Por fin se ha publicado Todos me preguntan por usted, señor Zweig. Han pasado justo diez años desde Los escritores suicidas pero, entre distracciones, ideas fallidas, Variaciones Goldberg, libros a medias y demás estamos aquí. Gracias a Editorial Sílex el libro está en la calle con una edición muy cuidada y vistosa.
Como presentación os copio el inicio de la segunda parte del libro que enlaza con Los escritores suicidas:
II
“¡Hablad, recuerdos, elegid vosotros en lugar
de mí y dad al menos un reflejo de mi vida
antes de que se sumerja en la oscuridad!”.
Stefan Zweig en El mundo de ayer
(final de la introducción)
Los escritores suicidas II
Ya no era posible vivir en Viena. El imperio, la Kakania de Musil, se había derrumbado, y no es de extrañar, porque su máximo ideal era que nada cambiara. Tan soporífera era su hegemonía que al desaparecer no dejó rastro en muchos de los territorios que ocupaba. Pero eso no ocurrió en Viena, donde el hombre sin atributos se había pasado los últimos días de la humanidad bailando la Marcha Radetzsky. Stefan ya no podía vivir allí, aunque en las décadas anteriores la ciudad hubiera alumbrado muy a su pesar la arquitectura moderna, la música dodecafónica, la pintura no figurativa y el psicoanálisis. Las trincheras habían producido el Tractatus y ya no era posible seguir viviendo igual. La Viena en la que leer a Kant bastaba para ser un intelectual ya no existía y tampoco parecía ser suficiente decir “yo leo a Kierkegaard”, aunque fuera el filósofo más importante del siglo xix según Wittgenstein. La ética abstracta y categórica de Kant ya no bastaba. Hacía falta una ética del individuo, existencial, ¿pero quién se para realmente a conversar con los filósofos y a cambiar su vida? En general la gente prefiere alguien que les ordene lo que hay que hacer, que les guíe. Europa en general y Viena en particular habían llevado la ortodoxia hasta un límite que la convertía en irreversible. Por eso se hizo necesaria una revolución, aunque eso luego solo dé lugar a un breve periodo de esperanzas y después a la génesis de una nueva ortodoxia, así, sin descanso.