Ayer presenté a Lola López Mondéjar y a su novela en Azuqueca de Henares en la celebración adelantada del día de la mujer con este texto:
Me enteré de que Lola venía a
presentar su novela La primera vez que no
te quiero a “Abuqueque” o “Abuqueca”, que decía ella, y yo le corregí:
Azuqueca. La primera vez cuesta comprender la extraña fonética de este nombre y
su mágica correspondencia con la realidad, aunque luego uno la integra y ya es
como si no pasara nada. Supongo que siempre fue así con todas las palabras,
hasta con la palabra “agua”, aunque ya no lo recordemos.
Así que le dije a Eva que si
quería yo la presentaba y me puse a releer la novela. La primera vez la había
leído del tirón, absorbido por las peripecias de Julia y ahora la iba a leer de
otro modo. Nunca nada es como la primera vez, nos decimos cuando nos hacemos
los tontos y no queremos ver que todas las veces son la primera.
Lola es muchas cosas. Es
psicoanalista. Es mi maestra. Y ya ven que escribe. Escribe y lo hace muy bien.
Tiene montones de libros publicados y hace menos de un mes ha estrenado una
obra de teatro con gran éxito, “Artes decorativas” se llama.
Creo que son afortunados por
tener hoy aquí a Lola. Es la psicoanalista más interesante que conozco. Sabe
hablar todos los idiomas del psicoanálisis, incluso lacanés, su dialecto más
complejo, pero les garantizo que a ella se le entiende todo y lo explica todo
muy bien. Sus textos sobre psicoterapia son tan claros y profundos como sus
obras narrativas y si quieren empezar a pensar, pregúntenle por los temas que
trata el libro: amor, género, libertad, creatividad, feminidad.
Pero hoy nos vamos a centrar en La primera vez que no te quiero. Es una
novela hecha aparentemente de recortes porque es una novela que quiere contar
mucho, muchísimo, lo quiere contar todo, como las buenas novelas, pero lo mejor
es que es muy sugerente y muy sincera y está plagada de frases y de escenas
para enmarcar.
Para que no se llamen a engaño,
empezaré el libro por el final que dice: “Aunque pueda suponerse lo contrario,
cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. O casi” Y pueden ir
después a la primera página y ya no les quedará duda: esta es la historia de
una mujer por sobrevivir o por vivir, que es más corto. Sobrevivir tiene el
matiz de lucha que no es tan claro en vivir, pero si naces mujer en España hace
50 años, el verbo adecuado es sobrevivir. Una mujer que no quiere parecerse a
las mujeres que ve, que no quiere acabar vistiendo de negro llena de pelos en
la barbilla, que sabe que el matrimonio es, en ese espacio-tiempo, algo
mortalmente aburrido.
Julia es una persona que reúne
muchos factores de riesgo para sufrir en la vida: es independiente, no acepta
las convenciones sociales, declara solemnemente que quiere ser escritora y encima,
es mujer. Claro que Julia diría que ella es así y que otra vida, no es vida.
El trauma de Julia es que no es
amada por su madre que casi la ahoga nada más venir al mundo. Si aterrizas
desnudo en este planeta y quien se supone que debe cuidarte no puede hacerlo,
¿entonces qué? La madre de Julia está muerta en un mundo de mujeres muertas. Es
“un ser sin sexo, lleno de bondad, dedicada por entero al cuidado de su marido
y su familia”. Su madre no vive, y esto determina quién es Julia y cómo se
relaciona con las mujeres, con los hombres, con su destino. Siempre hay dos caras
del trauma. Uno se puede quedar a vivir en él o puede elegir emigrar. Julia
emigra, pero no basta con estudiar, con casarse e irse de casa, con vivir en
Italia y acostarse con un hombre italiano o con más.
Julia quiso marcharse aunque eso
era potestad de los hombres. Julia quiso dejar de ser sólo una tía follable y
ser una mujer fuera de una pareja perfecta. Como no tenía madre, buscó a su
verdadera madre en Marx, en Freud, en Doltó, en Klein, en Lacan, en Foucault,
creando una genealogía propia. “Yo deseaba ardientemente ser revolucionaria”,
decía para sí Julia, pero “mi cuerpo… era un hijo adiestrado en la cultura de
la propiedad privada. Mi cuerpo sentía celos, quería exclusividad, pero mi
deber revolucionario era no prestarle oídos”. Ser como Sartre y Simone de
Beauvoir parecía muy atractivo, sobre todo con el enunciado de Sartre:
«Trabajaremos mucho, pero llevaremos apasionadas vidas de libertad». Ser como
ellos es el ideal de una generación, aunque luego está de Beauvoir, más
pragmática, en su declaración de principios eterna: “La mujer no nace, se
hace”. Julia deseaba ese amor “absoluto” pero no era tan fácil de alcanzar.
Julia ama con todo su ser, tal vez como le han enseñado que se debe amar y sólo
encuentra hombres que la aman un poco y de todos ellos el peor, el señor
oscuro, que no la deja tranquila hasta que años después ella se atreve a
resumir: “Tú no me quieres. No me has querido de verdad nunca. Déjame tranquila
de una vez”. Y entonces, sólo entonces, pueden ser amigos.
Ser revolucionaria es algo muy
atractivo y una identidad ética que da un suelo sobre el que poner los pies, ¿pero
qué se hace con el miedo que te dan los “grises” de turno? ¿Qué se hace cuando
una quiere ser independiente como Marie Curie y huyendo de su madre dependiente
e ignorante se la sigue encontrando en todo los rincones de su vida?
Su tía le cuenta a Julia que su
madre intentó matarla y ella piensa que así se va a librar de sus “asaltos de
dolor oscuro”. Pero no, no siempre basta con hacer consciente lo inconsciente. Es
imposible satisfacer a una madre culposa y deprimida hasta la eternidad. Es
imposible redimir la culpa de haber nacido que es mucho peor que un
inconveniente y sobrevivir en un hogar que es una “fría tumba”. Pero, si la dejas, la realidad entra y te salva.
Te salva siempre de morir ahogada, aunque te utilicen.
Al principio Julia sólo podía ser
“una niña buena que seguía al pie de la letra los consejos de mamá, mientras
esperaba que llegase la hora de hacerme misionera”, pero eso no bastaba. La
palabra era “buscar” y no había otra alternativa para una niña que ya a los 14
años se da cuenta de que se puede explicar el Universo entero prescindiendo de
la idea de Dios. Julia busca en un mundo que no admira a las mujeres y de
“padres alcohólicos con secretas penas que olvidar”. En trabajos mal pagados,
en reuniones, en grupos, en amores idealizados, en amores prácticos, en amores
experimentales y hasta en orgías de las que enuncia sus leyes básicas: “Tercera:
las mujeres, en las orgías, tenemos intereses eróticos completamente distintos
de los que animan a los hombres”. Si sólo fuera en las orgías… Esto es algo que
ella tarda en aprender. Es algo que no se puede aprender del todo. Pero la vida
no es como la cuarta ley de las orgías: “son completamente inofensivas”. La
vida está hecha para los hombres. “¿Por qué ningún hombre tolera la infidelidad
que yo había estado soportando durante más de un año?”, se pregunta Julia. Sí,
“somos lo que hacemos”, pero a algunos se les tolera que hagan más que a otros
e, invariablemente, son hombres.
¿Cómo se hace para sobrevivir
cuando se tiene una madre-nada, cuando una piensa realmente que no tiene nada
que ver con su familia, que sólo sabe censurarla y fantasea con que la
recogieron de una caravana de gitanos, cuando las palabras no sirven, cuando tu
profesor de marxismo y psicoanálisis te chupa el cuello y tú no debes
ofenderte?
El cambio, el crecimiento es
dolor cuando cambia su preciosa casa de recién casada por el tren que la lleva
a Port Bou. ¿Por qué? Es la eterna pregunta. Su lado oscuro, no tan oscuro como
el Walter White le lleva a lo mismo. ¿Por qué lo hiciste? Porque me sentía
viva. Dolor de sentirse abandonada por el hombre al que ama que se va con otras
continuamente. Dolor de ser mujer en este planeta en el que la imagen de tu
estirpe es la de una mujer que friega suelos sin fregona o que lleva agua interminablemente
sobre su cabeza. Dolor de no poder disfrutar, desear, ser. El dolor de
demasiadas elipsis, porque si están juntos un hombre y una mujer y la luz se
apaga, ¿qué ocurre? No es lo mismo para ti que para mí. Y eso duele, como la
queja de Julia: “¿Por qué nunca he tenido piel? ¿Por qué las cosas me llegaban
directamente al alma sin poder defenderme de ellas con la razón?”. El dolor de
que tu padrino corte el rabo a los galgos, el dolor de los abusos. El dolor de
sentir que te desangras por desamor, que te falta el aire porque para tu madre
eres nada. El dolor de darlo todo a quien no está dispuesto a dar apenas nada. El dolor de redimirse por tener un hijo varón.
¿Cómo superar el duelo, los
duelos? ¿Cómo soportar que la sombra del objeto caiga sobre el yo? ¿Cómo dar
los pasos para que tu amor llegue a quedar libre y puedas volver a amar? Y no
sirve tampoco la verdad, ya has escrito en una cartulina lo que dijo Cioran:
“La verdad, no hay cosa que más se contradiga con el tiempo”.
Julia no deja un rito de paso
vacante: se enamora de quien no debe una y otra vez, se desespera, se suicida, aborta,
es madre soltera. No encaja ni en lo que es una psicoanalista ni le queda bien
su uniforme. Pero sorprendentemente, ser madre redondea su identidad. No el
hecho de serlo, sino el hecho de decidir serlo cuando ya no necesita un hombre.
Ya vendrá un hombre con el que compartir la vida, no un hombre que dé sentido a
la vida.
Y al lado del dolor está siempre
la vida. Está la madre que resucita como madre, el grupo, las amigas, los
amantes, los mejores amigos. Unos placeres vedados para quienes viven en el
encierro. Los placeres que puede brindar el ídolo de los ojos vendados, Eros,
el que no necesita ver para saber.
Rebelarse tiene un precio que
incluye un destino como el de Sísifo, como nos recuerda el narrador de El gran Gatsby: Somos “…botes que reman contra la corriente,
incesantemente arrastrados hacia el pasado”. Este es el precio, una tarea
interminable, pero eso sí, realizada de pie y con los ojos abiertos. Éste es el
precio y éste es el premio.
Julia o Giulietta o Julieta o
Lía, todas a la vez en dos líneas temporales abocadas a fundirse al final,
que se entrecruzan sin parar. Porque Julia no vive en Bolonia, donde no te
mojas si llueve, ella se moja, tiende el puente del amor aunque no la recojan
al otro lado, y si hay un naufragio se puede tirar al mar para salvar a los
demás, aunque la llamen cobarde. Julia recorre el camino de ser mujer, una vía
redundante y doblemente fronteriza porque es mujer y es escritora para no vivir
una vida ya escrita.
Julia termina de escribir su guía
para las orgías con la séptima y última ley: “En una orgía lo mejor es no
preocuparse más que del propio placer”. Y seguro que se pregunta ¿Esto vale
para la vida?
Ser mujer es una creación en un
mundo que te menosprecia y por eso es mejor la sensación cuando se llega al
destino, después de recorrer todo ese camino lleno de fracturas, como una
letanía, como un rap. Y Julia termina, en su propia narración, cuando dice: “La
libertad es algo maravilloso e irresistible que convertía a las personas que
sabían vivirla en auténticos personajes de novela”. Ella llega. Ha llegado,
cuando se da la libertad para que sea la primera vez que no te quiero y es así
cuando de verdad te puedo querer.
Les dije que yo me ofrecí a hacer
esta introducción y no es por otra cosa que por escucharla, así que me callo y
les dejo con ella.
El ejercicio de hoy es que presentéis un libro o a un autor, como también hace
Asun todas las semanas.