jueves, 25 de julio de 2013

El mundo de los microrrelatos





El audio que os pego aquí es la final del concurso de microrrelatos de la cadena SER (los relatos están a partir del minuto 23). Merecen la pena los relatos ganadores de cada mes, aunque si preferís leerlos en vez de que os los lean están aquí.

Os pego un par:

Trillizos

No, claro que no queremos pensarlo demasiado ni tampoco llevarle la contraria a nadie pero si papá ha dicho que nunca va a volver y mamá que está en el cielo, ¿qué hace ahí fuera Lucas arañando la ventana?


Iñigo Ortiz de Apodaca Corcuera



Cosas de niños

Déjala a ella que sea pájaro, dijo el padre para zanjar la discusión entre hermanos. Mientras sonaba la alarma del horno, hubo tiempo suficiente para subirse al poyete de la ventana.
-¿Estás lista? preguntó a su hermana.
-¿Seguro que estas alas de cartón no son muy pequeñas?
-¡Salta! Antes de que vuelva papá.


Cayetano Mingorance García



Y os dejo espacio para dejar algún microrrelato en los comentarios

jueves, 18 de julio de 2013

Soy un escritor frustrado



Soy un escritor frustrado.
Y esta circunstancia ha determinado en gran medida mis difíciles relaciones con
el mundo exterior. Si hubiera podido satisfacer mi pasión por la escritura no estaría
ahora donde estoy.
Para empeorar las cosas, soy profesor de Literatura en la Universidad Autónoma
y, además, un excelente crítico. No hay nada tan frustrante como esto: tener que
enfrentarse cada día con brillantes ejemplos de individuos que son todo lo que uno
quisiera ser y que han conseguido todo lo que uno nunca podrá conseguir. Es triste
constatar que las mil y una veces que he intentado comenzar una novela no he pasado
nunca de la segunda página sin tener la firme convicción de que lo que escribía era
bazofia. Y lo sé porque soy buen crítico. Para ser escritor no basta con rellenar folios
y embuchar palabra tras palabra, cosa que cualquiera puede hacer, sino que hay que
tener un "algo" especial -llámese "duende" o inspiración, o como se quiera- que yo
no tengo y que nunca tendré. Puedo, trabajosamente, sacar adelante mis artículos
y mis trabajos académicos, pero soy sencillamente incapaz de escribir un buen cuento.
Y no es que me falte imaginación -al contrario, tengo muy buenas ideas-, pero al
ponerme delante del ordenador algo falla: las palabras no salen, y si salen conforman
horrorosos principios que desecho sistemáticamente sin conseguir darle nunca la
expresión adecuada a mis ideas. También he intentado escribir completamente
borracho, pretendiendo creer en el mito de la ebriedad, pero el resultado ha sido
siempre el mismo, y esta impotencia creativa me provoca un sentimiento de profundo
disgusto conmigo mismo que se va acrecentando a medida que sigo intentando
escribir, hasta que ya no aguanto más y, preso de una irracional furia, golpeo el
ordenador.
Por todo esto, cuando conocí a Marian, hacía ya mucho tiempo que había dejado
de escribir, refugiándome cada vez más en el alcohol, circunstancia que se había
hecho célebre en el departamento, donde mi volubilidad de carácter y mi inestabilidad
emocional me habían granjeado numerosas enemistades entre los demás profesores.
Sin embargo, aunque parezca increíble, mi aura de malditismo seguía atrayendo a
suficientes alumnos, de tal manera que su número se mantenía de año en año.
Cuando pienso en Marian, todavía se me pone la carne de gallina. Tengo grabadas
en la memoria dos imágenes suyas: una en color, sentada en primera fila de clase,
mirándome fijamente, siempre sonriendo; otra, en blanco y negro, en el sótano de mi
casa de la sierra, tosiendo sangre, pálida como un fantasma en mitad de aquella
habitación húmeda y maloliente. Entre ambas imágenes me vienen a la memoria una
serie de acontecimientos que ahora intentaré ordenar para darles un sentido.
Ana había sido mi novia durante años. Era una chica normalita, con muy buen
tipo y un gran defecto, que era quererme demasiado. Vivíamos juntos desde hacía un
año y ella se había convertido en el vertedero emocional de todas mis frustraciones.
Cada vez que teníamos una bronca -y esto ocurría a menudo- yo no dejaba de echarle en
cara que con ella no tenía nunca la tranquilidad de espíritu necesaria para llevar a cabo
mi actividad creativa. En una de estas, Ana, a punto de llorar, exclamó:
-Pero si tienes todas las tardes para trabajar. Últimamente como en casa de mis
padres, sólo para no agobiarte. ¿Qué más quieres que haga? Cuando me quedo en
casa te encuentro de malhumor, te saludo y ni siquiera levantas los ojos de tu libro.
Cocino siempre yo, para que no pierdas tiempo, y tú comes deprisa y de mala gana,
y luego te vas corriendo con eso de que tienes que preparar la clase de mañana. Me
acuesto sola y la mitad de los días me despiertas a gritos porque no puedes escribir.
Esto es insoportable: yo no puedo seguir así. Tengo la impresión de que siempre te
estorbo. Intento dejarte solo todo el tiempo que me es posible, pero no puedo
desaparecer. Encima, hoy no me encuentro bien. Me gustaría que me prestaras a
veces algo de atención, no mucha, un poco de cariño, para que me diera cuenta de
que soy algo más que tu cocinera particular. Porque yo existo, ¿lo entiendes? ¡Existo!
-Ese es el problema.
Ana me dirigió una mirada llena de odio. Secándose las lágrimas, entró en
nuestra habitación, sacó una maleta del altillo del armario empotrado y empezó a meter
cosas: jerseys, camisetas, ropa interior y demás parafernalia.
-Me voy -dijo-. Esta vez no puedo más.
-Márchate. Púdrete. No te necesito para nada. Al menos así tendré tiempo para
escribir.
Ana me miró. La voz le temblaba.
-J, he vivido contigo durante un año entero y todavía no te he visto escribir dos
líneas seguidas.
-¡Porque tú no me dejas! Tu presencia me anula. Te pasas el puto día queriendo
hacer cosas. Ir al cine, ir a cenar, ver a los cretinos de tus amigos y a la bruja de tu
madre, dar paseos por el Retiro, las excursiones de los fines de semana... Dime, ¿de
verdad crees que así se puede trabajar?
-Te estás pasando, J.
-Si es que sólo piensas en "hacer cosas". No puedes estarte dos minutos tranquila
sin morderte las uñas. Sólo verte pondría nerviosa a una momia. ¿Cómo voy a
concentrarme con alguien como tú moviéndose por toda la casa? Es imposible vivir
contigo.
-Y tú qué te crees, ¿que es fácil vivir contigo? Estoy harta de tus problemas y de
tus borracheras. Te pasas el puto día mirándote el ombligo. Eres incapaz de quererme.
-¿Y quién te va a querer a ti? ¿Te has mirado últimamente al espejo?
-Te estás pasando, J. Te estás pasando.
-¡Bah! -exclamé. Di un portazo al salir de casa y comencé a bajar las escaleras.
Ana abrió la puerta detrás de mí y gritó:
-¡Borracho de mierda! ¡Profesorcillo de pacotilla! Y a ti, ¿quién te va a querer?,
¿quién va a aguantar tus neuras?
Volví a subir, enfurecido, con el brazo en alto, dispuesto a partirle la cara, pero
Ana ya estaba corriendo los cerrojos.
-¡Abre! -grité.
-¡Que te jodan! -respondió ella.
Golpeé la madera de la puerta varias veces con el puño hasta que me cansé y
después de darle un trago a la petaca plateada que solía llevar conmigo, le di un
ultimátum:

-¡Como no te hayas ido antes de que vuelva de la facultad, te mato a hostias!



Está claro que este personaje de Jose Ángel Mañas que empieza su relato con este fragmento
no es un escritor frustrado, es un gilipollas.
Pero es cierto que el mundo está lleno de escritores frustrados, y también de hombres frustrados 
y de mujeres frustradas.

¿Qué se puede hacer con la frustración?

Yo por mi parte voy a seguir echando boletos en la tómbola de la escritura, pero sólo porque 
me gusta el proceso de leer, pensar, intentar expresar. 
Una cosa tengo segura: no pienso pedir más tiempo.



jueves, 11 de julio de 2013

Libro del mes I: Caperucita en Manhattan





Tanto si habéis ido a Nueva York, como si no, os recomiendo este libro de Carmen Martín Gaite que empieza así:

La ciudad de Nueva York siempre aparece muy confusa en los atlas geográficos y al llegar se forma uno un poco de lío. Está compuesta por varios distritos, señalados en el mapa callejero con colores diferentes, pero el más conocido de todos es Manhattan, el que impone su ley a los demás y los empequeñece y los deslumbra. Le suele corresponder el color amarillo. Sale en las guías turísticas y en el cine y en las novelas. Mucha gente se cree que Manhattan es Nueva York, cuando simplemente forma parte de Nueva York. Una parte especial, eso sí.

Se trata de una isla en forma de jamón con un pastel de espinacas en el centro que se llama Central Park. Es un gran parque alargado por donde resulta excitante caminar de noche, escondiéndose de vez en cuando detrás de los árboles por miedo a los ladrones y asesinos que andan por todas partes y sacando un poquito la cabeza para ver brillar las luces de los anuncios y de los rascacielos que flanquean el pastel de espinacas, como un ejército de velas encendidas para celebrar el cumpleaños de un rey milenario.

Pero a las personas mayores no se les ve alegría en la cara cuando cruzan el parque velozmente en taxis amarillos o coches grandes de charol, pensando en sus negocios y mirando nerviosos el reloj de pulsera porque llegan con retraso a algún sitio. Y los niños, que son los que más disfrutarían corriendo esa aventura nocturna, siempre están metidos en sus casas viendo la televisión, donde aparecen muchas historias que les avisan de lo peligroso que es salir de noche. Cambian de canal con el mando a distancia y no ven más que gente corriendo que se escapa de algo. Les entra sueño y bostezan.

Manhattan es una isla entre ríos. Las calles que quedan a la derecha de Central Park y corren en sentido horizontal terminan en un río que se llama el East River, por estar al este, y las de la izquierda en otro: el río Hudson. Se abrazan uno con otro por abajo y por arriba. El East River tiene varios puentes, que unen la isla por esa parte con otros barrios de la ciudad, uno de los cuales se llama Brooklin, como también el famoso puente que conduce a él. El puente de Brooklin es el último, el que queda más al sur, tiene mucho tráfico y está adornado con hilos de luces formando festón que desde lejos parecen farolillos de verbena. Se encienden cuando el cielo se empieza a poner malva y ya todos los niños han vuelto del colegio en autobuses a encerrarse en sus casas.

Vigilando Manhattan por la parte de abajo del jamón, donde se mezclan los dos ríos, hay una islita con una estatua enorme de metal verdoso que lleva una antorcha en su brazo levantado y a la que vienen a visitar todos los turistas del mundo. Es la estatua de la Libertad, vive allí como un santo en su santuario, y por las noches, aburrida de que la hayan retratado tantas veces durante el día, se duerme sin que nadie lo note. Y entonces empiezan a pasar cosas raras...


El problema es que si lo leéis os entrarán unas ganas enormes de ir allí a ver qué cosas raras os pasan a vosotros. La verdad es que no se puede ir a Nueva York todos los días, pero sí de vez en cuando, y mientras se puede ir a otros sitios. Eso sí, cuando vayáis a cualquier lugar, incluso si se trata de la casa de la abuela, contadlo, porque si no se cuenta no es lo mismo.

Antes de iniciar la primera parte del libro, Sueños de libertad, la autora recoge una cita de Elena Fortún en Celia en el colegio:
"A veces lo que sueño creo que es verdad, y lo que me pasa me parece que lo he soñado antes... Además, lo que ha pasado no está escrito en ninguna parte y al final se olvida. En cambio, lo que está escrito es como si hubiera pasado siempre."

Animaos a contar y a escribir, que os dejo hueco en los comentarios.

lunes, 8 de julio de 2013

Escribir libros



"Escribir libros es un oficio suicida."

Gabriel García Márquez


Una de oficios. Contad algo del vuestro o del rato que pasáis haciendo de escritor...

miércoles, 3 de julio de 2013

lunes, 1 de julio de 2013

Antes de morir quiero...


Candy Chang explica muy bien cómo se le ocurrió cambiar la horrorosa casa de su barrio que hay detrás del "Before I die..." y convertirla en lugar de reflexión y participación. También lo podéis encontrar por escrito en su página web, donde también podéis haceros con un kit de instalación del "Before I die..." o de la versión en español, "Antes de morir quiero..."



La gente escribe cosas como: Antes de morir quiero...
... tener novio
... vivir en otro país
... ser juzgado por piratería


... tomarme una foto con Candy Chang
... capturar un unicornio
... ir a Roma
... hacer algo para cambiar el mundo
... decirle a mi madre que la quiero
... criar a mis hijos
... vivir para siempre


Ya sábéis. Antes de morir quiero... (respuestas en los comentarios)