(El otro día, Alejandro Pérez-Paredes me invitó a presentar su libro Bedroom Safari. Solo os puedo decir que me ha encantado y que os lo recomiendo. Ahí va el texto que he escrito a pie de libro:)
Bedroom safari
Como dice Pasolini: «la
poesía no se consume… uno puede leer miles de veces un libro de poemas y no
consumirlo». Esto pasa con el libro que me llegó hace unos días que se llama Bedroom
safari.
La Oikoteoria
Porque nada piensa el alma sin la
imaginación, del mismo modo que nada perciben los sentidos sin lo
sensible.
El humano está perdido
entre su imaginación y la información que le traen los sentidos. El río
ascendente de los sentidos choca con el río que baja desde su memoria y su
imaginación y en ese choque se fragua su ser, su yo, su vida. Para que tenga
alguna estabilidad necesita un lugar protegido dentro del mundo inhóspito de lo
real, necesita una casa y para tener una casa, tiene que hacerse su propia casa.
Alejandro Pérez-Paredes
elabora en las primeras páginas del libro una teoría sobre la casa, sobre el
«hacer casa» u oikeiosis en la que uno siente que escucha también al Georges
Perec de Las cosas y de Un hombre que duerme. Por ciento que les
recomiendo releer estos libros o ver la película Un homme qui dort que
pueden encontrar en Youtube.
Todo empieza con los
humanos viendo qué hacer con su pulsión de vida. En el libro se insinúa que la
vida es una defensa maníaca con lo que Ferenczi seguramente estaría de acuerdo.
A él se le atribuye aquella preciosa frase: solo una pulsión, de vida. Pero no
vamos a meternos ahora en discusiones bizantinas sobre teorías pulsionales o
sobre si existe o no la pulsión de muerte.
Ya que estamos aquí,
vamos a construirnos una casa, nuestra casa. Vamos a hacer un yo en el confluir
de nuestra conciencia, nuestros sentidos, nuestra memoria. Vamos a construir un
yo dejando de lado El error de Descartes.
Como diría Suely Rolnik,
cuidado con que el inconsciente indoeuropeo transmutado en inconsciente
neoliberal nos envuelva y nos haga llevar una vida de presidiarios fanáticos de
su prisión. Tenemos que existir creando una ficción propia, nuestra casa. No
tenemos nada mejor que hacer que inventarnos un yo en continuidad con el mundo y con el
resto de los humanos en el entramado, en el rizoma.
Alejandro es un
antropólogo inocente de la vida cotidiana que nos lleva de la mano por nuestra
propia casa enseñándonos los rincones en los que no habíamos reparado. Mira en
este montón de zapatos, mira esta monstera que tiene todo el mundo. Se pasea
como un Alberto Caeiro del siglo XXI comentando que bastante metafísica hay en
no pensar en nada. Alguna vez le sale otro heterónimo de Pessoa y nos quiere
hacer conscientes de la «matriz antropológica occidental» de la que también
habla Bruno Latour porque quizá es la única manera de poder escapar de ella.
Con el libro como guía,
recorremos nuestro pequeño reino, invistiendo el mundo que nos inviste. A veces
caminamos en nuestra utopía racionalista de la que tenemos que prescindir para
volver al contacto con las cosas. No hay otra salida del mundo de las cosas que
volver a encantar el mundo. No podemos evitar pensar en Lacan y en nuestro
contacto con el mundo, evitando lo rudo que es lo real y apoyándonos en lo
imaginario y lo simbólico, nuestra ficción personal y nuestra ficción
colectiva. Toda la vida peleando contra el mito y contra el rito sin poder
escapar de ellos, pero al menos podemos contar nuestra versión.
Intimidad piel palabra
Las palabras no hacen el amor, hacen la
ausencia
¿Quién necesita a Lacan
si tenemos a Alejandra Pizarnik? La lengua materna es un buen sucedáneo de la
madre. Alejandro, hermano de Alejandra, empieza a insinuarnos que ha estado
bastante tiempo alejado de la lengua materna. Más adelante dirá que estuvo a
ratos oculto de ella en la calle Sardenya de Barcelona. En esa calle vivieron
muchos años mis amigos. Allí nacieron sus hijos y allí les conté yo el cuento
del Peral de la Tía Miseria. Con la lengua materna podemos engañar a la muerte
un tiempo y subirla a lo alto del peral y mediante un encantamiento no permitir
que baje hasta que ya todo el planeta nos lo pida.
Alejandro nos recuerda
que la lengua es sobre todo una cosa. Así puede ser un objeto transicional
winnicottiano o un pequeño dictador que imparte doctrina como dirían Deleuze y
Guattari.
La lengua nos protege
del vacío de la soledad, pero también nos recuerda que somos contingentes,
porque su sabor nunca llega al sabor de lo que perdimos. De esto no podemos
escapar vestidos a la moda ni cantando desde el panteísmo.
Hay una opción que puede
tener éxito temporalmente. Como titula Carmen Martín Gaite su libro: La
búsqueda de interlocutor. Si en esta búsqueda encontramos la parole
pleine, la palabra plena, la conexión real, la empatía y no la
especularidad, la escucha para crear/pensar y no la repetición, el arte y no
el entertainment, la casa y no el hotel, el cantar juntos en vez de escuchar
música solamente, en suma, si encontramos a alguien que nos acompañe, merecerá
la pena caminar hasta aquí.
Aroma banquete alimento
Y agarraos si el
antropólogo viene a comer a casa. Ni los olores ni los sabores serán como
antes. El olor a malestar de la cultura desde Homero hasta las mitologías de
Barthes llega hasta su nariz y no se calla. Aunque solo pueda disfrutarlo una
vez en la vida prefiero asistir a un festín de Babette que a diez mil comidas
calvinistas.
Alejando nos cuenta
también que en todas las lenguas del mundo la palabra «mamá» la inventan los
niños. Es el ruido de beber mamando. Mamá significa beber. La forma del pecho y
su función hacen un ruido y ese ruido se convierte en símbolo, en signo, en
palabra, en significante. Se crea así un mundo paralelo que distancia a los
humanos del resto de los animales. Así aparece en ellos la Inteligencia
artificial general (AIG) y ya pueden superar el test de Turing.
En una época anterior,
el autor ha intentado ser estructuralista, encontrar una teoría unificada, pero
se tropezó con el rizoma. Después se obsesionó con Ser y tiempo. Pero un
día tocó algo blando y caliente y le llegó el olor de casa. Ya no había
categorías ni teorías. El contacto con la piel de otro humano le hizo caer en
que el ideal es una estatua. Como decía el sabio, si encuentras tu estatua,
destrúyela a martillazos. Alejandro ya se puede comer tranquilo una tarta con
la cara de Martin Heidegger.
¿Cómo puede un humano
alimentarse tanto con tan poco?
Sonido música silencio
Alejandro es también
Orfeo con su lira. Nos lleva a conocer la música como quien lleva a Aureliano
Buendía a conocer el hielo. Por el camino enamora a la ninfa Eurídice que por
un accidente mitológico se muere y Orfeo, con su música, es capaz de engatusar al
mismísimo Hades y hasta rescatarla del inframundo. Desgraciadamente, la
impaciencia del músico frustra la huida. La música nos saca del inframundo,
pero solo por momentos.
La separación
naturaleza/cultura, música/ruido a veces es clara, o nos lo parece, pero en
realidad no. La música es inseparable de las esferas, por eso la entendemos
todos los humanos como una lengua madre universal. Pero es que a la vez la
magia de la música es que cada casa que hacemos los humanos tiene una música
particular, aunque todo esté en silencio. Lo mismo ocurre en la casa de el
hombre que duerme y que no abre la puerta aunque golpeen repetidamente los
amigos.
Nuestro yo es una
caricatura superpuesta a nuestro cuerpo físico es el yo-piel de Didier Anzieu.
Nuestro yo tiembla con la música que lo alcanza como con el canturreo de una
madre. La palabra es primero música, pero su vida es efímera y viene luego el
silencio. El silencio del inicio o del fin.
Casa mobiliario jardín
Dentro de nuestro hogar
existe la tentación de adaptarse, de aceptar la cadena del trauma como algo
natural, de pisar a los que están debajo. Tragar es una tentación a veces
inevitable. Traga, ajo y agua. Muchas veces todo esto tiene que ver con nuestra
oralidad. Pero es que si tragamos no podemos cantar, no podemos hablar.
La casa es un
exoesqueleto del sapiens que a su vez tiene dos capas: la casa externa y la
casa interna. Los humanos somos cíborgs con lenguaje y con casa. Necesitamos
todo este aparataje porque somos frágiles y si se nos da la oportunidad,
intentamos hacernos una casa más grande y más aislada para evitar la fricción
con el mundo. Afán inútil. La fricción duele, pero la no fricción es vacío,
inexistencia.
Los más listos de la
clase nos dicen que el yo es una alucinación. Eso es cierto y no, porque toda la
realidad es una alucinación que se produce dentro de la caja de nuestro cráneo,
en un cerebro que está a oscuras protegido por las meninges. Dentro de esa caja
de hueso vivimos nosotros, unos seres técnicos que se comunican con el exterior mediante unas poleas musculares y una piel llena de detectores. En un espacio tan cerrado somos capaces de crear una vida ampliada
con yo, con lengua, con historia, con patria. Con cosas así hacemos casa y nos
inventamos los binomios que explican la realidad e incluso en algún momento
podemos escapar de la dictadura del 2 y caer en la euforia del tres. Así
empezaron los cojines sobre el diván de Donald Winnicott: uno, dos, tres,
muchos.
Alejandro nos regala un
libro de instrucciones para nuestro mundo. Es un libro que a veces nos
deslumbra. A veces no queremos luz.
Me pregunto qué escribirá este hombre después de haber superado el estructuralismo y a Martin
Heidegger, después de haber plantado un hueso de aguacate, después de haber
querido abarcarlo todo aunque sea en el pequeño espacio de la casa.
Me pregunto también qué
hubiera escrito si tuviera un conejo en su alfombra.
Mudanzas
Que el pensamiento no
puede tomar asiento
Que el pensamiento es
estar
Si no sabéis por dónde
empezar este libro empezad por el último capítulo: «mudanzas».
Este capítulo arranca
resumiéndonos todo: «Como en la metafísica de Aristóteles, los nativos europeos
creemos tener una esencia en razón de la cual todos somos siempre nosotros
mismos, a la vez que los ecosistemas tímicos que nos instituyen y constituyen
—sus rizomas, enredos, acoplamientos— se entienden como accidentes ajenos e
impropios. Pero lo cierto es que la esencia es un enredo y, a escala humana, la
mudanza representa la esencia íntima del mundo.»
O sea, que los
racionalistas se alejen de mí por favor, aunque todos hayamos sido arrojados al
mundo. Y claro, todos estamos perdidos buscando de vuelta una madre que ya no
existe. Corremos para escapar de la sombra del objeto que cae continuamente
sobre nosotros. El duelo es nuestra resistencia a la realidad, pero la realidad
nos induce una metamorfosis necesaria, constante, imparable.
El final del duelo es
aceptar la mudanza.
Figura 1. «Mudarse», poema de Georges Perec
incluido en el libro.
Por último, Alejandro
dice que ordenar la casa es cantar una cosmogonía. Aprender a hacer una casa
dentro de una casa es aprender a controlar un pequeño universo, ya que todos
los demás son muy grandes para poderlos manejar.
Finale
Alejandro nos cuenta que
el núcleo metafísico que sostiene todo el andamiaje teórico de Occidente es
Kant. De Kant dijo Stefan Zweig en La lucha contra el demonio, obra en
la que habla sobre las tristes vidas de Nietzsche, Höldelin y von Kleist:
«Soy de la firme opinión
de que la influencia de Kant limitó en extremo la producción poética de la
época clásica (…) Kant perjudicó en extremo la expresión sensual, la euforia de
la poesía, el libre curso de la imaginación, al quererlas llevar hacia su
criticismo estético. Esterilizó las facultades puramente poéticas de todo aquel
que abrazó sus teorías. ¿Y cómo podría ser de otro modo? Un ser todo cerebro,
todo fría razón, ¿cómo podría ese hombre, que no conoció mujer ni salió de su
provincia, ese hombre que era como un delicado mecanismo de relojería (…)
desprovisto de espontaneidad (…) cómo podría ese hombre, repito, ser jamás útil
a un poeta, a un poeta que vive solo por sus sentidos, que se eleva por su
imaginación y a quien la pasión arrastra siempre a la inconsciencia?»
Como en su libro Bedroom
Safari. Una antropología de la vida cotidiana Alejandro Pérez-Paredes
defiende una tesis más o menos contraria a la de Kant, una teoría rizomática
opuesta a toda división arbitraria. Toda la metafísica occidental es
prefabricada y lista para vendernos una narrativa que no nos permite pensar.
Por eso voy a terminar con otra cosa estupenda que tiene este libro: hay unos
bars magníficos por toda la obra y con ellos voy a hacer un poema dadaísta que
recoge algunos de ellos, todo muy rizoma y un poco homenaje a Camila Cañeque,
como pueden ver:
Este poema se titula
«Bedroom Safari. Otra antropología de la vida cotidiana»:
No existen las
interacciones.
La fantasía capitalista
de un crecimiento económico infinito hace proliferar una serie de chismes de
Shein, Temu, Aliexpress o Amazon.
Secuelas desencadenadas.
La economía de mercado
encerró la imaginación en la mercancía, en la publicidad y los supermercados.
Pensar implica dejarse
llevar por la imaginación.
La vida murmura al oído:
la profundidad del cosmos en su afuera es la que llamamos inscrita en nuestros
corazones.
Dios no existe, pero aún
así juega a los dados con nosotros.
El niño llama “mamá” a
la profesora.
Un lapsus es en todo
caso como un glitch en la gramática social.
El significado es, en
realidad, un sentimiento compartido.
La desaparición de
alguien supone perder algo del sí mismo y a veces casi todo.
Se aprende con humildad
y se agacha la cabeza ante la existencia: todos somos contingentes.
Callarse es contener un
incendio.
Dios no come.
Un humano es un
ser-hambriento por definición.
Compañeros significa
“aquella persona con quien se comparte el pan”
Lo humano más propio es
la técnica de cuidado.
¿No es como si la
persona que hemos perdido se llevase consigo el hambre?
La fantasía de
omnipotencia actúa como mecanismo de defensa en un sistema incomprensible.
La nariz roza lo
irrepresentable.
Cantar en el baño es
cantarse a uno mismo.
Llenos de significantes
que nos sacamos de encima como si fueran legañas, conciliar el sueño es un arte
complicado para los seres humanos.
Las personas que no son
transparentes ante sí mismas tienen bad trips al ingerir drogas alucinógenas.
El silencio es peligroso
porque permite al pensamiento fluir.
Nuestra casa es nuestro
rincón del mundo.
En nuestra cultura,
quien llena de basura su casa es considerado un enfermo mental, no así quien
ensucia el resto del planeta.
Sin objetos no
existirían las prácticas que conducen a la inteligencia homínida.
Sin magia no hay casa,
hay oficina.
Al desembalar nuestras
cosas en la casa nueva sólo una etiqueta no resulta realmente imprescindible: «frágil».