas en estos temas. En mi opinión estos son los temas más importantes de la vida. Yo soy el primero que ha criticado, en mi propio libro, algunos planteamientos sentimentales o afectivos del autor por encontrarlos anacrónicos, pero desde luego, Zweig intentaba tratar los temas que le interesaban y por lo visto a mucha más gente.
Verhaeren, Blake, Goethe, Rilke… ¿quién fue su custodio literario?
Admiró a muchos hombres grandes, pero no todos ellos se caracterizaron precisamente por ser muy empáticos o muy buenos amigos. Verhaeren se comportó como un padre con él y lo adoptó en cierta medida. La admiración del joven Zweig y el amor que el poeta belga ponía en todas las cosas y también su mujer generaron una especie de adopción mutua que fue muy fructífera para todos. La sabiduría del viejo poeta que se había apartado del mundo y a la vez hablaba del mundo actual, no del mundo de las musas, le sirvió de gran inspiración, que llegó a decidir no escribir obra propia hasta que no tradujera toda la obra de Verhaeren. Desgraciadamente, la Primera Guerra Mundial partió en dos la vida de los europeos y también la amistad de ambos.
Rilke, era un hombre solitario dedicado a su poesía como un asceta y que solo prestaba atención algo constante a las mujeres que le hacían de mecenas-madres. Zweig se acercaba a él lo que podía, pero Rilke era muy esquivo.
Goethe era el gran jefe del canon alemán del siglo XIX aunque, como dice Zweig, cuando se puso a buscar al gran novelista de las distintas lenguas, no encontró ninguno en lengua alemana que estuviera a la altura de los de su volumen Tres maestros. Balzac, Dickens, Dostoievski.
Quizá el hermano más cercano en el mundo literario fue Hermann Hesse. Su amistad era casi como una hermandad y sus primeros encuentros tan emocionantes como quien ha encontrado por fin un amigo para toda la vida. Se entendían totalmente como autores y, de hecho, se dio la casualidad —que no creo que fuera tal— de que Hesse publicó Siddhartha en 1922 y Zweig Los ojos del hermano eterno en 1921, los dos con una temática muy similar, buscando respuestas en Oriente, reflejo de la enorme crisis en la que estaba inmerso el mundo.
La persona más influyente en la vida de adulto de Zweig creo que fue Romain Rolland. Aunque era un poco mayor que él, ejerció de hermano mayor y de Pepito Grillo, recordándole que los intelectuales se tienen que mojar. Zweig no terminó de comprar del todo esta perspectiva, pero siempre tuvo a Rolland de referente, aunque en la huida final se distanciaron.
Otra persona que influyó mucho en él fue Joseph Roth, un escritor bastante más joven que él. La admiración de ambos era mutua. Zweig era muy generoso con los jóvenes escritores, incluso a veces en exceso. El caso de Joseph Roth es muy sangrante porque Zweig lo admiraba y le intentaba ayudar a publicar bien y a no perder su dinero en el desastre de su alcoholismo. Pero Roth, desde la enfermedad mental de su primera esposa, a la que hubo que internar en un psiquiátrico, fue una especie de suicida de baja intensidad que se mató poco a poco con el alcohol. Para Zweig era como tener un hijo drogadicto que no quiere curarse.
«Pronto dejó de creer en la creatividad y su concepción de la misma se parece mucho al método científico», dice usted. ¿Afectó esto a su estilo?
En el libro digo algo así como que la creación artística se parece al método científico, pero no deja de ser una versión de la famosa frase de que la creatividad es un 10% de inspiración y un 90% de transpiración. El parecido radica en que el artista ha de tener una mirada estrábica, escindida. Por un lado, tiene que mirar hacia lo deductivo, hacia lo que tiene encima de la mesa, combinarlo, trabajarlo, pulirlo, probar distintas combinaciones, hasta que encuentre algo que le parezca interesante, mientras que con el otro ojo mira hacia lo inductivo, hacia el mundo externo, está tocando la fibra del universo que le rodea porque en algún momento va a saltar una chispa inesperada y tiene que estar ahí para agarrarla.
En el fondo, este era también el estilo de Zweig, aunque él dice que en un principio escribía como un torrente y no quería corregir nada una vez plasmada la primera versión de la historia. Pero eso fue un arrebato de juventud que cambió luego en la edad adulta, porque su estilo lo cuenta muy bien él en El mundo de ayer y lo cito en el libro: «(210) A Stefan le llevó tiempo encontrar este procedimiento con el que obtenía ese ritmo arrebatador que atribuían a sus libros y que era fruto de su “método sistemático que consiste en excluir pausas superfluas y ruidos parásitos”». El descubrimiento de este método lo explica como si se debiera a un defecto suyo en la magnífica traducción de Ágata Orzeszek y Joan Fontcuberta: «Soy un lector impaciente y temperamental. En una novela, una biografía o un debate intelectual me irrita lo prolijo, lo ampuloso y todo lo vago y exaltado, poco claro e indefinido, todo lo que es superficial y retarda la lectura. Solo un libro que no cese de mantener su nivel página a página y me arrastre hasta el final de un tirón y sin dejarme tomar aliento me produce placer completo. Nueve de cada diez libros que caen en mis manos los encuentro llenos de descripciones superfluas, de diálogos plagados de cháchara y de personajes secundarios innecesarios; resultan demasiado extensos y, por lo tanto, demasiado poco interesantes, demasiado poco dinámicos. Incluso en las más famosas obras maestras de los clásicos me molestan los abundantes pasajes arenosos y monótonos, y muchas veces he expuesto a los editores el osado proyecto de publicar un día toda la literatura universal en una serie sinóptica, desde Homero hasta La montaña mágica».
Como él cuenta, su método consistía en acumular toda la información posible y estudiar detalladamente la documentación hasta el mismo registro del almacén de la cocina de María Antonieta. Y luego, en la fase de escritura, recortar implacablemente el manuscrito hasta que no le sobrara nada para su propósito narrativo de contar la historia con la mayor emoción posible, que era lo que quería transmitir al lector.
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